Este relato es un prólogo de la trama que se está llevando entre manos en la hermandad y desconozco si compartiré los avances por aquí, de ser así mantendré este post actualizado. Disculpad de antemano los posibles errores puesto que no acostumbro a publicar nada por estos lares.
https://www.youtube.com/watch?v=jpb1nH2q_0k
La hierba quebradiza del Valle de la Flor Eterna, antaño tan hermosa y tan pura como el agua del más alejado manantial perdido entre montañas. Hoy mutada y retorcida hasta su expresión más grotesca y oscura, lo único que parecía haberse perdido eran las leyendas que contaban cuán hermoso resultaba. El cielo se encontraba acompasado con tal hecho sumiendo el territorio pandaren en la más profunda noche. La sacerdotisa caminaba entre los bordes del campamento cubierta con su oscura capa para pasar lo más desapercibida posible entre los enjambres mántides que patrullaban sin descanso el cielo para cobrarse víctimas o simplemente ejercer dominancia sobre ya la mermada y excluida población del valle. ¿Cuántas horas habían pasado desde que abandonaron aquella cárcel ambarina? Siquiera lo sabía.
El Valle no se mantenía ni mucho menos en silencio, los gritos desgarradores se hacían presentes cada pocas horas y no era difícil ver cómo en la lejanía ciudadanos de Pandaria intentaban -en vano- escapar de su destino. Había estado en más guerras y había visto la muerte de cerca en tantas ocasiones que este hecho no la inquietó ni la llevó al nerviosismo, es más, calculaba la distancia entre los gritos ante una posible evacuación preventiva del rudimentario campamento.
La corrupción del lugar le resultaba sumamente inquietante y aunque en alta voz no sería capaz de reconocerlo las mutaciones que había sufrido el terreno le parecieron en cierta manera bellas, salvando las distancias entre los tentáculos que brotaban de la tierra y los ojos que emergían de estos, claro.
La sacerdotisa se dedicaba a otear el horizonte apoyada en una cayada de madera del que pareciera el más robusto cerezo de aquél trastornado lugar. A pesar de las diversas recomendaciones de que debía descansar y reponer fuerzas ella, como acostumbraba, había hecho caso omiso. Estaba ahí, perenne como peregrina buscando con la vista la siguiente ruta a tener en cuenta. Sabía que una incursión siquiera por una rápida falla podría costar el fallo total de la misión acabando en el mejor de los casos con la muerte y en el peor con sufrir el mismo destino que las criaturas del valle. ¿Podía siquiera permitirse abandonar el campamento? Estaba sumamente contrariada. ¿Cómo siquiera iba a meditar con gente a su alrededor?
La paciencia era una de las virtudes de la avezada Sacerdotisa pero con estas circunstancias incluso el más cuerdo podía sucumbir a la locura. Era muy consciente de que la guerra que se estaba librando no estaba ahí fuera en el Valle puesto que ningún ejercito sería capaz de frenar el avance mientras las mentes siguiesen cayendo una tras otra; Sabía que debía fortalecer incluso más sus defensas, que absolutamente nadie pudiese entrar en su mente era uno de los puntos que más le interesaba lograr mediante la meditación. La situación era simple y llanamente desquiciante. Sin un líder militar que los llevase hasta buen puerto, ella, que nunca había pisado un ejército tenía que llevar a varios grupos hasta el Santuario del cual se desconocía si se mantenía en pie o simplemente había sido completamente tomado. Era uno de tantos momentos que la mujer tomaba para pensar en las decisiones que la habían llevado hasta este punto, a una guerra abierta con el propio vacío. En sus ideales estaba claro que cualquiera que abusase de su don para causar un daño mayor no tenía lugar entre sus aliados. ¿Pero cómo iba a tomar esto, siquiera?
Quizás esta guerra era personal, o quizás solo se planteaba robar los instrumentos K’thir para un estudio exhaustivo.
Fuese como fuese estaba ahí, en la zona cero… Y no iba a permitirse caer.