Aquel día el Sol se asomaba tímidamente en el horizonte reflejando el brillante destello de sus rayos en las tranquilas, casi inmóviles aguas del mar de Quel’thlas. El timonel junto a los trimmer, proel y el tripulante de mástil maniobraban con precisión el barco que la transportaba para arribar a puerto. Una suave y refrescante brisa agitaba su dorado cabello mientras aquellos primeros rayos de sol se iban proyectando con cada vez más luminosidad en las majestuosas fachadas de los edificios de la capital élfica, dibujando el paisaje que tanto tiempo había extrañado.
Por fin llegamos a casa. -Dijo sonriendo en voz baja a su inseparable compañero de armas, a la vez que su mano ejercía una pequeña presión en el hombro de este. Él no dijo nada, simplemente dejó de contemplar el horizonte volviendo su mirada hacia ella para retribuirle su sonrisa-
El barco al fin alcanzaba la dársena del puerto y se podía apreciar el murmullo de los cientos de Sin’dorei que esperaban la llegada de sus seres queridos, aquellos que un día partieron hacia las Islas Abruptas para combatir a La Legión Ardiente y ahora regresaban victoriosos a la vez que apenados por el precio que otros tuvieron que pagar para conseguir aquella victoria.
Una vez en puerto, descendió la pequeña escalinata que conducía a la dársena y allí Azarel estrechó la mano de Elashor, el cual tendría una breve estancia en Lunargenta para posteriormente trasladarse a Los Claros de Tirisfal donde tenía su residencia.
Shorel’aran, Elashor. Que tengas un buen regreso a casa. – Dijo ella mientras sostenía su mano –
Shorel’aran, Azarel. Siempre a tus órdenes. Te deseo lo mismo – respondió él con gesto serio, mirándola fijamente con su único ojo –
Mientras Elashor se diluía entre el tumulto, Azarel recorría con la mirada entre los Sin’dorei que allí se concentraban con el ánimo de ver un rostro conocido cuando entre el murmullo destacó la voz de un elfo adolescente-
¡Mamá, mamá!
Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar aquella voz y al girarse vio cómo un joven elfo de cabellos dorados se le acercaba corriendo.
¡Saidryl! – exclamó Azarel- ¡Mi pequeño Saidryl! – dijo mientras se fundía en un maternal abrazo con su hijo menor sin poder evitar que dos lágrimas se deslizaran por sus mejillas- ¡qué guapo estás y… has crecido! Se acercó al joven cadete comparando sus estaturas.
Acto seguido mientras se secaba las lágrimas, una Elfa de Sangre adulta de melena cobriza, uniformada de Forestal caminaba elegante hacia ella con una plácida sonrisa dibujada en el rostro, los brazos extendidos…
Zyada… -murmuró Azarel para sí- Hija mía… -dijo en voz baja mientras la abrazaba después de darle un beso en la mejilla- qué bien te sienta ese uniforme, haces que me sienta orgullosa y qué linda estás… – añadió sonriente-
Gracias mamá, – dijo Zyada con tono sosegado – yo también me siento orgullosa de tener una madre como tú – abrazó de nuevo a su madre – no sabes cuánto te he echado de menos en este tiempo.
Y yo a ti, hija – le susurró mientras se aferraba a aquel abrazo-
Mientras la abrazaba, Faelar, su marido, un Elfo de Sangre de porte majestuoso, largo cabello cobrizo recogido parte de él en una elegante coleta, corpulento, de estatura más alta que la media, de profunda mirada con unos ojos en los que apenas se distinguía el color verde esmeralda, casi conservaron la belleza y el color azulado propios del Alto Elfo que seguía siendo, se aproximaba hacia ellas, una leve cojera y el guante que le ocultaba su mano izquierda eran señas de identidad de su pasado glorioso al Servicio del Rey Anasterian.
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Al llegar a su altura, Azarel con gesto dulce y sonriente, sintió aquella atracción que siempre había tenido hacia él, como si fuera el primer día, fundió sus labios con los del apuesto elfo rodeando con sus manos el cuello de este mientras él rodeada con los suyos la cintura de la elfa.
Amor mío, qué ganas tenía de volver a sentir tu presencia– murmuró Azarel, frente con frente, al amor de su vida.
Yo también, mi amor, han sido unos meses muy duros al no poder tan siquiera acariciar tu bello rostro. Te amo y no ha habido un solo día que ha dejado de pensar en ti. Bienvenida a casa.
Zyada, que andaba cerca llamó la atención de Azarel, interrumpiendo sin intención aquel dulce momento, hecho que en absoluto importó a Azarel.
Mamá, quiero presentarte a alguien.
Azarel volvió la vista hacia Zyada que traía de la mano a otra Elfa de Sangre, delgada, alta, de cabello azabache, cara sonriente y amable semblante, ataviada con el mismo uniforme de Forestal que su hija.
Te presento a mi compañera de Escuadrón. Eledrieth, mi madre, Azarel –dirigiéndose a la forestal- mamá, Eledrieth. –dirigiéndose a su madre-
En ese momento la Forestal realizó un respetuoso saludo militar dado el Rango y el prestigio que Azarel tenía entre estos.
¡No! ¡Descansa, Arquera!. Por fortuna para mí, no estoy de servicio, y espero que pase bastante tiempo para que vuelva a estarlo – bromeó Azarel y le sonrió a la vez que le extendía su mano – Encantada de conocerte. Siempre es un placer estrechar la mano a quien salvaguarda la Gloria de Quel’thalas.
El placer es mío, Milady y un honor, sin duda, conocer a alguien tan valerosa como vos. – Dijo en tono algo tímido pero a la vez respetuoso la disciplinada Forestal-
No es nada. Todas y todos estamos a la misma altura y… puedes tutearme. Si has acompañado a mi hija hasta aquí es porque serás alguien especial para ella, algo más que una compañera de escuadrón – Azarel lanzó un guiño a su hija y después a la forestal- ¿me equivoco? – Bromeó, provocando el sonrojo de las dos elfas que sonrieron con cierta timidez-
Bien, volvamos a casa, mamá tendrá ganas de descansar. Saidryl, Zyada, ayudad a vuestra madre con el equipaje y llevarlo hasta el carruaje. – Dijo Faelar con el semblante serio que le caracterizaba-
Una vez cargado el equipaje, Azarel y el resto se acomodaron en el transporte que previamente Faelar había contratado en Lunargenta e iniciaron la marcha hacia la gloriosa capital élfica.
Mientras se aproximaban a su primera parada, ella desconectó del resto mientras alimentaba la vista con el paisaje que iba contemplando desde la ventanilla del carruaje, La belleza del Bosque Canción Eterna, el revolotear de los dracohalcones, el resplandor matutino de aquella primavera eterna de la que siempre hablaba en las noches de fogata con los miembros de La Horda que compartía las distintas operaciones y que no conocían la grandeza de Quel’thalas.
La primera parada estaba próxima, en enclave de Los Forestales donde Zyada y Eledrieth debían apearse para seguir prestado su servicio, al recordarlo, Azarel dejó de contemplar el paisaje por la ventanilla y dirigió la vista a su hija… ambas cruzaron la mirada, pero en un momento, Zyada la desvió, algo que nunca pasó entre ellas, sólo cuando la forestal era una niña, hacía algo que a su madre no le gustaba y esta se lo reprochaba. Aquel gesto hizo que Azarel se preocupara por un instante, pero ya el transporte acababa de llegar a su primer destino.
Estaremos una semana realizando varias maniobras, nos veremos a la vuelta – le dijo Zyada a su madre después de despedirse de los demás-
Que vaya todo bien, os estaremos esperando –contestó Azarel sonriendo y saludando con la mano-
El viaje continuó hasta Lunargenta y ya en sus bulliciosas calles Azarel seguía mirando por la ventanilla, en silencio, contemplando la belleza de la ciudad que le vio nacer.
El día transcurrió con normalidad. Faelar, como todos los días, estuvo atendiendo el negocio familiar. Saidryl, que quería ser mago, asistiendo a las clases que impartía Miryel, su tía, hermana de Faelar.
Llegó la noche y después de darse un relajante baño, Azarel ya en la alcoba matrimonial, asomada al amplio balcón de la misma, contemplaba la ciudad. No había dejado de darle vueltas a lo acontecido con Zyada, de alguna manera sentía que algo no iba bien.
Faelar entró en la habitación y pudo ver a la elfa asomada en el balcón, ataviada con un camisón que permitía adivinar su esbelta silueta reforzada por la contraluz del resplandor que proporcionaban las luces de la ciudad, se acercó a ella en silencio colocándose detrás y posando suavemente la mano en su hombro.
¿Estás bien, mi amor? –le susurró mientras seguía acariciando su hombro-
Sí, estoy bien – le dijo mientras apoyaba la cabeza en el pecho del Elfo- aunque hay algo que me preocupa de Zyada –prosiguió, contándole la pequeña anécdota-
Debe haber sido un acto reflejo, una coincidencia, no le des más importancia a eso – comentó Faelar –
Sí, tal vez tengas razón, mi amor . -Dijo Azarel-
Por cierto, esta noche estás especialmente bella . *Se nota que te sienta bien la acción –*susurró el elfo.