Un punto clave de un helado destino
—El mundo me ha dado la espalda de nuevo, por eso he acudido a ti. Comprendes mejor que nadie la amenaza que ensombrece el horizonte.
El eco de su voz jugó con el suave viento que acariciaba la cima de Corona de Hielo, pero sus palabras eran pesadas y firmes como el hierro, ancladas a una realidad oscura y fría como la muerte misma. Aiden estaba arrodillado frente al Trono de Hielo, con la rodilla hincada en el hielo azul de la plataforma y Silencio en su diestra, reflejando la tenue luz fantasmal de los relámpagos sobre ella.
Bolvar tamborileó sus dedos como brasas en el mango de su gran martillo ígneo, una enorme máquina de destrozar imbuida con los fuegos profanos que daban vida al Rey Exánime, como si estuviera sopesando la respuesta.
—Sylvanas es sin duda el mayor peligro para este mundo. Su obra amenaza al equilibrio de la vida y de la muerte, y por ello coincido contigo: debe ser detenida lo antes posible.
Tras su ondeante capucha, Aiden sonrió por primera vez en lo que había parecido una eternidad de pesadilla. Había encontrado en el Rey Exánime un aliado crucial que comprendía tan bien como él la amenaza que suponía la Reina Alma en Pena, y ni siquiera su no muerte fue capaz de arrebatarle aquella sensación de profunda alegría y satisfacción.
—Entonces compartimos objetivos, y por ello estoy dispuesto a cumplir con mi juramento de servir tus designios.
Bolvar asintió con satisfacción.
—El arma que portas, Silencio, tiene un potencial único. Al igual que una guadaña corriente siega el trigo, ella se abre paso entre sus enemigos mientras se alimenta de su muerte. Su conexión con las fuerzas de más allá del velo la ha otorgado un hambre insaciable, pero aún es débil y debe desarrollarse —hizo una pausa para alzar una mano—. Acércate, caballero de la muerte, y deja que pavimente su camino a la leyenda.
Aiden se puso en pie y dio un golpe en el suelo con Silencio, mostrando su conformidad y su agradecimiento. Mientras ascendía, el viento agitó su capa alba y sus cabellos de plata con suavidad, jugando al escondite con su expresión de pura determinación. Había tenido sus dudas a la hora de buscar ayuda en el Rey Exánime, siempre maquinando planes sobre planes que solo él conocía, amasando poder como si estuviera esperando algo.
Había apostado, y no se había equivocado. Cada paso hacia Bolvar era un paso hacia un futuro seguro en Azeroth, abriendo el camino que esperaba que sus habitantes acabaran por recorrer. Los Señores Elementales eran pacíficos, la Plaga casi se podía considerar una aliada, la Legión estaba desmantelada y los Dioses Antiguos yacían muertos en los pozos del olvido, el lugar que les correspondía. Sylvanas era el último obstáculo en ese camino, el último enemigo que debía ser destruido, pues cuando Azeroth naciera por fin ni siquiera los Señores del Vacío, que roen y gimen en su reino más allá de las estrellas, serían un problema. El mundo estaría en paz por siempre, y Aiden soñaba con el día en que pudiera ver su mayor y única ambición plasmada en la realidad.
Al final, con un último y decisivo paso, se detuvo frente a su señor y le tendió a Silencio. El Rey Exánime dejó su martillo y tomó la guadaña con suma delicadeza, como si fuera una madre sosteniendo a su primogénito por primera vez. El Yelmo de Dominación lanzó un ligero sonido a frio y escarcha, y la gema de su frente pasó del ígneo rojo al gélido azul, extendiéndose a los ojos del Carcelero de los Condenados y luego al resto de su carbonizado cuerpo.
Bolvar extendió dos dedos ante la expectante mirada de su adalid y dibujó en el aire una runa que Aiden jamás había visto. Sus trazos eran complejos y hermosos, más que ninguna otra runa que hubiera visto antes, y aunque no conocía su significado podía notar el intenso poder que la recorría. Con precisa lentitud, la mano abrasada descendió sobre el final de la hoja de Silencio hasta que su metal se encontró con la runa de magia pulsante. El indestructible metal siseó como una serpiente furiosa mientras aceptaba la nueva runa, que chispeó y humeó unos segundos antes de calmarse y encenderse junto a las demás.
—Esta es la Runa Sombría, una forma de magia proveniente de más allá del velo. Gracias a su magia de muerte, Silencio ahora está conectada a las Tierras Sombrías por toda la eternidad. No solo se alimentará con más eficacia de la muerte de tus enemigos, caballero de la muerte, sino que ahora podrá beber de las fuentes que aguardan en el Reino de las Sombras.
Bolvar le devolvió la guadaña a Aiden, que la miró con casi la misma luz en los ojos que un niño mira a un juguete nuevo en el Festival de Invierno. Aquella runa era misteriosa y terrible, pero ahora era parte de su creciente poder. Podía notar como la runa atraía fuerzas misteriosas del más allá y las tejía con delicadeza en el entramado metálico de Silencio, haciéndola todavía más fuerte y aterradora.
Aiden lanzó su guadaña como tantas otras veces, y quedó maravillado con el aumento de alcance y velocidad. La hoja surcó el aire cortándolo como si no existiera, sobrepasando en su trayecto los bordes de la plataforma y lanzando un silbido afilado que parecía imitar a un grito de agonía.
—No cabe duda —dijo Aiden cuando Silencio volvía a su lado—. Esta será el arma que marque el destino del mundo y el mío propio, ahora lo veo claro. Estoy a tus órdenes, Fordragón.
—Tal y como debe ser… Señor de la Muerte.
Aiden alzó ambas cejas en un gesto de confusa sorpresa.
— ¿Quieres nombrarme de nuevo Señor de la Muerte? Sabes bien que no busco estatus ni ese tipo de poder.
El Rey Exánime se levantó de su trono, quizá por primera vez, y le hizo un gesto para bajar las escaleras junto a él.
—Ese título pertenece al caballero de la muerte más poderoso de todos, y ahora no hay nadie en Acherus que pueda tan si quiera competir por el puesto. Tu monstruosa hojarruna te ha ascendido a un nuevo nivel de poder.
—El poder no es más que una herramienta, no un objetivo —repuso el caballero de la Muerte—. Sin un propósito, el poder no sirve de nada.
De nuevo, Bolvar asintió.
—Hablas con sabiduría, Hojagélida. Pero eso me lleva a preguntarte algo. ¿Para qué quieres ese poder?
La respuesta estaba clara.
—Para salvar Azeroth de cualquier amenaza.
—Entiendo, pero ¿y después? ¿Qué harás cuando no queden guerras que librar ni enemigos que destruir? ¿Qué será del verdugo si no hay nadie a quien ejecutar?
Aiden apartó la mirada con aire pensativo. Nunca había pensado en que haría después, ni siquiera se había planteado que habría un después . No supo lo que contestar.
—Ya veo. Ni si quiera has llegado a planteártelo —continuó Bolvar—. Yo, en cambio, he tenido mucho tiempo de soledad… he podido pensar en muchas cosas. Aunque el mundo quede libre de toda amenaza, la batalla por mantener el equilibrio es infinita. Así como se suceden las estaciones con el paso del año, la vida y la muerte deben continuar. Pero los mortales solo aprecian la parte creadora del ciclo, pues la parte de destrucción los aterra. Ellos hacen su parte, pero nos corresponde a nosotros, los Malditos, velar por la otra mitad.
Al final, Rey y Príncipe Exánime llegaron a la base de las escaleras. El suave viento había amainado, y los rayos de sol habían comenzado a filtrarse entre las nubes de tormenta, reflejándose en el frio hielo para formar hermosos juegos de sombras y colores que inundaban todo el Trono.
— ¿Por qué me cuentas todo esto?
—Porque ese es tu deber tanto como el mío, y aunque ahora estemos centrados en Sylvanas no podemos olvidar nuestro papel en el cosmos. Todo es parte de mi plan. La traicionera Alma en Pena está bien escondida, y dudo que ni combinando la visión del Yelmo con la suspicacia de tu amigo cuervo podamos encontrarla. Por ello, debemos prepararnos de cara al futuro.
Aiden le miró extrañado, intentando averiguar el significado oculto de sus palabras.
—Entiendo que prefieras luchar en tu propio terreno, pero por lo menos deberíamos intentar encontrar a Sylvanas. Podríamos saber sus movimientos y sus aliados, puede que incluso la fuente de su fuerza.
—No será necesario. Lo que ahora haga Sylvanas no debe ser de nuestra incumbencia, Hojagélida. Por ahora debemos permanecer vigilantes y aumentar nuestras fuerzas para mantener el equilibrio y poder responder cuando vuelva.
—Con todo el respeto, Fordragón —continuó hablando, en un intento por convencer a su señor—, yo estuve tanto en el asedio de Orgrimmar como en su posterior caída, y creo que este es el mejor momento para atacar. No tiene apenas aliados, y los que tiene están dispersos y en guerra contra quien aún sea leal a los ideales del Consejo caído. Pero lo que es más importante, su orgullo está herido. Si la presionamos, podemos hacer que cometa algún error y…
—Suficiente, Hojagélida —le interrumpió con brusquedad; su voz retumbó como el trueno entre montañas lejanas—. Comprendo tus razones, pero quien decide la ruta a seguir soy yo. Y por tanto, centraremos nuestros esfuerzos en mantener el equilibrio reforzando nuestras huestes.
La mano enguantada de Aiden se cerró con fuerza sobre el mango de Silencio, apretando el imbatible metal con la misma ira velada que empezaba a recorrer su cuerpo.
— ¿Nuestras huestes? —Preguntó con un tono tan duro como incrédulo—. ¿Acaso estás pensando en reformar a la Plaga?
—No, Hojagélida, no pretendo reformarla, pues mi intención no es otra que hacerla aún más temible. Donde antes había vulgares necrófagos, ahora habrá una nueva generación de caballeros de la muerte, más grande y terrible que las que la precedieron—. Su voz se volvió terrible y poderosa como el rugido de la avalancha—. Un ejército oscuro que haga temblar Azeroth entero bajo su marcha, que sea admirado y temido por todos como los terribles guardianes del equilibrio de la vida y la muerte.
»Pero para alzar a tales campeones de los Malditos necesitaré un objeto de gran poder, una llave que abra por completo el flujo de sus almas a este mundo y difumine la diferencia entre la vida y la muerte, una forma de nigromancia superior —el Rey alzó su mano ardiente, señalando al callado y ensombrecido caballero de la muerte junto a él—. Y ahí es donde entras tú, Hojagélida, y tu segadora de almas.
—Así que me quieres para que levante tu ejército —respondió en trono neutro. Su rostro estaba completamente oculto en las sombras de su capucha, que se había convertido en un pozo de negrura sin fin del que solo su cabello de azogue podía escapar.
—Iras a Pandaria y buscarás la sepultura de los mayores héroes de la guerra contra N’zoth. Recuerda que no podemos levantarlos a la fuerza, así que está en tu mano convencerlos de la manera que sea. Si es noble o villana, es tu decisión.
—No.
El silencio reinó en Corona de Hielo durante unos eternos segundos. La fría y ardiente mirada de Bolvar se había clavado en los faros azules que flotaban en la capucha de Aiden, manteniendo un duelo de voluntades idéntico al que tuvieron no hacía tanto, poco antes de la forja de Silencio. Solo que esta vez, el caballero no cedía.
— ¿Cómo que no , caballero de la muerte? Recuerda que juraste obediencia a cambio de ayuda para forjar tu arma y proteger el mundo.
—He dicho que no, Bolvar —repitió con tono frio como el hielo.
—No te atrevas a traicionar mi confianza por segunda vez, Aiden Hojagélida. La primera vez fui misericordioso, pero esta vez no aceptaré un nuevo desafío.
Lejos de achantarse, el portador de Silencio dio un paso hacia él con el ceño fruncido.
— ¿Me estás hablando de traicionar confianzas, precisamente tú? Ahora veo claro que nunca quisiste ayudarme, solo querías que forjara una hojarruna capaz de llevar a cabo tu condenado plan —las runas de Silencio titilaron como si la hoja se hubiera dado por aludida—. ¿Para qué demonios te hace falta un ejército?
El Rey Exánime no se quedó atrás.
—Lo sabes bien, Hojagélida. Deseo mantener el equilibrio.
— ¡No me tomes por necio, Bolvar!—alzó la voz—. No me habrías hablado sobre el después de traer la paz si no tuvieras motivos ulteriores. ¿Qué clase de equilibrio es el que quieres imponer para necesitar un ejército tan formidable? ¿Un mundo donde la mitad de la vida sea exterminada, quizá?
—No intentes entender mis motivaciones, caballero de la muerte. Eres incapaz de comprender la sabiduría que me otorga mi perspectiva, no muy diferente a un niño intentando descifrar los misterios del cosmos.
Aiden se dio la vuelta con aire desafiante y empezó a caminar de nuevo al transportador.
—Tampoco es que me importe lo más mínimo. Has resultado ser tan decepcionante como el resto de las buenas gentes de Azeroth, aunque utilizaré el poder que me has otorgado bien. Encontraré a alguien que quiera ayudarme, alguien que se preocupe de verdad por este mundo.
El caballero de la muerte dio por zanjada la conversación en ese mismo momento, pero el Rey Exánime no iba a permitir que semejante insulto no fuera castigado con severidad. Alzó una de sus manos y generó un muro de hielo enorme que cortó el paso a su díscolo sirviente, que dio un respingo casi al borde del susto.
—No voy a permitir que alguien como tú me desafíe de esta manera. Me juraste lealtad tanto como se la juraste a Magni, pero a ambos nos abandonas en cuanto no cedemos a tus caprichos. Solo eres capaz de ver tu forma de actuar, tu propio camino, y esa inflexibilidad te ha cegado —rugió Bolvar, reuniendo el terrible poder que le otorgaba su corona. Esta vez no habría segundas oportunidades para el sedicioso Aiden—. ¡Obedecerás mis designios o buscaré a otro que utilice esa hojarruna para lo que fue creada!
Aiden se giró lentamente hacia él, con el odio grabado en su rostro y la ira ardiendo en sus ojos azules, no menos terrible que la del Rey a quien había desafiado.
—Déjame marchar, Bolvar.
—No me desafíes, aspirante a héroe. Esa guadaña y su poder no le pertenecen más que a mí, pues fui yo quien buscó sus ingredientes y dispuse los medios para recuperarlos.
—Déjame. Marchar —repitió con los dientes apretados—. Silencio es mía y solo mía, y la utilizaré de la forma que considere más adecuada para salvar Azeroth… y eso no pasa por levantar un ejército, sino por destruir a Sylvanas.
El cielo de Corona de Hielo se desgarró como una tela vieja y gastada, revelando la furia de su amo y señor. La nieve empezó a girar como un vórtice helado sobre su cumbre, y el cielo retumbaba como si fuera el yunque de un gigante ígneo.
—El poder de Silencio te ha llenado de delirios de grandeza la cabeza. ¡Entrega la guadaña o sufre mi ira, traidor!
— ¿Traidor? ¡Todo lo que hago, lo hago…!
Bolvar se abalanzó hacia él con todo su poder profano. Las columnas de hielo que flanqueaban el trono fueron arrancadas por su voluntad y, como si fueran las espadas de Aiden, se abalanzaron contra el enemigo de su señor.
—¡… POR AZEROTH!
Silencio surcó el aire lanzando un canto fúnebre que manaba de su nuevo poder. Trazó un arco limpio y rápido, sin florituras de ninguna clase, y alcanzó de lleno el punto exacto que buscaba.
Un gran estruendo sonó cuando el hielo impactó contra la plataforma, haciendo temblar todo el Trono Helado; pero no estaba solo, y bajo él sonó un segundo estruendo, mucho más débil y ahogado, pero con un soniquete musical.
Aiden estaba resoplando entre el polvo de nieve que se había levantado, intentando entender lo que había pasado. Su ataque había sido tan certero y veloz que ni siquiera estaba seguro de que hubiera sido él quien lo había lanzado, pero cuando la nieve se asentó y contempló su obra solo pudo taparse la boca con su mano libre, presa del horror.
Bolvar yacía en el suelo. Su cuerpo estaba apagado, no había rastro ni de la magia fría ni de las llamas de dragón. La vida lo había abandonado… al igual que su cabeza, la cual reposaba a un par de pasos, todavía metida dentro del Yelmo de Dominación.
—No, no, no, no… ¿qué he hecho? —se preguntó a si mismo Aiden mientras se lanzaba hacia la cabeza cercenada del Rey Exánime, presa del más profundo de los arrepentimientos.
Un chillido sonó a través de la lejanía, seguido el estruendo de miles de esqueletos traqueteando al unísono, libres del yugo de su maestro y convertidos en una amenaza aún mayor para el mundo. La Plaga era libre, y nadie estaba preparado para soportar su embate de nuevo. Aiden pronto se dio cuenta de su error, el mayor de toda su vida. Había dejado que la ira le controlase y, en su búsqueda para salvar el mundo, probablemente lo había condenado. Y fue en ese momento en el que recordó las sabias palabras de Terenas.
«…Es necesario controlarla. Siempre debe haber…»
—…Un Rey Exánime.
Aiden se retiró la capucha. En su gesto solo había cabida para la congoja y la desdicha, pero en su interior la responsabilidad ardía con más fuerza que el propio sol. Sabía lo que debía hacer.
Agarró el Yelmo y, con paso pesado y sin desclavar la mirada de él, ascendió los peldaños hacia el Trono Helado. Se dejó caer con pesadez sobre él y disfrutó de las últimas bocanadas de aire frio que daría en mucho tiempo. Pero, entre la corriente de sentimientos negativos que amenazaban por desgarrarle por dentro, tuvo una revelación. Sabía lo que, con el tiempo, podría hacer.
Sin ceremonia alguna, Aiden se puso el Yelmo sobre su rostro. La sensación de su poder filtrándose en su alma, retorciéndolo para crear un nuevo ser, era vertiginosa. Recuerdos de sus antecesores en el trono asaltaron su mente, viendo sus secretos y sus metas más ocultas, pero no eran de su incumbencia.
Había nacido un nuevo Carcelero de los Malditos, solo que este no tenía intención alguna de serlo.
An Karanir Thanagor. Larga vida al rey.