Tumbado boca abajo y desde su ventajosa posición, el cazador podía ver la escena perfectamente. Las criaturas atacantes habían salido de la nada, y atacaban de manera desquiciada y desorganizada. Más de una vez las había embestir contra uno de sus compañeros, y cuando éste se había apartado sin dificultad, la criatura se había dejado los sesos en la pared que hubiera detrás.
A pesar de su aparente desorganización, el cazador no dudaba de que tuvieran una mente que les controlaba o incluso que fueran una especie de mente colmena, pues la enorme presión que sentía en la cabeza sonaba como millones de voces delirantes. No entendía nada de lo que decían y dudaba de que tuviera sentido alguno, pero cada segundo notaba como perdía la cordura. Ahora entendía al ren’dorei con aquello de “Pase lo que pase, no dejéis llevaros por el miedo”. Su advertencia sobre aquellos enemigos de naturaleza desconocía no había sido ninguna broma, aquellos seres ponían a prueba cada gota de su resistencia mental, y ahora que se había fijado bien en ellos, se había dado cuenta de que eran los mismos que les habían estado atacado desde el primer día que pusieron los pies ahí, pero éstos estaban como consumidos por una energía oscura y brillante al mismo tiempo, una energía que parecía haberlos… poseído.
Un ruido casi imperceptible a su espalda le hizo rodar sobre si mismo a un lado y de inmediato una enorme garra impactó donde había estado un segundo antes. Volvió a rodar en sentido contrario al ver precipitarse una segunda garra y quedó así entre las dos, pudiendo a ver a su atacante… uno de aquellos poseídos que abrió la boca para emitir uno de aquellos dolorosos chillidos, más para lo único que le sirvió aquella vez fue para comerse, un disparo del fusil del cazador, haciendo volar su cabeza en mil pedazos. Sangre negra empapó la armadura del sin’dorei cuando el cuerpo sin vida se precipitó sobre él.
Con un gesto de asco, el sin’dorei lo apartó y se incorporó justo a tiempo para volarle la cabeza a otra criatura que arremetía contra él. Sin aparentemente más molestias, volvió el arma hacia donde peleaban sus compañeros para cubrirles, esta vez con la espalda pegada a la pared y con mejor visibilidad de su entorno más inmediato. Abajo la situación no era demasiado buena; a pesar de usar sus habilidades de magia o fuego combinadas con las potentes armas que habían conseguido los enemigos les rodeaban y era evidente que su mente se estaba debilitando por momentos, como la del propio cazador. Lo bueno era que los enemigos perdían unidades a una gran velocidad.
Los minutos pasaban y aquellas criaturas no parecían agotarse, cosa que sí hacía la resistencia de los tres elfos y la humana. Debían terminar con ellos, y rápido. Acabar como un ser desquiciado en un planeta desconocido no era una idea demasiado atractiva.
Entonces el mago, notando que la piedra que portaba en la bolsa había empezado a brillar la sacó y gritó:
– ¡Concentrad vuestra magia sobre ella! Creo que está intentando ayudar.
Los demás no tenían fuerzas ni de preguntar, de modo que los dos magos empezaron a canalizar un hechizo sobre el brillante objeto y el paladín hacía lo propio con la Luz. El cazador por su parte siguió cubriéndolos mientras realizaban el ritual y observó como la piedra se iluminaba más y más hasta que el brillo inundó toda la habitación, haciendo que las criaturas dudaran… y justo en ese momento la piedra explotó, lanzando una deflagración de Luz y magia que borró a todos los enemigos de la sala y lanzó al cazador y los demás por los aires.
Cegado por la explosión, Hæyhæ no vio nada en un principio, pero si notó que la presión en su mente había desaparecido por completo. Poco a poco, cuando su visión se normalizó y la polvareda que se había levantado se disipó pudo ver como los demás se reponían.
– ¿Estáis todos bien?- preguntó acercándose a ellos.
Asintieron. En realidad ninguno tenía un solo arañazo en la armadura, de ser así el ambiente tóxico y abrasador les habría matado en segundos. El mago seguía sosteniendo en la mano el cristal, el cual había recuperado su aspecto normal.
– Vámonos de aquí de una vez- dijo con hastío.
Recurriendo a un extraño utensilio que les había dado el ren’dorei antes de partir –un agujero de gusano portátil o algo así lo había llamado- el cazador abrió un portal ahí mismo. Un portal que supuestamente les conduciría de regreso a casa. La única condición al usarlo que les había puesto su siniestro ayudante era que no hubiera ningún enemigo cerca.
Los compañeros fueron pasando en orden y abandonaron aquel lugar con suerte, para siempre.
Falla de Telogrus, 4 días antes del combate en Orsis.
Aparecieron en una de las rocas de Telogrus, por fortuna en una lejana y dónde no parecía haber actividad salvo…
– ¡Oh, por fin volvéis!- una voz familiar les recibió- han sido unas semanas muy duras…
– ¿Seman…?- empezó a preguntar el sin’dorei, pero una enorme figura felina se le echó encima y le derribó.
Blackie, el eterno compañero del cazador le saludaba efusivamente entre lamidas ronroneos y maullidos. Ni si quiera la armadura que aún portaba su amigo le importaba a la hora de recibirlo con todo su cariño. El sin’dorei se olvidó de todo el ajetreo del regreso el viaje y demás y abrazó al animal como si no lo hubiera visto en años.
– Realmente te ha echado de menos- observó Daggur, el Desquiciado- y también el otro…- añadió al ver la pequeña bola de pelo y fuego vil ir a encontrarse con el cazador.
– ¿Semanas dices?- repitió el mago- Esta dichosa relatividad del tiempo…
– ¡Eso es mi astuto amigo! Aquí han pasado unas tres semanas pero fuera han sido incluso meses… pero lo prioritario es ahora la piedra y vuestro amigo…
A pesar de la sorpresa, los recién llegados no perdieron el tiempo y se dirigieron a donde estaba Zelgrim. El druida había caído en un estado comatoso un par de días después del combate contra Mantovil. Los médicos de Dalaran lo daban por perdido “El Vacío le está consumiendo” habían dicho. Negándose a aceptar tal destino, habían recurrido a la ayuda de aquel extraño ren’dorei que les había conducido a aquella aventura.
Antes de continuar, dejaron ahí las armaduras y las armas a petición del pícaro. No tomó más de un instante, pues los modernos exoesqueletos se abrían enteros para que ponérselos o quitárselos no tomara más que un paso.
Entonces… se dieron cuenta de que todos –incluso la humana un poco- tenían un brillo blanco-azulado en los ojos. Nada que ver con los elfos nobles, o los caballeros de la muerte, o cualquier cosa que antes hubieran visto. Parecía más… eléctrico.
– Un efecto temporal- les había dicho el ren’dorei- no es nada mortal.
No sin ciertas dudas, siguieron al elfo del vacío hasta donde tenía al druida. Éste se encontraba suspendido en un líquido de color morado, con varias vías para respirar y la zona donde había impactado el cristal del vacío durante el combate tapada por un extraño aparato del que también salían tubos. Su aspecto había empeorado desde la última vez que lo vieron, cuando vieron que de aquella herida salían venas negras que se iban extendiendo poco a poco. Ahora toda su pierna estaba así.
– Es una suerte que hayáis llegado ya, no creo que hubiera resistido mucho más… colocad la piedra ahí- señaló un compartimento de la cápsula de suspensión.
El mago obedeció y en cuanto cerró la tapa, los tubos que iban a la herida se iluminaron y poco a poco, la oscuridad fue remitiendo. Cuando acabó el elfo del vacío drenó el tanque y sacaron al trol, aun inconsciente de ahí. Se le veía desmejorado, y aún más delgado de lo que solía estar, pero por lo menos aquella oscuridad ya no se lo estaba comiendo. Ember visiblemente preocupada permanecía a su lado, atenta a los cambios.
Poco a poco el desmejorado druida comenzó a despertar. Parecía totalmente perdido –lo cual en una falla del vacío era normal- y en un principio no pareció reconocer al grupo, pero según se fue recuperando se le aclaró la mente y se levantó. Los demás no tardaron en darle la bienvenida, la maga en especial y por un momento se les olvidó el monumental cansancio que tenían todos. Sólo el mago con su particular carácter se mostró más distante, lo suficiente como para darse cuenta de que el ren’dorei había desaparecido. Disculpándose un momento, aunque no estaba seguro de que se hubieran dado cuenta se marchó por donde habían venido y no tardó en ver al pícaro junto al portal y otro ren’dorei, este parecía mago. Un elemental de fuego estaba también con ellos.
– ¿Picado por la curiosidad?- el pícaro se percató de su presencia sin siquiera darse la vuelta- Estamos devolviendo esto a dónde pertenece… y sin armaduras sólo un elemental puede aguantar ahí.
– ¿Y por qué no lo enviasteis a él a por la piedra?- preguntó el elfo de sangre llegando a su altura.
– No resiste más que unos minutos, en ese mundo ni si quiera existen los elementales. De hecho vamos a necesitar más de un elemental para poder devolver esto a su sitio.
El mago no preguntó por qué no habían usado ese portal o uno más cercano al objetivo para acceder a ese mundo, ya se lo había explicado antes… no era lo mismo un portal del vacío a un mundo tan peculiar como ese que llevar un anclaje a ese mundo y usarlo desde ahí. Su primera visita ahí había sido muy caótica según el pícaro, pero no había especificado si había sobrevivido sin armadura o cómo la había conseguido sin entrar en el planeta. Vangelys se imaginaba que había usado también un elemental para aquello…
– Devolverá las armas y las armaduras a su sitio, y cuando vuelva cerraremos el portal. No queremos que nada de allí pase a Azeroth ¿verdad?
El sin’dorei negó con la cabeza sin apenas prestar atención, sumido en sus propios pensamientos, mientras el elemental entraba por el portal llevando una caja. Tenía el tamaño suficiente para guardar todas las armaduras y armas que habían portado para la aventura, y su aspecto futurista combinando blancos con azules la situaba también con la tecnología de allí.
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Justo cuando terminó de pasar llegó el resto del grupo, listos ya para marchar. Los magos abrieron portales a sus respectivas ciudades y agradeciéndoselo una vez más al extraño ren’dorei, se marcharon de Telogrus.
Lunargenta, 2 días antes de la Batalla de Orsis
El cazador llegó a casa completamente extenuado. Había llegado por el portal junto a su hijo y el mago (Zel se había ido a Orgrimmar), descubriendo que era plena noche. Sin más dilación se despidieron y cada uno se fue a su hogar. Los únicos que parecían aún con energía eran Blackie y Engañifo, aún eufóricos por el reencuentro. Hæyhæ también se alegraba mucho de ver a sus dos compañeros, en especial a su inseparable Blackie por lo que antes de irse a la cama, les dedicó un tiempo y les puso comida.
Después, sin esperar a que terminaran se fue a la habitación y sin siquiera quitarse la ropa, se dejó caer en la cama. No tardó en sentir a sus dos amigos subirse a ella, pero eso no le impidió caer dormido en cuestión de unos pocos minutos.
A la mañana siguiente
Se despertó bien entrada la mañana, y con bastante buen ánimo. Las horas de sueño le habían sentado muy bien. Se dirigió al baño y se dio una larga ducha para después desayunar y casi ser arroyado por sus dos “compañeros de piso”. Un día normal, vamos.
Cuando estaba tomando un café oyó unos golpes en la puerta. Los felinos, como si de perros se tratara fueron disparados a la entrada. El cazador les siguió sin prisa y abrió la puerta.
– ¿Halduron?
El elegante elfo rubio de ropajes azules, le dedicó una media sonrisa.
– Al fin te encuentro ¿Dónde te habías metido?
– Es… una larga historia…
– Ya, como todas- El General Forestal se cruzó de brazos y arqueó una ceja- Los Errantes partimos a Uldum. Las fuerzas de N’zoth están atacando ahí. He tratado de contactar contigo, pero no encontraba rastro de ti o si quiera de tu gato…
– ¿Mew?- Blackie sabiendo que hablaban de él saludó al elfo dándole un toquecito con su enorme cabeza.
– ¿Contamos contigo?- preguntó acariciando al animal distraídamente.
– Por supuesto- contestó el cazador de inmediato.
– Bien, partimos ya. Prepárate.
Parecía que iba a preguntar algo más… quizá por el brillo de los ojos del cazador, pero al final se despidió y se marchó. Mucha prisa debían llevar para que no se entretuviera en algo así, así Hae se dio prisa y se enfundó en su armadura verde y dorada de forestal.
Entonces cuando fue a recoger su arco sintió como una descarga de poder, como la que había experimentado en el planeta alienígena recorrió su cuerpo e impactó sobre el arma, lanzando ambos por los aires.
El sin’dorei maldijo en varios idiomas mientras los dos felinos, con todo el pero erizado se acercaron a su dueño. Unas palmaditas sirvieron para que se calmaran. Algo aturdido el cazador se dirigió hacia su arma, esperando que su arma no hubiera sufrido daños, pero se encontró con una sorpresa… su arma había cambiado por completo, influida por la explosión e imbuida por un poder extraño, su aspecto era más parecido a las armas que había visto en su aventura, que a las típicas de Azeroth.
Con cautela el sin’dorei cogió el arma. Era fría y muy ligera al tacto, y rezumaba poder. Nunca le había importado la magia, pero lo desconocido… y más sabiendo la naturaleza de la “magia” de aquel lugar, no terminaba de convencerle.
No obstante, no había tiempo para dudas o rectificaciones, así que con un encogimiento de hombros marchó a la batalla.
En la Batalla de Orsis.
El paisaje desde lo alto era desolador, pero aquello no impidió a los Errantes hacer una entrada digna de libro. El sin’dorei había descubierto con gusto que aquel arco no sólo no necesitaba flechas si no que su alcance era superior a cualquiera que hubiera visto antes. Y aún de lejos las flechas resultaban mortales. Los qitir, acólitos y demás despreciables enemigos que había abajo caían con facilidad con sus certeros disparos, pero tenía que procurar que fueran lejos del ejército de Uldum, pues las flechas a veces explotaban al alcanzar su objetivo y no era el momento de averiguar si, como en el planeta desértico, distinguían entre amigos y enemigos.
La batalla en el aire no duró demasiado, uno de los aqir voladores hirió lo suficiente a su montura antes de morir como para que tuviera que realidad un aterrizaje de emergencia, cosa que a Blackie no le hizo la más mínima gracia a pesar de que tomaron tierra sin demasiados problemas.
– Eres un quejica- le recriminó el sin’dorei mientras despedía al dragón herido- los hemos tenido peores.
Su compañero felino le miró con cara de pocos amigos, pero no hizo nada más, sabía que no era el momento. Enemigos y aliados les rodeaban sin darse tregua los unos a los otros. Podía localizar varios gigantes de obsidiana, algunos ya muy deteriorados, una araña gigante recibienodo una paliza de un… parecía un caballero de la muerte, humano seguramente, y por último el enemigo principal, uno de aquellos ignotos descomunal.
– Vamos a ver qué tal les sienta esto de cerca…
Blackie lanzó un potente rugido como respuesta.