1. UN ACUERDO TÁCITO
Llevaba un tiempo sintiendo su llamada, enmarcada por unos labios carnosos y dulces, blandiendo palabras con una voz cálida como el verano. No siempre era fría y candorosa, como la presentaban los poetas; la Muerte también podía ser atrevida, excitante, intrépida… y apasionada.
“Aún no ” solía replicarle cuando llamaba a las puertas de su reino “Mi trabajo aún no ha terminado ”.
Pero su reino era una fortaleza en ruinas, arrebatada por la oscuridad y el invierno. Sus puertas estaban todas entreabiertas, rotas sus ventanas, apagados los braseros, las cortinas deshilachadas y las camas huecas.
“Tu trabajo ha naufragado ” respondía la Muerte, que ansiaba saborear sus labios “Tus vasallos supieron verlo y te abandonaron. No seas obstinada. Ven a mis brazos ”.
Un simple vistazo bastaría para que cualquiera se diese cuenta de la verdad en sus palabras, pero Shiannas veía el mundo desenfocado por su orgullo.
“Aún no ”.
“Volveré acompañada" le advirtió la Muerte "Y entonces serás tú la que busque cortejarme ”.
Una extraña quietud la había abordado en los días posteriores. Sabía que la Muerte vendría a por ella, pero, de algún modo, ya no la temía. ¿Por qué habría de hacerlo? El mundo le había arrebatado a sus padres, a su esposo; le había robado el corazón de su hija. Una parte de Shiannas había querido que Sangre Umbría fuera su segunda familia, un injerto que llenase el vacío de su corazón. Pero incluso ellos la habían abandonado.
Poder. Saber. Libertad. Si cerraba los ojos, todavía podía escuchar el eco de su propia voz prometiendo tales dones a quienes hincaran la rodilla. Los mismos pasillos que coreaban sus discursos habían enmudecido desde entonces, testigos silenciosos de su potencial derrochado.
“Ingratos ”.
No, ya no le temía a la Muerte; no más de lo que temía afrontar la realidad y sufrir las consecuencias de sus innumerables equivocaciones. Por eso, cuando las puertas entreabiertas de su reino estallaron, ella barrió las telarañas del gran salón del trono y se sentó a la espera de conceder una última audiencia.
La Muerte había cumplido su promesa y llegó acompañada, disfrazada entre los asistentes.
—¿Sabes cómo hemos dado contigo? —Inquirió una voz, acusando a la elfa con un dedo.
Shiannas se detuvo a observar a la mujer que encabezaba la marcha. Era una draenei, alta, de paso decidido y semblante orgulloso; blandía un tridente y vestía una armadura negra como la boca del lobo. Sobre su cráneo rapado brillaba un símbolo dorado del mismo color que sus ojos.
—Déjame adivinar… ¿El destino os ha conducido hasta mí? —Respondió Shiannas tras un largo silencio. Había cierta burla en su tono, pero también resignación y cansancio.
—La Luz nos guió. Quiso que la más azarosa de las coincidencias aconteciera y mis agentes se cruzasen con uno de tus desertores. Bastaron unas pocas monedas para hacerlo hablar.
Shiannas reconoció en la voz de la draenei el mismo deje de autoridad que ella misma había inspirado en el pasado. Arrugó los labios y descruzó las piernas.
—¿Quién eres? —inquirió Shiannas —. ¿Una especie de justiciera? No esperaba que la Muerte decidiera vestir un rostro tan beato.
La draenei enarboló el tridente y avanzó a través de la gran sala. Sus pezuñas despertaron un eco que reverberó como una advertencia.
—Me llamo Enaara y soy la voluntad de la Luz manifiesta. Soy su espada. Su ira. La fusta que persigue y castiga a los herejes. La Justicia demanda tu cabeza.
Sus palabras despertaron un recuerdo en la memoria de la elfa.
—Eres la líder del Sol Sangriento. Tu secta dice servir a la Luz, pero matáis a sueldo. ¿Quién ha pedido mi cabeza?
Shiannas había oteado con anterioridad en el Vacío y éste le había devuelto la mirada. Sin embargo, ninguna de sus abominaciones había conseguido espeluznarla tanto como la mirada que blandía Enaara. Implacable.
La draenei no tardó en sonreír también.
—Tienes muchos enemigos. La Luz ha escuchado sus plegarias de justicia. No te recomiendo oponer resistencia.
—No lo haré —respondió Shiannas —. Sé qué me aguarda al otro lado. Estoy lista para partir.
—Una muerte presta es más de lo que te mereces. No, Shiannas, me temo que no saborearás la muerte de inmediato.
La luz mortecina que alumbraba los ojos de Shiannas palideció. La paz que había conseguido hallar en la certeza de una muerte limpia se desvaneció rápido, dejando paso a la sombra de la sospecha.
—La voluntad de la Luz es otra —continuó Enaara —. No solo purgamos, también redimimos. Viajarás hasta nuestra Catedral Roja y harás penitencia por tus pecados; encontrarás que el dolor es un gran maestro y un mejor terapeuta —siseó. Entonces, volviéndose a las figuras encapuchadas que la seguían de cerca, dijo: —. Preparad las cadenas y grilletes. La Luz se cobrará su diezmo.
Aún mientras los asesinos se cernían sobre ella y la cercaban, Shiannas advirtió a la Muerte observando desde las columnas, divertida. Parecía conforme, pero ya no era atrevida, excitante, intrépida y apasionada. Tampoco era como la cantaban los poetas, fría y candorosa.
“Te advertí de que volvería acompañada. Cortéjame y consideraré ahorrarte el martirio ”
Shiannas estiró el cuello y trató de alcanzar sus labios. La Muerte cerró los ojos, complacida, y se inclinó para entregarse al beso. Había domado a la bestia. Había domesticado su orgullo. No planeaba ahorrar su sufrimiento, pero tal vez se plantease…
Un mordisco arrancó a la Muerte de sus abstracciones. Su sangre empapaba el rostro de la elfa, que sostenía entre sus dientes el pedazo de carne arrancado. Sus ojos destellaban.
“Prefiero la tortura a tu falsa misericordia ” escupió en el rostro de la Muerte.
“¡Creí que preferirías mi piedad a su castigo! ” replicó, conmocionada pero colérica “¡Creí que preferirías el Olvido a enfrentar de nuevo el mundo! ”.
No se resistió cuando los grilletes buscaron sus muñecas desnudas. Enaara y los demás tiraron después de las cadenas y la arrastraron como un despojo por el suelo empedrado. Afuera nevaba. Varios coches tirados por caballos blancos aguardaban en la calzada.
“Prefiero morir a enfrentar mi pasado; los errores que cometí como madre, esposa y líder ” consintió Shiannas “Pero si el precio a pagar por la Nada es agachar la cabeza y suplicarte, prefiero enfrentar otros mil años la soledad de este mundo, antes que acompañarte al siguiente”.
La Muerte espoleó las riendas de su corcel esquelético al tiempo que los carruajes se ponían en marcha.
“Has elegido el camino del Dolor” espetó.
—Voy a romperte —murmuró a su vez Enaara —. Por dentro y por fuera.
“El Dolor es el único camino” respondió Shiannas “Aquellos que lo abandonan se extravían para siempre”.