[Relato] Un buen trato

Asteda caminaba entre los árboles, fuera del camino, hacía rato que simplemente se dedicaba a dar un paso tras otro, hacía tiempo que dejó de sostener su alabarda, retumbando en algún lugar sobre sus huellas. Apenas movía sus brazos, en el va y ven de sus pasos, su cabeza se mantenía fija en algún punto más allá del horizonte. Tras varios días llegó a, lo que creía, su destino: un pequeño cementerio en… algún lugar… Realmente no recordaba cómo llegó hasta este lugar, ella estaba combatiendo en Nazmir, junto a otros guerreros de la horda, habían parado en un campamento y… frío… madera embadurnada en brea, frío, oleaje, frío, tierra mojada… Más frío.

Asteda volvió en si, llevaba algún tiempo petrificada delante de aquel cementerio, por llamarlo de algún modo, no era más que unas losas de roca sobre grava, apenas no había casi nada escrito en ellas, sólo algunos nombres muy desgastados por el tiempo. Una pequeña figura esperaba con los brazos cruzados tras ella.

-Bueno ¿Qué? ¿Cuál era ese negocio del que hablabas?- La goblin esperaba impaciente tras ella.-Me has traído a este basurero sin mediar palabra, si no te das prisa tendrás que buscarte a otra…- Le increpaba, de mala gana.

Algunos fragmentos de el último día empezaban a cruzar la espesa laguna que ahora era su mente.

-Mis… días se acaban… pero aún… aún quedan cos…sas por hacer…- carraspeaba a la par que vocalizada terriblemente mal, prácticamente era como si simplemente soltase las palabras, sin pensarlas, sin ser del todo consciente de si realmente lo decía o era un mal sueño, pues sólo notaba entumecimiento, por todo el cuerpo.
-Sí, sí, sí, sí, contrato y pago, por favor.-La goblin arqueaba una ceja, parecía dinero fácil, no le daba más de una hora a esa no-muerta.
-Oh… La… la mitad… ahora… La… la mitad al acabar… y… la mit…tad ahora…. la… mitad… acab…-Se limitó a extender uno de sus brazos, no lo levantó más allá de la cintura, en sus manos agarraba un pergamino, una letra temblorosa recorría el papel, haciendo surcos irregulares.
-¿Y el pago?-La goblin cogió el contrato, lo hojeó a toda prisa, eso no se lo esperaba, la caligrafía era terrible pero era un contrato extrañamente trabajado, con cláusulas y extras, incluso había una dirección dónde debería cobrar el resto de la recompensa tras acabarla.
-Có…ge…lo…-Asteda se limitó a señalar una bolsa de cuero en su cintura.

Calló de rodillas, vencida por su propio peso, posó su mano sobre una de las losas, con una expresión de tristeza. De ira. Exhaló el aire viciado y podrido de lo que quedaban de sus pulmones o de la cavidad que los reemplazaba y allí quedó, inmóvil, como una lápida más del cementerio, solamente sostenida por las piezas encajadas de su armadura.

La goblin cortó con sumo cuidado el cordón que unía la pequeña bolsa a su cinturón, contó el oro y guardó el contrato, no pensaba hacer realmente ningún trabajo pero el pago por acabarlo era demasiado bueno, sería difícil hacer todas las tareas extras, pero todos tienen un precio… Y esa no-muerta acertó de pleno con el suyo.


Gikeviz repasaba el contrato, había un anexo con algunos datos de los objetivos, posibles localizaciones, una carta claramente escrita por otra persona y algunas tareas menores tales como comunicar su estado actual.

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Muy chulo el relato, me ha gustado.
Una cosa, que no me ha quedado muy clara: tu personaje ha muerto (definitivamente), ¿no?

En algún momento Blizz me actualizará la cuenta del foro y postearé con la goblin Gikeviz, el personaje en sí, ingame, no existe… Pero quizá, onrol, le de algún uso más adelante, de momento está muerta de manera bastante definitiva

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Calló de rodillas, vencida por su propio peso, posó su mano sobre una de las losas, con una expresión de tristeza. De ira. Exhaló el aire viciado y podrido de lo que quedaban de sus pulmones o de la cavidad que los reemplazaba y allí quedó, inmóvil, como una lápida más del cementerio, solamente sostenida por las piezas encajadas de su armadura.

Una sensación escalofriantemente familiar recorrió su cuerpo, resonando entre el lamento de metal y cuero, huesos y entrañas, rozando entre sí. Sí, ya había sentido esto antes, su vida se escurría entre sus dedos como arena demasiado fina o como el agua desapareciendo en la tierra. Trataba de gritar, con todas sus fuerzas, trataba de volver a casa, a su hogar, con esfuerzos fútiles que se perdían en sus piernas inertes, en brazos colgantes sin fuerzas, en un corazón que hacía demasiado que perdió la esperanza de latir.

Casi podía volver sentir a sus cuatro hermanos alrededor, temblando entre los gritos y el crujir de la madera en el exterior. Al más pequeño entre sus brazos, tosiendo y llorando, a la par que ella apretaba su mano contra su boca, rezando a la Luz para que esos monstruos que habían sido sus padres no les escuchasen.
Los gritos del exterior pasaron a lamentos y estos a un silencio casi absoluto, roto por los quejidos de los muertos. El hermano más pequeño temblaba de miedo, se removía, agarraba el brazo de Asteda, mordiéndolo con todas sus fuerzas, ella miró al pequeño y cómo la mirada horrorizaba de sus hermanos la miraban, a la par que a Roberic, el mayor de los hermanos Varell. Ambos habían perdido el color de sus ojos, ambos dejaron de respirar sólo para unirse a las nuevas filas de la Peste.

Quedó inerte sobre aquel cementerio con las seis lápidas de la familia Varell. Ahora, por fin, volverían a estar todos juntos. Ahora, al fin, podría descansar junto a ellos, eternamente.