– Me gustaría conocer tu opinión sobre los resultados en esta campaña. – La mujer, de cabellos y ojos negros como la noche, cruzaba sus piernas a la par que se apoyaba en el respaldo de su silla.
Al frente, se sentaba un hombre canoso, con cicatrices y vendajes que atraviesan sus brazos y pecho. Fijando su mirada en su interlocutora, responde utilizando un tono de voz grave y pausado.
– Los resultados han sido satisfactorios, lady Crawford. – respondió, con sequedad. Cassandra, por su parte, rebufó, señal que fue suficiente para saber que esperaba más profundidad en su punto de vista. – Hemos conseguido nuestro objetivo, si bien podríamos haber sufrido bastantes pérdidas. – Sus ojos se perdieron en la pared tras la joven que le enfrentaba. - Son jóvenes y se dejan llevar por sus emociones. Me gustaría ocuparme de darles un entrenamiento… más riguroso.
Cassandra, antaño una noble lordaeroniana, sabía a qué se estaba refiriendo. Aquellos que le seguían eran ambiciosos, inteligentes y capaces sin ninguna duda, pero no poseían la rectitud de un ejército.
Para formar la nueva “mano militar” necesitaría algo más que eso. Con pesar, confirmó las palabras de su consejero:
– Lo dejo en tus manos, lord Blackwall. Confío en ti en honor a mi padre, sabiendo que fuisteis grandes aliados… y amigos. – Durante un momento, la mujer recordó como Blackwall le había contado sobre las historias que ambos (su padre y él) habían compartido de jóvenes. Ambos habían compartido batallas y negocios.
Desgraciadamente, el heroísmo y la guerra se lo llevaron antes de tiempo. Por eso, prefirió centrarse en el presente, y en el regalo que su vientre portaba, acariciándolo suavemente.
La noticia de su embarazo era un secreto a voces, todos lo habían intuido. Se propuso anunciárselo, esta vez oficialmente, al que era su hombre de confianza, para delegar en él esta parte de sus responsabilidades.
– Yo marcharé por un tiempo. – Como si lo conociera de hacía años, se apresuró a interrumpir a Merek, que ya preparaba su discurso. – Y no quiero que nadie me acompañe. Debo preparar todo para que mi familia no tenga el mismo destino que la de mi padre. – Suspiró, ya que su progenitor nunca tuvo tiempo para ella ni su hermana. Por buen hombre que fuera, este hecho le impedía borrar todo el rencor.
Miró fijamente los ojos castaños del soldado, suplicante. – Espero que lo comprendas, mylord.
Ambos se trataban con sumo respecto, pese a que en la jerarquía que ahora ocupaban ella estaba por encima. Como recordando sus viejos hábitos nobiliarios, ambos disfrutaban de entenderse de aquellas maneras.
Evitando una negativa por respuesta con habilidad, trató de desviar el tema de la conversación. Fue entonces cuando se dio cuenta de que Blackwall nunca habló de su familia. ¿Quizás albergaba un pasado más oscuro, como ella? Su curiosidad natural le instó a preguntar.
– Disculpadme, pero nunca me habéis hablado de vuestra familia.-
Estupefacto y sorprendido por la pregunta, el viejo capitán entornó sus ojos. Tratando de apartar los recuerdos que tanto tiempo había alejado, se concentró en planear sus próximas acciones para con el grupo.
Su reacción aumentaba la preocupación de Cassandra por momentos. Esta trató de llamar su atención y sacarlo de su ensimismamiento, pero la cabeza y los recuerdos de Merek Blackwall viajaron tiempo atrás en el tiempo. A un tiempo en el cual sí tuvo una familia feliz y plena.
Recordó momentos clave de su infancia, centrados en su hermano pequeño. Recordó como su hermano siempre le ganaba al escondite, o cómo le pidió aprender a luchar cuando hizo los trece años.
Cuando Blackwall ya era un oficial destacado, su hermano Logan se alistó y empezó a operar en su unidad. Su habilidad con las armas cortas le hizo un nombre, y Merek no podía caber más en su orgullo.
Sin embargo, recordaba con más fuerza el día en que este murió. Abrumados por las fuerzas de la Plaga, muchos cayeron aquel día. La cantidad de no-muertos que Logan asesinaba lo convirtieron en un objetivo, y los líderes de la Plaga no tardaron en señalárselo a sus tropas.
Atravesado por el gancho de una abominación, fue atraído hasta el interior de las líneas enemigas donde fue víctima de los dientes y garras de los necrófagos.
Incapaz de romper las filas, ni siquiera pudo recuperar el cadáver de su hermano. Si la muerte de este ya le supuso un golpe, no poder dar descanso a su cuerpo aún más. Se alejó del resto de su familia (padres, primos) para centrarse en la vida militar, tratando de defender el resto de su nación de los monstruos que tanto daño le habían hecho.
Sin sepultura, el joven y prometedor Logan Blackwall quedó relegado a los recuerdos que aquel soldado no quería revivir, a convertirse en la razón principal de una venganza inviable.
Con el paso de los años, se había transformado en una herida invisible entre las tantas que acarreaba aquel, si no anciano, guerrero entrado en años.
La pregunta había reflotado unos sentimientos que no habían cicatrizado, y estuvo a punto de arrancarle una lágrima. Sin embargo, se contuvo y simplemente esbozó una sonrisa triste, que escondía mucho más sufrimiento del que quería mostrar. Cassandra, que no había vivido mucho, pero era sabia, lo notó.
– Es un tema pecaminoso, querida. – No quería ocultárselo, pero prefería no hablar de ello… de momento. – Como en el caso de muchos, sólo quedan espectros del pasado…
A la luz de la hoguera, ambos compartieron un largo silencio mientras continuaban con la cena. Poco después, se unirían a las celebraciones de los demás. Habían conseguido tener éxito y, para sorpresa de todos, seguían vivos. En aquel mundo en guerra, aquello era decir mucho.
Tiempo atrás, en el Bosque de Argénteos, un renegado permanecía tumbado y apoyado en un árbol. Ataviado con protecciones sencillas, alternaba la visión del paisaje con la contemplación de una placa de soldado, un recuerdo de su vida pasada. Apartándose los apagados mechones rubios que caen por su rostro, fijó en ella sus ojos amarillentos, carentes de expresión ninguna.
“Logan Blackwall – Cabo Primero del Ejército de Gilneas”
Acto seguido, se la guardó en uno de los muchos bolsillos y recovecos que albergan sus ropajes. Deseando que la reunión del Consejo Desolado hubiera tenido éxito, negó para sí mismo asumiendo la realidad actual. La guerra nunca terminaría, a menos que hiciera algo.
– Solo soy un tipo que ha muerto… un Fantasma… – pensó para sí mismo, hablando, sin querer, en voz alta. Frunció el ceño. – Sin embargo, no soy el único que va a desaparecer.
Inmediatamente, se incorporó, decidido. Tenía mucho que hacer si quería que su plan tuviera éxito. Acariciando el acero que portaba en su cinto, empezó a caminar entre los árboles rumbo a un destino incierto…
Si has llegado hasta aquí, espero que te haya gustado. Este relato forma parte de las tramas y relatos concernientes a la hermandad de Canción del Delirio.
Más información en Hilo de Canción del Delirio.