-… Por eso, algunos os quedaréis aquí.
Así lo había dicho el instructor, antes de partir a Rasganorte con los más experimentados, y dejarnos a los demás atrás.
Nadie pensaba que, realmente, pudieran tener razón. Hasta que llegaron los primeros necrófagos, y la familia de los Devólia regresó a la mansión.
-Seréis los primeros a los que culparán. No importarán los días que pasamos en la catedral, las visitas al orfanato, ni ninguna donación al reino. No importan vuestras buenas acciones, ni las leyes que hayamos respetado, o forzado a otros a cumplir. Sabéis bien como yo que, para la gran mayoría, nunca han llegado a importar.
¿Cuántos éramos? Un puñado de soldados, apenas cinco arqueros, y, el resto, hechiceros y sirvientes. Y teníamos que actuar como un ejército de emergencia.
Sólo cabía preguntarse dónde se encontraban las tropas del reino, y por qué no estaban aquí, ni en Ocaso.
-Pero debéis ser también los últimos en ceder.
¿Qué?
-Daréis un arma a cada familia que la requiera o necesite, y os aseguraréis de que sepan usarla. Vigilaréis el puente, los cementerios, y los caminos hacia las montañas. Patrullaréis las calles, y no flaquearéis ante nada, vivo, o muerto. - Fernán se mantuvo en silencio en breve instante. -Si alguno de vosotros no regresa, sabremos dónde fallamos, y podremos responder.
Creo que fue ahí cuando nos miramos todos, sin saber realmente si quizás todo era más grave de lo que nos habían hecho saber, o quizás el señor Devólia lo esperaba así. Y dudamos de si podríamos hacerlo. Pero nadie se negó a intentarlo.
-Este lugar será vuestro refugio, y zona de descanso. Nada cambiará eso.
Devolvimos la atención hacia él, pensando en qué ocurriría si los no-muertos llegaban aquí.
-La mansión será cubierta por barreras contra la magia. Nadie podrá entrar sin hacer saber de su presencia, y nada podrá ocurrir, sin enfrentar resistencia antes.
Cuando miramos alrededor, supusimos que todo había sido preparado de antemano. Había runas en los muros que ahora brillaban con poca intensidad, y, creo que diría que los hechiceros pudieron notar algo más. Pero, al menos yo no pude verlo.
-Deisa se comprometió a salvaguardar y proteger este lugar cuando hicimos de la mansión un bastión de esperanza para aquellos que no tenían dónde ir.
Sí, eso era cierto. Cuando los Landcaster dejaron atrás su mansión en ruinas, y supuestamente encantada, fuimos nosotros los que la hicimos un lugar habitable de nuevo. Y nos acusaron de maldecir la tierra. Y de infestar un lugar querido. Ahora ocupamos un puesto que otros dejaron atrás, y eso nunca es igual para muchos. Siempre se sienten como si hubiésemos usurpado algo, por más que nos esforcemos, y eso, no creo que cambie nunca.
-Así, aún si esa deuda jamás fue ni será pagada, nuestro deber y lealtad está no con la Alianza, pues la Alianza no es sino un nombre, y un símbolo de unión bajo un mismo estandarte, sino con sus gentes, que ahora necesitan protección, gusten, o no, de la mano que se la de.
Y eso era lo que íbamos a hacer. Proteger a personas que no lo merecían, y que nunca harían lo mismo por nosotros.
-Id, y cumplid el deber de los Veniant aquí. Marchad sabiendo que, carecer de visión, no les hace dejar de merecer una última oportunidad.
Pero los Devólia siempre tienen respuesta para todo. Vryandrie era la cara más amable de todo bajo el estandarte negro de Lordaeron, y, Fernán siempre sabía qué debíamos hacer.
Supongo que eso era lo que contaba. Buscar las excepciones; los que sí se esconderían detrás de un escudo y un soldado uniformado en los colores de la Casa Veniant; y seguir adelante, sólo por ellos.