Banda sonora
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Cerró los ojos mientras se preparaban para el viaje. Podía recordar con nitidez la voz del Anciano, la oscuridad empapada que anegaba su salón del trono, el centenar de polillas que iban y venían tan solo atadas a su Señor por el miedo que su sombra inspiraba.
Por aquel entonces ella aún no era la Dama Umbría y Oghma Infinium ni siquiera un proyecto. Sus primeros pasos habían sido como verdugo junto al Anciano, la promesa de un potencial virgen, el capricho de una escayola dúctil todavía. Él se había creído capaz de domarla, pero domesticar a Shiannas era como domesticar a la tormenta o al mar embravecido.
—El poder no corrompe —decía siempre el Anciano —. El poder magnifica la corrupción que uno lleva en su corazón de antemano. El camino que hemos escogido, Shiannas, conduce a la soledad y el aislamiento; tal es el precio del poder.
Despegó los párpados y afiló una mirada impaciente.
—Preparad el portal —su voz era grave, profunda como los abismos de la consciencia —. Una vez lleguemos a Orgrimmar tendremos que buscar donde asentarnos.
Decenas de ojos la rehuían. Hubo una época en la que Shiannas era la madre de todos ellos, mentira que incluso ella misma se había llegado a creer; pero ahora, ahora la admiración y el respeto se confundían con el miedo. No era muy distinta al Anciano.
—He visto tu futuro —había confesado el Anciano —. Tu destino está nublado, pero advierto una caída y un póstumo ascenso. Si permaneces a mi lado sé que juntos lograremos grandes cosas. Nuestras intrigas pondrán de rodillas a los poderosos, nuestras mentiras enfrentarán a los sabios, nuestras argucias envenenarán a los justos. Tiempo es todo cuanto necesitamos.
Pero ella repudiaba al Anciano. Él era el hombre que había sembrado la oscuridad en su seno, pero se había descuidado; no había hecho nada por enderezar la vegetación de su finca. El jardín que debió ser se había transformado en una selva en la que su agricultor ya no era bienvenido.
Si aquel era en verdad su destino, Shiannas no pretendía compartir el poder. Ni con él ni con ningún otro.
—¿Volveremos aquí cuando todo acabe? —de entre todos, Teslyn era la que más unida estaba a la Dama. Aún era capaz de sostener la oscuridad de sus ojos.
—Sí —dijo Shiannas, y el eco que arrastró hizo que los árboles se estremecieran —. Volveremos cuando todo acabe.
Teslyn asintió con diligencia y le devolvió una mirada distante, una mirada que le recordó a otra que se le había grabado a fuego.
—Mátala —había ordenado el Anciano.
Shiannas deslizó un dedo y en su mano apareció un filo de sombras. Habían encadenado a una mujer, una orco bruja, en el centro de la estancia. Había intentado matar al Anciano y su imprudencia le costaría la vida.
Avanzó hasta quedar junto a ella. La orco le devolvió una mirada distante a su verdugo.
—Os estáis condenando al servicio del Anciano —gruñó la bruja. Aún jadeaba por la paliza —. Estáis a la deriva en un agua que ha puesto a hervir a fuego lento. Cuando queráis daros cuenta ya será demasiado tarde.
La risa del Anciano empequeñeció a la orco, pero no fue él quien desnudó los colores de su rostro y pintó al verde de blanco mortecino. La orco había visto algo en la mirada de su verdugo. Había visto la muerte, el desamparo y el calvario que le deparaba a todo lo vivo. Aquella mujer que le rebanaría el cuello era una descastada, tan solo leal a sí misma.
—¿Quién eres? —preguntó en voz baja, incapaz de despegar los ojos de aquel océano de destrucción.
Shiannas se inclinó y apoyó el filo en el cuello desnudo. Las sombras chisporroteaban.
—Soy la que triunfará donde tú has fallado —susurró la elfa. La hoja perforó la carne como mantequilla y la orco se desplomó a un lado, ahogándose en su propia sangre. Entonces, volviéndose hacia el Anciano, dijo —. Está hecho, “mi señor”.
Tan necio era el Anciano, tan arrogante, que no había sido capaz de predecir un futuro en el que Shiannas ya no lo necesitase. Él le había dado todo para convertirla en su reina; ella lo había aceptado todo para convertirlo en su peón.
El portal se dibujó frente a ella poco a poco. La imagen temblorosa de Durotar apareció enmarcada por un borde centelleante. Era más que una ciudad lo que le esperaba al otro lado. Era más que una reunión donde tratar de imponerse. Que los hombres pequeños se contentaran con la discusión superflua, ella se había hartado de seguirles la corriente y mimar sus frágiles egos. No… ella buscaba algo más en esta ocasión.
—Y una vez gobernemos, querida mía, reharemos este mundo a nuestra imagen y semejanza.
Pretencioso. Ella era ambiciosa pero no estaba ciega. De ningún modo llegaría nunca a gobernar el mundo, ni tan siquiera la Horda. Pero…
—Cruzad el portal y recordad: somos Sangre Umbría. No estamos aquí para ser condescendientes con nadie. Respondemos ante la Jefa de Guerra, pero no olvidéis que vuestra lealtad reside exclusivamente en mí.
…pero podía forjar su propio pequeño imperio. Podía enhebrar una telaraña en la que enredar a todos con sus intrigas. Podía vengarse de aquellos a quienes odiaba, y aquellos a quienes odiaba eran más de los que se podían contar.
Turletes y la Espada Roja. La afrenta en Tierras Altas Crepusculares solo podía retribuirse con la muerte de todos ellos.
Vo’dral y Trol Kalar. Se habían reído de Shiannas aquella primera vez en la asamblea de Cima del Trueno. Un insulto que pagarían con sangre.
Zorro y Hoja de la Noche. Su crimen se parecía al de la orco; habían cometido la insensatez de infravalorarla, habían creído que podían infiltrarse y tenerla vigilada. Se equivocaban y lo pagarían con sus vidas.
Garador y los Siete Círculos. Shiannas los había rescatado y había tratado de unírselos; no solo no habían cedido si no que la habían desafiado en su propia casa. Por su ofensa los enviaría a las Tierras Sombrías a reflexionar por los siglos de los siglos.
Drak’gol. No lo odiaba, pero el caballero de la muerte se daría cuenta tarde o temprano de que Shiannas solo se era fiel a sí misma, y entonces se convertiría en su enemigo. Le recordaba al Anciano en cierto sentido: tan seguro, tan confiado de su complicidad con Shiannas, que apenas se había percatado de que había sido hecho peón.
—¿Por qué estamos exactamente en Orgrimmar, mi Dama?
De nuevo Teslyn. Hacía un calor apabullante en la ciudad.
—Hemos caído y es el momento de que ascendamos —respondió, sus ojos soltando ascuas —. Hemos muerto y es el momento de que renazcamos. El Clan Quemasendas nos ha convocado a todos; escuchemos lo que tienen que decir y finjamos que aún somos leales a los preceptos de su Horda.
—Hay una Asamblea —comprendió Teslyn. Sonó como una pregunta, pero Shiannas sabía interpretar muy bien el tono de aquella, a la que hubo de querer como a su hija.
—Hay una oportunidad —concedió la Dama Umbría —. De reclamar lo que es nuestro.
—¿Y qué es nuestro?
—¡El mundo es nuestro!
—El resarcimiento.