En las Ruinas de El Enclave Escarlata, en las Tierras de la Peste del Este, Sanders Bright continuaba su trabajo, organizando el próximo movimiento de La Sombra de la Dama Oscura. Dedicaba las horas de casi cada día a revisar tratados de estrategia militar, manuales de geografía y mapas (especialmente de Durotar) y libros de historia reciente, buscando siempre los puntos débiles, tanto militares como políticos, del enemigo.
Las velas se extinguían una tras otra, y a cada sombra le sucedía siempre una nueva luz. ¿Cómo enfocar la estrategia? ¿Cómo lograr que la organización se mantuviera unida? ¿Debería confiar en los elfos o tan solo confesar sus planes a los Renegados? Las dudas le asaltaban sentado frente a su mesa de trabajo. Era fácil pensar en el silencio de aquellas tierras abandonadas, pero no bastaba para saber qué decisión tomar.
El silencio se rompió de un momento a otro con el sonido de un estornudo en una de las ventanas a medio tapiar :
-¡Para, idiota! ¡Nos va a oír!- dijo una voz como queriendo susurrar, pero, seguramente, hablando más alto de lo que habría deseado.
-¡¿Y qué quieres que haga?! ¡No he podido evitarlo!- respondió otra voz, tratando también de mantener la voz baja.- El aire aquí es raro y no me sienta bien con la alergia. Además, puedo oler a esa cosa desde aquí.
Sanders levantó la mirada, tratando de aparentar que no había escuchado nada. En otras circunstancias no se habría dado cuenta, pero tras tantas horas en la más absoluta calma un pequeño ruido había sido suficiente para alertarle. Sus sentidos, aunque debilitados por la no-muerte, no se habían extinguido.
-Tiene las orejas totalmente podridas. Seguro que no escucha nada.
-Nunca había visto un Renegado. Es realmente asqueroso. No tiene mandíbula. ¡La lengua le cuelga y se balancea como un péndulo cuando mueve la cabeza! ¡Puag!
Sanders colocó la pluma con la que estaba escribiendo en el tintero y se levantó lentamente de su asiento. Paseaba por el interior de las ruinas de la capilla bajo la silenciosa mirada de sus dos acompañantes, ocultos, creían ellos. Al poco se detuvo y dijo:
-Si tratáis de huir, recibiréis una flecha en vuestro latiente corazón- las pupilas de los cuatro ojos asomados con cautela en la ventana se dilataron rápidamente al escuchar la voz espectral que salía del interior del Renegado- Os he escuchado, sabandijas. Y también los arqueros Renegados que vigilan esta capilla desde las colinas. Si sois espías de la Horda o de la IV:7, les haría un favor quitándoles a dos idiotas como vosotros de encima. ¡Entrad aquí ahora mismo!
En realidad, La Sombra de la Dama Oscura no contaba con arqueros ni guardias para vigilar la capilla, ya que sus miembros se limitaban por entonces a una decena de leales a Sylvanas. Sin embargo, la trampa de Sanders funcionó y los intrusos se lo creyeron. Tratando de evitar una flecha que jamás les alcanzaría, entraron en la capilla, donde el Renegado les esperaba de pie frente a la puerta.
Los dos humanos, jóvenes que apenas llegaban a la veintena, miraban con terror en los ojos al Renegado y sin saber qué decir. Hasta que uno habló:
-Discucuculpe, seseñor. Papasábamos por aquí y y y queríamos ver las viviviejas ruinas del Enenclave- dijo uno, con evidentes muestras de miedo y atropellando las sílabas unas contra otras.
-¿Dos humanos que no tienen pinta de haber empuñado una espada en su vida pasaban por las Tierras de la Peste del Este?- dijo el Renegado- ¿Y decidisteis curiosear mi trabajo, además de insultarme, criaturas inferiores y repugnantes? ¡Os he oído!
Sanders se acercó lentamente a los chicos. Uno de ellos salió corriendo hacia la puerta de la capilla tratando de huir del lugar, pero el Renegado agarró por la camisa al otro y gritó:
-¡Si sales por esa puerta, tu compañero sufrirá un destino incluso peor que el mío!
El chico a la fuga dudó, pero se detuvo y se giró:
-Por favor, señor, solo somos dos chicos. Nos escapamos de casa porque queríamos vivir aventuras, no ser granjeros como nuestros padres. Escuchamos historias de este sitio y queríamos ver con nuestros ojos el lugar donde ocurrió. ¡Nada más! ¡No sabemos nada de la Horda ni de la IV:7! ¡Por favor!
El chico que el Renegado mantenía cogido temblaba de manera descontrolada y no tardó mucho en mojar el suelo de la capilla. Sanders lo soltó y el chico cayó de rodillas, más asustado de lo que había estado nunca.
-Si os mueve la curiosidad, entonces todos estamos de suerte- dijo Sanders mirándoles, dejando ver tras sus ojos una perversión cruel- Satisfaré vuestro deseo de conocer a los no-muertos. Y vosotros satisfaréis los suyos. Os llevaré con el doctor Alexander J. Williams.
El chico en el suelo giró la mirada hacia su compañero. Ninguno de los dos entendía a qué se refería el Renegado ni de qué estaba hablando. Cuando volvió a mirar a Sanders, este le golpeó en la cabeza con un trozo de escombro de la capilla, dejándole inconsciente al instante.
El otro chico gritó y trató de salir corriendo. Pero Sanders le arrojó el trozo de piedra, golpeándole en la espalda y tirándole al suelo.
El Renegado sacó una daga de su bolsa, colgada en la cintura, y corrió hacia el chico, que trataba de levantarse desesperadamente.
-¡¿Creíais que podríais espiar a La Sombra de la Dama Oscura y marcharos como si nada, escoria?!- el Renegado se abalanzó sobre el chico, que se trató de resistir golpeándolo en la cara hasta que Sanders puso la daga en su cuello.- Habéis cometido un error viniendo aquí, sabandijas- dijo, mientras con la otra mano buscaba el trozo de piedra para golpearle y dejarle también inconsciente.
Con los dos chicos fuera de combate, el Renegado los ató y los mantuvo cerca de él en la capilla, esperando un nuevo encuentro con el doctor para entregárselos como sujetos de pruebas, como habían acordado.