La orgullosa nave de la Cruzada se abría camino en el cielo. El Gloria de Tirion estaba reparado y en condiciones de lanzar un nuevo asalto gracias a su recién incorporada arma. La navegación entre las nubes y el silencio impuesto por la Teniente Ybis, al mando, junto al despliegue de varios autogiros, hacían que el objetivo fuera difícil de fijar por parte de la plaga. Una formación de cuatro iba desplegada realizando un rumbo errático y ruidoso.
Era un cebo. Sus tripulantes sabían a lo que iban, conocían el precio de exponerse tanto, liderados por Kotick, una valiente druida. Cuando sus motores se fueron apagando poco a poco entre los chillidos de los murciélagos de la plaga por la distancia, la tripulación guardó silencio mientras oraban porque tal vez no volvieran, aunque eso fuera lo que les daría el tiempo necesario para golpear.
Un relámpago fue el preludio del descenso.
– Motores a media potencia, velocidad de combate. ¡Todos a sus puestos! – Ybis dio la orden en el momento más preciso posible al alférez que la acompañaba, que se comunicó con la sala de máquinas mediante una palanca que hacía sonar una campana más abajo, justo cuando sobrevolaban el lugar donde acechaban las Vermis de Escarcha. Salió una, dos, tres. - ¡FUEGO!
El nuevo cañón vomitó su fuego desde el castillo de proa, apuntando hacia la guarida, por la amura de babor. Una lengua destructiva hizo que el inmenso navío se escorase. Por fortuna, en posiciones de combate estaban todos atados a un ingenioso sistema de arneses que se escondía bajo la regala de la cubierta principal.
– Sesenta grados a estribor – Y el timonel obedeció. El retroceso del cañonazo fue lo suficientemente fuerte como para que el navío obedeciera prácticamente al instante. - ¡Cañones! ¡Fuego!
Luego una andanada de la cubierta de cañones de babor barrió el suelo, mientras que un derrumbamiento cegaba la guarida de vermis y hacía estragos en tierra. El cañón derretía el acero negro de las construcciones de la plaga, la piedra y aquellos a los que se cruzaba. La goblin, Mechacorta, había sido exacta, y estaba recargando. La Cruzada Escarlata la había tratado mal, así que no dudó cuando le ofrecieron el puesto de artillera de su obra, la Rompetundras.
– Ciento ochenta grados a estribor, timonel. Alferez, disminuya progresivamente la potencia hasta mitad de crucero. – Eso permitiría que las Vermis alcanzaran el navío.
Fuera Shindralas y Safira, dos caballeros de Acherus, se aferraban a la cubierta intratables. Junto a ellos brillaba una piedramuerte, un artefacto de la plaga que servía para amplificar la magia necrótica en gran medida. Se habían hecho con ella un tiempo anterior. Ambos miraban con ojos de cazador a la primera de las Vermis que se acercaban.
Shindralas lanzó su zona antimagia cuando su aliento recorrió la cubierta principal helando todo. Bajo la regala esperaba el resto de la tripulación, conocedor de la maniobra que tenían que hacer. La vermis iba a luchar como lo hacen las vermis, pero ellos no eran exactamente cruzados y habían estudiado el movimiento: la tripulación aguardaba su momento a salvo.
El intento de control mental de Safira en mitad del planeo de la vermis la cogió desprevenida. Normalmente nadie intentaría hacer algo así.
Ybis miró el cronómetro, restaban veinticinco segundos para que el cañón pudiera disparar de nuevo. Sostuvo la respiración mientras los huesos del antiguo dragón azul reanimado golpearon la cubierta.
La idea no era controlarla, sino desconcertarla, provocar un movimiento estúpido. Y lo logró. En ese momento decenas de arpones santificados atravesaron el cuerpo del titán no muerto y la piedramuerte comenzó a drenar la energía necrótica que la animaba mientras rugía y vomitaba escarcha fútilmente. Krosel lideró a un grupo que cargó contra el ser, seccionando su esqueleto allá donde se canalizaba la magia que la mantenía en pie con sus poderosos, fuertes y violentos golpes.
– Teniente, velocidad de crucero. Timonel, noventa grados a babor. ¡Cañones de estribor! ¡Fuego! – Estaban cargados. La tripulación sólo había tenido que cambiar de banda y disparar, esta vez todos a la vez. No era una andanada, las balas eran perdidas, pero el retroceso haría que la nave volviera a virar violentamente. Lo suficiente para que el cañón principal tuviera el ángulo necesario para derribar a la segunda vermis.
La goblin esta vez no esperó la orden, disparó y la nave volvió a cabecear con violencia. Los restos de la primera comenzaron a disgregarse con el movimiento, ya que la magia que los mantenía unidos la había debilitado. Pero nadie cantó victoria, ni siquiera cuando el siguiente enemigo había recibido el golpe y se estrellaba contra el suelo.
Ahora era el momento de la persecución, ya la tercera estaba volando alto, analizando cómo destruir a esos cruzados, con la mente nublada por la venganza, o lo que fuera que la mantuviera viva.
Algunos tripulantes disparaban desde la cubierta. Entre ellos destacaban dos: Ton y Muflar. El primero era un científico, pero sabía disparar y su rifle podía hacerlo con una cadencia muy decente o bien de forma más precisa. Sus disparos le buscaban las cosquillas a la vermis, mientras que el pandaren, normalmente cocinero, pero amante de los fuegos artificiales, preparaba un cohete muy cargado.
En su siguiente pasada el enemigo alcanzó a parte de la tripulación, enterrándola en tumbas de hielo. Ya se habían acabado casi todos los trucos y estos eran los huevos que se iban a perder mientras se hacía la tortilla.
– ¡No desfallezcáis! – gritó uno de los sargentos. – ¡Seguid disparando!
Cuando iba a comenzar una nueva y letal pasada… justo tras un infructuoso disparo del cañón principal, una precisa bala de Ton dio en las cercanías de uno de sus ojos. Lo suficiente como para que abortara la maniobra. Con todo el costado expuesto, Muflar apuntó y disparó. La explosión descomunal le sorprendió incluso a él. La goblin había preparado esa carga, y ahora comenzaba a maniobrar en el cañón principal.
– Ponga de nuevo rumbo al objetivo, velocidad de combate. – Ybis dio la nueva orden mientras que se oían chillidos de gárgolas y murciélagos. Muchos objetivos pequeños, esto iba a ser un problema. – ¡Desplieguen las redes!
La tripulación levantó una carpa jaula sobre la cubierta usando un ingenioso sistema de poleas y pequeños mástiles. No detendrían del todo a los enemigos, pero les obstaculizaría el suficiente tiempo.
Cuando tuvo a tiro Aldul’thar, la goblin disparó de nuevo. El combate comenzó a recrudecerse, ya era cuerpo a cuerpo sobre la cubierta, mientras que otros engendros de la plaga intentaban abrir brecha en el pantoque del navío. A la panza de este bajaron rápidamente Safira y Shindralas, mientras que Ton, Krosel, Muflar y ella misma trataban de alejarles a medida que los incesantes ataques rasgaban la jaula y perforaban la defensa. En más de una ocasión una carga de Krosel, un espadazo de Safira, un disparo de Ton, la cobertura de artillería improvisada a corta distancia de Muflar o un elegante movimiento de Shindralas la salvó de una muerte casi segura. Ese era su equipo. Moriría por cualquiera de ellos.
Entonces, tras evitar un desgarro letal en el cuello con un escudo de hielo, Ybis vio cómo la gárgola desaparecía frente a ella, arrastrada por una estela oscura. La druida Kotick había llegado, y por el sonido de los autogiros que lideraba, la batalla iba a desequilibrarse de nuevo por su lado.
Aterrizó con forma de oso, a la par que Shindralas y Safira regresaban tras haber despejado la sala de máquinas y dejado ahí a un escuadrón al cargo. El grupo cerró la formación junto al castillo de popa, la tripulación se replegó a sus escondites en la regala. Durante algunos segundos tensos los autogiros hicieron su trabajo gracias a su sistema de proyectiles de repetición. Mientras la plaga se replegaba, fueron aterrizando.
Entonces, y sólo entonces, comenzó a llover la muerte que los soldados reservaban para los ocupantes de las puertas con un duro castigo y el enemigo en retirada en la ciudad de la plaga con toda la potencia de su artillería y la superioridad aérea.
Al fin pudieron bajar y rescatar a los cruzados restantes. La misión había sido un éxito y las bajas no eran numerosas, pero las había. Ya habría tiempo de llorar a los muertos cuando aterrizaran.
Las defensas en Aldul’Thar han sido destruidas, así como las defensas de la Ciudad de la Plaga. En las maniobras ha caído casi todo lo que la plaga podía mantener en el aire por el momento, así que se cuenta con superioridad aérea.
Además se ha podido rescatar al contingente de cruzados que se encontraba en la ciudad de la plaga.
Ybis Vientosolar.