Llevamos todo a aquella costa para combatir a los demonios. Lo llevamos todo, lo mejor de nosotras. Toda nuestra fuerza y voluntad. Toda la esperanza, toda la ilusión. Creímos en el destino y luchamos. Allí, al otro lado de los mares, vivimos y resistimos, atacamos, gritamos, y vencimos. Y tras el éxtasis de la victoria, de tu victoria, volvimos.
Pero no regresamos.
Allí, al otro lado de los mares, en aquella costa lejana, quedó todo lo que llevamos, lo mejor de nosotras, enterrado bajo las cenizas de la victoria. Fue el precio a pagar.
Y ahora aquí, en casa, todo es extraño y está vacío. Tú te recuperas de tus heridas en un sueño que me ha dejado fuera, observándote impotente a este lado de la vida. Intentando no causarte más daño del que te he hecho, solo puedo apartarme de ti, pero no alejarme, soy incapaz. Y apenas puedo moverme. ¿Por qué sigo despierta? Soy más débil que tú, infinitamente más. Y no puedo sanarte.
Acaricio las sábanas que te acarician, y observo tus ojos cerrados. Cierro los míos y desaparezco. Siento tu respiración y te siento conmigo. Respiro tus latidos y los asimila mi interior. Mi corazón despierta entonces y vibra junto al tuyo, y por un frágil momento creo ser feliz una vez más. Pero no puede ser. Rápida y dolorosamente me aparto y me arranco de tu aliento. Lo necesitas todo para ti, para no morir, y yo te lo sigo drenando. Soy infinitamente más débil.
Apenas puedo moverme. Pero ya estoy en la puerta. Observo desde aquí tus ojos cerrados.
Quizá pueda sanarte. Si me voy.
Las calles de Lunargenta se ven solitarias y sumidas en la oscuridad. Un cielo negro y sin estrellas envuelve en silencio a la joven sin’dorei que camina despacio, con la mirada perdida. Es media tarde, brilla el sol, y las calles están abarrotadas, pero la oscuridad ha quebrado el alma de Irgail, y la Sombra se ha extendido una vez más en su interior. Está sola.