Caminantes de las fauces

Fuera de casa, sentado en un trozo de tierra, tarareando su melodía favorita y dibujando patrones en la fina arena del suelo con un palo que su padre le había tallado una punta para que el pequeño Shal’endir pudiera fingir que era una lanza y sentirse como un gran forestal.

Jugando que vencía a grandes bestias mientras en su imaginación exploraba continentes enteros bajo la atenta mirada de su hermano mayor que siempre cuidaba de el.

Con el tiempo se aburrió de aquello, como todos los pequeños y ahora el era un gran explorador dibujando mapas inimaginables que solo la inocente mente de un niño podría crear. Su pequeña lengua sobresalió mientras usaba su “lanza” para rayar las marcas que representaban todas las tiendas del campamento.
Observó su trabajo y colocó pequeñas ramas a modo de arbolitos alrededor de la imagen. ¡ Y el camino también ! ¡ No podía olvidar el camino porque de ahí venían todas las golosinas y caramelos !

Luego se desvió hacia lo desconocido en algún lugar del borde de su dibujo.
Añadió figuras con las hojas: sus padres, amigos, compañeros y familiares. Todo el mundo estaba sonriendo, le gustaba la gente sonriente … las cosas buenas brotan a través de la felicidad.

Pero mas arriba, en la parte Norte del mapa todo se oscureció con cenizas y llamas, hubo un silbido, luego un rugido y cuando levantó la vista de su dibujo todo se había convertido en sangre, gritos y muerte. Enemigos de la plaga saltaron las barreras con lanzas, arcos, antorchas y todo estaba en llamas salpicado de rojo. Una de las ancianas de la aldea le agarró dejando caer su bastón, el bastón que le hizo su padre, quiso recuperarlo mientras la mujer corría, pero era muy mayor y no podía ir tan rápido como quería.

Cayeron y se deslizaron por una pendiente rocosa, la anciana se puso en pie como pudo pero … ¡ Demasiado lenta ! ¡ Tenían abominaciones detrás de ellos !, metió a Nhail en un tronco hueco, oscuro con las hojas muertas por el otoño y aquella anciana se detuvo con la conciencia tranquila habiendo salvado a un niño hasta su último aliento.
Decenas de flechas impactaron en ella como agujas, pero incluso mientras moría tuvo la fortaleza de invocar un gigantesco torrente arcano, la tierra tembló como si fuera el fin del mundo haciendo morir a las criaturas.

Nhail se despertó con un grito ahogado, el corazón latía locamente en su pecho.

Se sentó. El terror febril de la pesadilla comenzó a remitir, conocía esos horrores demasiado bien para deshacerse de ellos por completo, secó el sudor de la nariz con el borde de la manta y luego simplemente se envolvió intentando razonar consigo mismo.
No había vuelto a tener una pesadilla desde que Kætteren había sacrificado su alma en Ny’alotha para combatir a la corrupción de Shemyazaz, la armadura.

  Pag. 411. El despertar de N'zoth y el contraataque de Azeroth.

Kætteren se mordió el labio inferior, parecía no aceptar un no por respuesta, pero no quería dejar pasar la oportunidad de estar más cerca de él. Ella se sonrojó levemente ante ese pensamiento y se regañó en silencio antes de subirse a su espalda e instantáneamente sintió que su mano derecha se movía para sostenerla firmemente debajo de ella.

— Te das cuenta de dónde …

— Cállate. Mi otra mano está ocupada.

— Y mi herida no tiene presión … necesito ser rápido.

Kætteren cerró los ojos mientras descansaba contra su espalda, sus párpados se volvieron más pesados cuando sintió que Nhail comenzaba a caminar cada vez más rápido. Estaba herido, eso lo sabía, pero parecía que tampoco iba a dejar que lo tratara pronto, maldita sea su arrogancia.Antes de darse cuenta, estaba dormida y saliendo del bosque.

— No mueras

Repetía una y otra vez, como si decirlo mil veces lo hiciera realidad. A lo lejos vio tropas, combatientes ensangrentados y magullados, cansados e indefensos, tal como se sentía Nhail, tal y como se sentía cualquier valiente soldado que atravesó el portal a Ny’alotha.

— No … — susurró. — Cada individuo, con miedo y dolor en sus ojos. No puedo unirme a ellos, no están preparados para el combate, ninguno.

A lo lejos vio a dos hombres tratando de luchar contra un gran ejercito de N’Zoth y luego como la sangre salpicaba el suelo. Solo lágrimas.

Indefenso y cansado. Todos los músculos de su cuerpo estaban cediendo lentamente, haber cedido a la voluntad de la armadura por defenderse le estaba consumiendo, respiraba con dificultad; reduciendo el ritmo cada segundo, sabía que todo había terminado para el.

Tanto que hacer, tan poco tiempo, ¿Quizás debería? — se preguntó antes de presionar sus labios contra los del elfo. Sonrió durante el beso, disfrutando de la sensación de sus labios sobre los de Nhail, su cuerpo moldeándose perfectamente en el de ella. Rompió el beso antes de que se hiciera más profundo, sabiendo que si lo hacía llegaría demasiado lejos y perdería el preciado tiempo.

Sabes que haría cualquier cosa por ti — dijo mientras le atraía a otro beso.— Ahí fuera, no somos nada; ni amigos ni amantes, simplemente alguien buscando venganza y un medio demonio con las horas contadas. Ninguna relación significa que no hay dolor. — aunque ambos sabían que era mentira.— No mueras … solo aguanta un poco más. — respondió reteniendo las lágrimas.

— Sabes que haré cualquier cosa por ti Nhail, y si sacrificarme significa salvarte, lo haré.

Nhail miró a su compañera una vez más, luego se volvió tristemente hacia aquel cielo oscuro y profundo, ignorando el aullido angustiado que resonaba en su alma. Kætteren dio un paso deliberadamente hacia adelante con un gemido desesperado, con aquellos ojos amatistas grabados para siempre con la imagen del elfo entrando en el abismo. Se quedó inmóvil de repente cuando una luz brillante atravesó su vista, se sintió cálida por un momento, casi como si la abrazaran y luego todo volvió oscuro una vez más.

Sabía que no podía amar a nadie más.
> Él era su sol, su propósito.
> Tiraría su alma si se lo dijera.
> Mataría por él.
> Moriría por el.
> Había muerto por él.
> E incluso cuando sus cuerpos yacían uno al lado del otro, fría y muerta.
> Le amaba.

Ahora una parte de ella habitaba dentro de la armadura, purificando toda oscuridad, eclipsando toda corrupción del antiguo portador, ella siempre estaría a su lado de alguna manera, al menos mientras estuviera en Ny’alotha … al menos hasta terminar con su propósito. Sombra del viento estaba sollozando. Su respiración se hizo entrecortada y temblorosa mientras se inclinaba sobre su amiga.

— Kætteren. — susurró.

Sus azules ojos como el cristal ahora nublados por el dolor, se clavaron en los de ella mientras su pecho se agitaba y sentía como cada herida cicatrizaba y sanaba.
De repente, pareció perder su breve pero refrescante ataque de ira y su voz se redujo a un susurro.

— No te olvidaré, seguiré adelante porque así tu lo querías. — Nhail dejó caer las últimas lagrimas antes de asentir. Sonrió antes de mirar más allá de ella, a los cielos nocturnos. — Voy a estar en paz, Kætteren, puedo sentirte en mi alma. — susurró.


El estaba en su tienda. Tenía un alto estatus en este campamento, por lo que tenía su propio lugar. Estas no eran las Montañas Espolón. No había estado allí en muchísimos años. Vivía lo más lejos que podía y aún se encontraba en territorio seguro.

Cerró los ojos y luego los abrió de inmediato, respiró profundamente contando cuidadosamente hasta 10 con cada inhalación. Había pasado mucho tiempo desde que había tenido una pesadilla tan vívida, y estaba profundamente conmocionado. El tiempo no curaba todas las heridas, el lo sabía, pero aun así trató de mantener su pasado exactamente donde debería pertenecer: en el pasado.

Finalmente arrojó la manta y asomó la cabeza fuera de la tienda. Debió ser cerca de medianoche. El campamento estaba en sombras, pero más allá podía ver las praderas bañadas por la luz plateada de la luna. Solo podía ver el fuego de la torre de vigilancia por encima del campamento y el tenue resplandor de las brasas que quedaban en el pozo de fuego de la cena. No había nubes sobre ellos. Cada estrella que se podía ver brillaba en el manto negro del cielo.

Caminó hasta el borde de la pradera y se sentó en una roca redondeada a la luz de la luna. En el pasado, las dos veces que vivió aquí, en Mulgore, a menudo venía a esta pradera para sentarse y pensar o, incluso más a menudo, para conectar la mente con la naturaleza como su maestro le enseñó. Nhail suspiró y levantó las rodillas por debajo de la barbilla.

Siempre fue muy querido en el Poblado Pezuña de Sangre, no pisaba estas amadas tierras desde hacía tres años.

Siempre quiso entrenar y enseñar a los pequeños jóvenes Tauren lo que adquirió de su maestro, especialmente propuso fomentar las artes curativas y el buen uso del sigilo sobre las de la batalla. Pero una parte de el se opuso a eso ya que no quería faltar el respeto a Breind, a pesar de llevar una década batallando sin descanso no era ni la mitad de bueno que su maestro en las artes curativas pero aun así … no quería que su legado fuera olvidado. Pero otra parte siempre le recordaría que ya no estaban en guerra. Este era el tramo de paz más duradero que el mundo había conocido en años y quería mantenerlo así, prefería ver a esos pequeños Tauren juguetear con sus totems de madera, hachas y correr libres sin preocupaciones por las verdes praderas de Mulgore. Aunque eso iba en contra de sus leyes, pues siempre hay que estar listo y preparado para cualquier amenaza no esperada … pero … esta vez tenía intención de volver a Cuna del Invierno y enterrar la armadura por siempre y luego volver a su hogar y pasar tiempo en Quel’thalas.

No supo cuánto tiempo estuvo sentado allí mirando al cielo.
Había una lluvia de estrellas fugaces y esperaba que fueran un buen augurio para lo que vendría. El viento susurraba a través de la hierba junto al trino de los insectos nocturnos. Inhaló profundamente y asimiló los dulces aromas de las flores, el olor de la tierra, incluso el olor de su túnica de cuero.

Mulgore, su hogar, siempre lo fue y lo será, allí empezó todo para el y todo eran buenos recuerdos, siempre fue un Elfo raro, desligado de las costumbres de los suyos propios, detestaba la magia arcana, algo raro en un Quel’dorei aunque habitara en su interior solo la usó una vez, de manera incontrolada cuando pasó dias en una mugrienta celda en Ny’'alotha para liberarse de las cadenas.

Fue interrumpido en sus cavilaciones por el sonido de unos cascos apresurados.

— ¡ Nhail !

Se volvió para mirar quién la llamó. Era la nieta del mejor pescador que jamás conoció, era la nieta de Ahab, Ahab siempre era el primero en despertar de todo el campamento, preparaba su caña y se pasaba toda la mañana pescando para que luego todos tuvieran comida,era el mejor entre ellos además de tener un corazón enorme y siempre tan disciplinado. Esperaba verlo los días que pasara en Mulgore.

‘‘Disciplina chico, disciplina’’

‘‘Cuida del viejo, no vuelvas a escaparte y no hagas de las tuyas, te necesita, tienes que ser sus ojos, recuerda que volveré a verte pronto, te prometo que te llevaré conmigo a conocer mundo, pero ahora tu sitio está aquí junto a él.’’

‘‘Nhail, toma ,pesqué esto para ti, al menos te olvidarás de buscar algo de alimento por unos días, ya sabes de qué manera tienes que cocinarlos, como el viejo te ha enseñado, eh?.’’

Estas palabras le vinieron a la mente, fue la primera vez que tuvo que marcharse de Mulgore para entrenarse y viajar a Rasganorte … habían pasado tantos años … seguramente el viejo no se sienta orgulloso de mi cuando me vea pescando con mis propias manos o usando mis armas … se enfadará, como siempre hacía.
Palabras que siempre le decía en cada una de sus despedidas

— ¿Qué pasa, niña?

— Yo … no creo … creo que ha llegado su hora. Él te quiere.

Nhail comprendió de inmediato y se levantó para regresar al campamento.

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