La batalla había empezado por la mañana - los Faucedraco habían caído, y los revolucionarios se abrían paso a través de Durotar. Un grupo de "Héroes", ya había llegado a las puertas, y fue diezmado por la máquina de guerra goblin - aquel escorpión que había mandado a construir el Jefe de Guerra. Pero llegarían más. Y lo sabía.
Para cuando llegó la segunda oleada, seguían tras las puertas reforzadas.
—Ronkado.
Escuchó su nombre, por encima de la artillería destrozando las puertas de la fortaleza. El Kor'kron, tras la pared, tenía el hacha en la mano. Él y pocos más era lo que restaba de la defensa de las puertas. La enorme máquina goblin empezaba a fallar, por los ruidos que emitía - y los demás estaban impacientes. Giró la cabeza a quien le hablaba, un orco bastante más jóven que él.
—No es momento para charlar, Recluta.
Comentó. El combate seguía. Y el recluta no se callaba. Estaba más que claro que serían carne de cañón.
—¿Es esto una muerte honorable?
El mayor suspiró, asintiendo. Aunque en ese momento el hacha le pesaba más que de costumbre, mantuvo la mirada al frente. Intentando mantener, claro está, la compostura.
—Lo es, chico. Morir por el Jefe de Guerra es el mayor de los honores - además, no caeremos sin luchar.
Mentía. No había honor en lo que habían hecho - habían arrasado con civiles, masacrado inocentes y quemado campos. Sabía bien que eso era nada más que un oscuro reflejo de lo más primitivo y barbárico de la horda. No, no había ya honor en ser un Kor'kron. Aquel orco al que siguió en Rasganorte, y a lo largo de los duros años del Cataclismo, no era más que un tirano loco en aquel momento.
Pero, la voz del jóven, le despertó de nuevo de sus pensamientos.
—Entonces con honor, Capitán. Nuestros ancestros nos sonríen.
Asintió, justo para ver abrirse las puertas. "¡Lok'tar Ogar!", "¡Por la auténtica Horda!", gritaron los demás, cargando ciegamente hacia la batalla. El capitán se quedó de pie, mirando confuso, mientras los suyos caían a manos de los lanzagujas élficos. Corrió en dirección opuesta, no estando dispuesto a morir allí.
Los Maestros del Acero escucharon sus pasos, y le dedicaron una... "Mirada", extrañada, pues estaban ciegos. No sabía bien qué era eso, pero pronto les escuchó combatiendo. Cruzó a Orgrimmar, para presenciar aquel horrible interrogatorio. Iba a dar el aviso, pero el ruido ya debió ser suficiente, pues todos tomaron armas y esperaron.
Salió rápido del Valle de la Fuerza, bajo pretexto de que tenía ordenes que comunicar al Valle del Honor. Pero eran mentiras. Una vez pasó a la zona, entró a una casa que hacía poco había sido desalojada, y se miró en el filo de su hacha. ¿En qué se había convertido...? Se encerró allí, desarmándose, dejando su armadura y tabardo a un lado, esperó a que todo acabase.
Acabó. Por suerte.
Fue juzgado, como los demás, pero a diferencia de ellos él aceptó su condena, y permaneció encarcelado, apaciguado, parecía ser. Pronto le dejaron ir, y estuvo un tiempo en la forja, pero no podía quedarse en Orgrimmar.
Vol'jin sería un buen Jefe de Guerra, pero quién sabía cuando encontrarían al próximo Garrosh.
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Peregrinó, a Pandaria, y estudió el camino del Monje, dejando atrás los días de las placas y las hachas. No le costó, y los maestros del Pico de la Serenidad lo tuvieron muy en cuenta.
Llegaban noticias del mundo, de vez en cuando, a la casa en mitad de la nada que ocupó el orco, donde pasaba la mayoría del tiempo, meditando. La Legión, la nueva Jefa de Guerra... Pero no abandonó su lugar.
Sólo cuando la montaña ardió en fuego verde, tomó de nuevo sus armas, y luchó junto a los monjes. Y después de ello, cuando habían ido a Argus, él se quedó atrás. Y volvió a los Baldíos.
Y allí se quedó. Como un ermitaño, practicando la senda del monje en solitario, en su rancho de jabalíes. De vez en cuando pasaban viajeros, o militares al empezar la guerra, a tomar algo de agua o pedirle comida.
Pero, mientras que les asistía con honestidad, y con toda la ayuda que pudiese ofrecer, jamás portó el estandarte de nuevo -- y últimamente, aquel símbolo que amó en un pasado, ha sido quebrado y transformado en algo, para él, peor que lo que creó Grito Infernal.
Pero guardaría su opinión. Y seguiría en su rancho.
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