Prólogo
"Comienzo esta ignota aventura narrativa sin saber muy bien a dónde o a qué me llevará. Posiblemente ahora no tenga ningún sentido mas allá de cinco minutos de redacción antes de dormir, pero a buen seguro, necesitaré dar una vía de escape a mi mente cuando llegue a mi destino, y el papel y la pluma se convertirán por fin en mis aliados y no mis enemigos. Estas hojas, que arrojaré al mar en botellas, serán testigo no solo de mi exacerbado alcoholismo, sino también de la leyenda del eterno mercenario.
Quien sabe si de no haber sido por aquel explorador que tuvimos en la compañía, sabría ni siquiera qué es un cronista. Todo mi reconocimiento a Diaco el Pícaro y Ziegler Stendel, precursores intelectuales de esta creación, y a todos quienes me animaron a dejar de escribir Gilneas con J así como otras aberrantes faltas orcográficas.
Mi nombre es Torvald, de los Harford de Gilneas. Quizá me conozcan de alguna que otra pillería o travesura. Si, fui yo al que desterraron de la pedanía nobiliaria venida a más de los Landcaster por no fregar el sótano. No, no fui yo el del faro, eso es una larga historia que me niego a contar. Ni confirmo ni desmiento haber estado en Lunargenta, ni en ninguno de sus opulentos festejos, pero si ser el primo (el atractivo y carismático) del bienamado Galahalt Halford de Aguasnosequé de Lordaeron.
Pero algo si puedo afirmar. Nuestra compañía, la Compañía Harford, fue la mas temida y respetada asociación mercenaria en este lado de Azeroth. Y al que osara llevarnos la contraria, en un barril de avinagradas tachas lo metíamos y a rodar por el monte lo largábamos.
¡Pero basta de presentaciones! Ya me conoceréis a lo largo de estas narraciones."
Puerto de Boralus. Una ajetreada noche de verano cualquiera, la campana del embarcadero repica con vigor.
Otra vasija se hace a la mar, y al poco tiempo, una nueva ocupa la vacante. Jóvenes estibadores explotados hasta la saciedad exprimen sus últimas horas de trabajo, raquíticos mendigos moran las esquinas en busca de limosna y provocativas meretrices tratan de engatusar a algún mercader o aventurero de lejanas tierras bajo el fulgor de las lunas.
Pronto, este metropolitano ambiente es dejado atrás por la felicísima flauta mercante de don Jansen de Vries, un afamado comerciante local que, siguiendo su política de empresa - mas bien delirante superstición - todas sus vasijas han de ser fletadas con nocturnidad. En una de ellas, con una carga no demasiado llamativa ni valiosa, viaja nuestro protagonista. La nave responde al apelativo de "Gata de Porcelana". Al no ir cebada de productos, a menudo el capitán, a espaldas de su señor, ve la oportunidad de trasladar pasajeros a cambio de una tasa.
Un maltrecho candil en una esquina de la mas baja cubierta se enciende de manera tenue. Dentro de la insalubridad de un barco generosamente tripulado, el gilneano escribe sobre una caja sellada.
Día 1
"Hemos zarpado de Boralus. No fue difícil convencer con plata al capitán de la Gata de Porcelana de que me hiciera un hueco en su navío. A pesar de las facilidades para desplazarme, puede que este sea el viaje mas triste y melancólico que un hombre puede hacer. Es el viaje final, sin retorno, de una res al matadero. Un destino que, aunque desconoces, sabes que jamás saldrás de él.
Por suerte rellené bien mi petaca de por lo menos catorce licores locales. Eso me ayudará a no derramar ninguna lágrima, no por lo menos por nostalgia, y a centrarme en la misión. Incluso en un viaje tan gris como este, servidor tiene un cometido que cumplir.
Aún recuerdo la cara de los miembros de mi compañía congregados en aquella taberna en la que celebramos mi despedida en torno a tres mesas juntadas y rebosantes de grog cuando les desvelé mis planes de futuro. Me observaban ojiplatos, sin dudar una sola de mis palabras, asintiendo y haciendo preguntas banales con ebriedad. ¡Como se nota que si no fuera por mi, no sabrían ni a que huele el mar! ¿Cómo demonios esperan que navegue tantas millas usando solo un barco? ¡Con qué tripulación? ¿Retirarme, con apenas veinte doradas? Si por oro fuera, me hubiera retirado después de Los Baldios. (Y quizá hubiera salido ganando)
No, amigos... las lejanas Islas de Barlovento son precisamente tan desconocidas debido al enorme gasto de recursos que supone trasladar a una sola persona hasta allí. No se conocen puntos de ley de esos que usan los magos para llegar allí en un chasquido de dedos, y los impredecibles temporales del Mar del Sur frustrarían cualquier intento de llegar volando sobre un grifo o un trasto gnomótico. El mar es la única opción, y no es fácil. Pocos saben y menos lo comparten.
¿Cómo llegar? ¿Por qué tan lejos? ¿Por qué abandonar a los tuyos en un momento tan crucial como una guerra sin precedentes por una misión personal? No son todas pero si las principales cuestiones. No os preocupéis, amigos. Tendré noches de sobra para despejar todas las dudas. Esta no es una de ellas. ¡Hasta mas ver!"
La botella, arrojada al fiero Mare Magnum en mitad de la noche, flotó, hasta acabar llegando a una ignota orilla arenosa en una de las múltiples playas del vasto oceano, quien sabe a pies de quién.