- OTRA RONDA PARA NUESTROS INVITADOS - gritó Ho Lin Flor Nevada a su tio Peiji, que regentaba la posada de Floralba. Por una vez, su potente voz resultaba útil, pues había mucho barullo en la taberna.
- Marchando - respondió el pandaren mientras se agachaba para arrastrar y abrir otro barril de cerveza de trueno, la más popular en la región.
La pacífica aldea de Floralba, en el corazón del Bosque de Jade, estaba agitada por primera vez en mucho tiempo, aunque no tanto como el periodo en el que el pueblo se llenó de aventureros que hicieron de Pandaria un escenario de guerra. Por suerte aquello quedó atrás, así como la amenaza de los Sha.
Esta vez Floralba estaba revuelta por dos motivos gozosos. La joven Lin, de la querida familia Flor Nevada, estaba de regreso después de tres años. La pandaren dejó su hogar siguiendo a un mercenario al servicio de la Alianza del que se enamoró, pero los vientos la habían traído de vuelta, sola. Sus padres, lejos de interrogarla por ese periodo, o reprocharle su actitud, organizaron junto a los vecinos una gran fiesta de bienvenida para la hija pródiga, felices de verla de nuevo.
Pero no era la única novedad que iba a sorprender al pueblo de Floralba, porque Lin trajo consigo un grupo de vulperas, una raza desconocida para todos sus ciudadanos, de baja estatura y rasgos vulpinos. Los presentó como sus amigos, importantes para ella, y la simpatía y desperpajo de esas extrañas criaturas rompió cualquier barrera de recelo por parte de los pandaren, que haciendo muestra de su legendaria hospitalidad, colmaron de presentes y comodidades al grupo.
Sparx, el Guía de la Duna del Clan Duneai, sonrió recorriendo con la mirada el interior de El Hozen Borracho. Parpadeó y escuchó. Tres pandaren amenizaban la noche tocando diversos instrumentos que el vulpera no había visto nunca. La melodía era agradable y alegre, y envolvía todo el ambiente, sólo silencionada de vez en cuando por el pisar de los presentes en los medidos pasos de baile, las risas constantes, conversaciones en las esquinas y el choque de las jarras de cerveza. Volvió a parpadear, y esta vez vio. Y pudo ver a los suyos felices, sonriendo, cómodos. Ninguno iba armado ni cargaba con su armadura, vestían cómodas ropas que les habían regalado las mujeres de Floralba, togas, trajes, sombreros, fajas… algo que en ese contexto no desentonaba en absoluto. Siguió mirando. Asali y Rashi se habían unido a los jóvenes vulperas que les enseñaban a bailar según la tradición pandaren, aunque Rashi se las arregló para terminar una vez por el suelo y para tirar sin querer las copas a una camarera. Rhego, apoyado en la barra, hablaba con suficiencia y picardía con un grupo de jóvenes pandaren que le rodeaban. Keno y Miles, en una esquina, se besaban tímidamente aprovechando que la luz apenas incidía en ese ángulo. Miró un espejo que colgaba en la pared y se vio a sí mismo, rodeado de sus amigos y de un montón de gente que estaba siendo muy amable con él, pero se sintió solo. Miró fijamente su rostro ¿por qué no sonreía? No había estado mejor en muchos meses. Pensó en todas las aventuras que habían tenido últimamente, en el resto de amigos que habían aprovechado las vacaciones para viajar por Azeroth ahora que la guerra había terminado, en la alegría que tuvo al ver cómo el Clan finalmente aceptaba a sus merodeadores y sus decisiones, en el alivio que le produjo salir de Tuercespina… y sin embargo, algo en él no estaba bien. Suspiró. Parpadeó. Su cuerpo empezó a moverse, en silencio.
- ¿Te vas, Sparx? - preguntó Rhego, dejando de lado la conversación que mantenía con esas muchachas.
Sparx le miró con la mirada perdida, sin responder, y salió de la posada. Afuera el clima era húmedo y algo fresco, pero agradable. Ante sí tenía unas vistas preciosas, una densa selva tropical, con exuberantes torres de piedra, grandes agujas de tierra y fabulosas edificaciones pandaren. Y luciérnagas. Las luciérnagas eran como puntos de luz que alumbraban todo a su alrededor, haciendo de ese un lugar mágico. Pero…
Sparx parpadeó. Suspiró. Sintió que su cuerpo le fallaba. Buscó una balaustrada donde apoyarse y se acercó a una esquina algo alejada de la algarabía. Cuando el sonido se escuchaba lejano se dejó caer, y hundiendo su rostro entre sus manos, empezó a llorar. Lloró como no había llorado ni a la muerte de su padre. Lloró hasta sentir su cuerpo convulsionar, hasta que sus llantos ahogaban la respiración. No quiso pensar en el porqué, sólo se abandonó a la tristeza y a la soledad.
Tan absorto estaba que no se percató en que unas pisadas se acercaban, pero pese a tener los ojos bañados en lágrimas consiguió ver, borroso, unas patas blancas con manchas negras. Pudo sentir como esa figura se sentaba a su lado, pero ni siquiera tenía fuerzas para levantar la mirada. Sparx se forzó para dejar de llorar, para contener el llanto, para que no le vieran llorar. Pero entonces algo tiró de él y sintió como unos brazos grandes le abrazaban y apoyaban su cabeza sobre un pecho mullido. Esa figura no dijo nada, sólo abrazó a Sparx mientras acariciaba su frente. Y entonces rompió a llorar de nuevo, hundiendo su cabeza en el cálido cuerpo que le acompañaba.