Continuación de la historia de Felix
Tras su salida de la cámara del corazón, y dejando de lado las interrupciones sorpresa de cierto enano diamantino que estaba acabando con su paciencia, el viaje transcurrió extrañamente tranquilo. Según su información Uldum estaba siendo atacada por la tropas de N’zoth, visiones ocurrían cada vez más frecuentemente y grupos de “nubarrones” de aqir sobrevolaban distintos puntos atacando a los viandantes solitarios.
Pero en todo su viaje no hubo ni un solo percance, ni un ataque desprevenido, ni una señal de que ahí reinase el caos y la desesperación. Había salido de la cámara rumbo al sur de Silithus, sobrevoló Colmen’Regal sin apenas percances llegando hasta las montañas que separaban la zona con Uldum. Ya en esta desértica zona acampo en el oasis de Vir’sar, el trayecto era largo y las temperaturas ya comenzaban a volverse insufribles como para sobrevolar la zona muy de seguido, y el Dracoleón tampoco resistiría tanto tiempo sin descansar un poco.
El oasis era un tesoro en medio del infierno, una zona verde esmeralda abundaba mirase donde mirase, palmeras fuertes se alzaban a su alrededor y daban una sombra acogedora que cualquier viajero agradecería. Pequeñas colinas, justo a los montes que separaban Silithus, rodeaban el lugar dando una protección singular a las tormentas de arenas que abundaban el territorio, justo en el centro un agua cristalina, teñida con los colores de la vegetación circundante, reinaba en una paz casi divina como si una orquesta entera armonizase con su propio sonido de calma e indicase un compás suave que atraía al descanso. Frente a esta un edificio de piedra blanca se imponía en todo el lugar, rompiendo un poco esa visión natural pero no de manera descabellada, estaba construido en bloques de piedra blanca con poca decoración ni serigrafía unicamente dos torrentes de agua a cada lado de la entrada podían destacarse en su mayoría.
Lo único extraño del lugar era que no había nadie ni nada por los alrededores. Ni caravanas, ni animales, ni siquiera algún aqir solitario que patrullase la zona parecía que se hubiesen evaporado en el aire sin dejar ni una sola mota de polvo en el lugar. Comprobó cada rincón, cada sitio pero no encentro ningún rastro ni detalle que indicase que algún mal reinase en ese paraje, por lo que, consumido por el agotamiento, decidió descansar. No obstante, notaba como su un vigilante estuviese estudiando cada uno de sus pasos, anotando cada detalle y siguiéndolo a cada paso que daba desde las sombras. Pero nuevamente, no vio nada.
Decidió acampar dentro del edificio, con una única entrada estaría bien vigilada de cualquier viandante que pasase por el oasis, o cualquier posible enemigo con malas pulgas que decidiese sacar sus entrañas en el refugio de la oscuridad. Soltó las riendas al dracoleón para darle más libertad y empezó a montar su tienda, hoguera y tomar posiciones antes de que se alzasen las estrellas en el firmamento, su “amigo” paso el rato volando y buscando algo de caza por los restos que traía del desierto hasta, agotado por el cansancio, se apalanco en el tejadillo de la entrada. Llegada la noche, acompaño la soledad con un poco de las provisiones que portaba en sus alforjas, un par de vistazos a la información de Magni y a un pequeño reconocimiento. Hecho todo, tuvo que rendirse al agotamiento no sin ponerse frente a la puerta y sujetando sus armas firmemente, nunca se era suficientemente previsor.
Rápidamente su mente se sumió en el sueño, se dejo reconfortar por el abrazo que propiciaban los recuerdos y las imágenes que su mente había formando, por los mundos que revistaba y la paz que tanto se le escapaba en la realidad. Un bosque de cristal, una montaña nevada, el Mare Magnum abrupto por una tempestad, la huida de un bosque sumido en la niebla… Cientos de imágenes se agolpaban en la mente dormida del paladin, sin poder discernir cual era un recuerdo o una proyección creada por su propio subconsciente, hasta que solo una nítida imagen supero a las demás. Lunargenta.
Los colores blancos, rojizos y dorados inundaron todo su alrededor, arboles delgados y firmes se batían con un ligero viento, una pequeña brisa suave que acariciaba todo lo que tocaba como una madre a su retoño. Pequeños jardines rodeaban estos arboles de tonos dorados y rojos, el verde de la hierba brillaba en todo su esplendor y revitalizaba las hojas de sus hermanos dotándoles de una vida insospechada por quien decidiese plantarlos en aquel lugar. Rodeándolos, muros y grandes edificios blancos dominaban todo el lugar, estaban decorados con telares rojos, azules, amarillos y verdes con ribetes dorados y bordes del mismo color, adicionalmente balcones y ventanas disponían de ornamentación en hierro bañadas en oro dando un brillo a toda calle d ella ciudad.
Sin duda Lunargenta era un lugar de paz y armonía como la recordaba hacia tantos años, casi sin darse cuenta comenzó a andar por sus calles, saludando a niños y adultos que encontraba, hasta legar al Bazar de la ciudad. Este disponía un edificio principal al que rodeaban diversas tiendas por su alrededor, magia, alimentos, ropa, cristales, orfebrería, joyas, manuscritos de magia antigua, bibliotecas… todo lo que un joven elfo pudiese buscar estaba ubicado en este lugar o alguien podría conseguírtelo. Acabo su paseo en una de estas tiendas, observando una colección de libros sobre la historia de su pueblo y las leyendas que todos estos años habían circulado entre su gente, mitos y leyendas que fueron de boca en papiro durante generaciones y ahora se encontraban moldeadas y distorsionadas por los años de vida de cada una. De pronto una voz suave lo saco de su letargo.
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No cambiaras después de tantos años Félix , sigues perdiendo la razón por los libros y las leyendas. Estoy segura que si no fuese por mi pasarías días enteros encerrado con ellos olvidándote de todo lo demás.
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Nissela , creo recordar que fuiste tu la que me regalo el primer libro de mitos. - dijo el elfo mientras cerraba y depositaba un libro sobre leyendas marítimas con cuida doy se giraba a su interlocutora - Esta es la consecuencia de tu regalo, si de alguien es la culpa…
Frente a él una joven forestal sonreía mientras ponía una falsa cara de enfado, su pelo dorado era largo y liso, tanto que caía en su frente dando un tono desenfadado y risueño a su rostro, sus ojos eran de un azul celeste cristalino, era algo mas baja que el elfo pero con un carácter más fuerte y decidido sin duda. Portaba una armadura verde y dorada de cuero, ligera para su movilidad pero reforzada en hombros rodillas y espalda con dos o tres capas, no podía discernirlo, para su protección ademas un aro de mismos colores completaba la imagen.
Había conocido a Nissela hacia muchos años, básicamente pasaron la niñez juntos pasando de una amistas casi de hermanos hasta algo más…personal conforme iban pasando los años. La actitud risueña, abierta, alegre y positiva de Nissela chocaba un poco con la timidez y seriedad del un joven sacerdote que acabaría siendo paladín, pero increíblemente tras tantos años había creado un vinculo único que, para sorpresa de muchos, fue duradero. De lo cual el elfo agradecía y pedía a Belore cada día por no perderlo nunca, sin ella perdería mucho más que su alma. Aun con sus obligaciones como sacerdote o las suyas como forestal siempre encontraban el momento para verse fuese más pronto o más temprano.
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Veo que al final has podido cambiar tu patrulla por los bosques hoy, no te esperaba ver hasta dentro de unos días.
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Partiremos en 2 días a lo máximo, un mensajero pareció traer una misiva urgente y nos han ordenado esperar hasta entonces. Aunque si tanto te molesta…
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Sabes que eso es imposible, Dalah’surfal, solo…bueno no es nada. Acompañame, si te parece bien, quería esperar pero mejor si vamos juntos a buscarlo ahora. - sonriendo y levantando una mano añadió - Prometo que esta vez no serán pergaminos, ni libros, ni largas y aburridas historias sobre místicos antiguos ni seres titánicos. Bueno, un poquito si…
Con cara de picara y sana curiosidad Nissela miro al elfo sin saber que tramaba pero cada momento era un regalo, y no pensaba desaprovecharlo. Pasearon lentamente disfrutando de cada segundo, la calle y el gentío parecía ir a una velocidad distinta de la pareja, el mundo a su alrededor iba deprisa a un ritmo a contra corriente que ebullia sin cesar mientras que ellos fluían pausadamente como un arroyo en calma. Sin saber cuanto tardaron llegaron a una pequeña tienda con un toldo azul oscuro, la puerta era de una madera marrón muy oscurecida decorada con runas mágicas que emanaban poder con solo mirarlas, un cartel con una gema rojiza brillante indico que se trataba de una joyería.
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Iba a ser una sorpresa para tu vuelta pero conociéndote ahora sera imposible conseguir que esperes ¿no?
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Si hace falta te ato con una cuerda y te disparo al mar con mi arco si me lo impides.
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Lo imaginaba – dijo riendo el elfo - Es tentador darse un baño pero creo que evitaremos los problemas.
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Dejate de chanzas sacerdote liante.
Entraron a la tienda sin más esperas ni amenazas. Esta era una pequeña sala iluminada por unas luces arcanas que estaban en unos faroles en las paredes, justo enfrente un elfo arreglaba un enganche de cobre y plata con paciencia y maña. Estaba sentado en lo que parecía un taburete frente a una vitrina de cristal y bordes de cobre, dentro varios anillos, brazaletes, collares y demás bisuterías estaban expuestos. Detrás del ocupado elfo había una cortina morada que cortaba las miradas curiosas de la pareja a lo que supongan que seria el taller o almacén, por ultimo una alfombra redonda ocupaba el centro del suelo d ella sala cuyo color era de un todo mas violáceo a su “prima” de la cortina.
Hasta no finalizar su trabajo el joyero no se percato de la presencia de la pareja frente a él. Vestía con una toga lisa sin apenas adornos de color verde claro, unos guantes de cuero marrones y desgastados con los años y una especie de gafas con varios cristales en cada ojo. Dicho su nombre al joyero este rápidamente lo ubico y, como despertándose de un sueño, salto de un brinco hacia la trastienda mientras hablaba solo aunque no conseguían entenderlo en su totalidad.
- Justo termine su encargo esta madrugada… la verdad es que adelante trabajo usando… recuerdo cuando hice mi primer…y así terminamos, yo aquí creando bisutería para otras cuando…si solo hubiese seguido el camino familiar…donde estaba lo puse…si, aquí listo y pagado por adelantado. Si desea probárselo ahora por si debemos hacer algún arreglo - dijo el joyero entregando una pequeña caja alargada y plana a su congénere - espero que acertases.
Con el cuerpo echo un manojo de nervios y sujetando la caja más fuerte de lo que debía entrego el regalo a la forestal, eso si no le mataba antes su nerviosismo, su falta de respiración o su acelerado corazón. Con sumo cuidado y delicadeza Nissela abrió la caja y su rostro se lleno de sorpresa al ver el interior. Un collar plateado de cadena fina estaba dentro, al final del mismo una flor deMageroyal florecida brillaba con un tono azulado, la pieza estaba tallada de un Zafiro azul, en su centro se encontraba el símbolo de la ciudad bien tallado de un tono blanco y cuyo material no terminaba de reconocer. No había más decoraciones ni gemas que diesen una apariencia ostentosa, visto de lejos parecía una joya normal y sencilla en la que apenas podía verse el laborioso, y caro, trabajo en ella.
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Bueno, un paso hemos ganado, al menos la sorpresa si que ha funcionado aun sin seguir mi plan.
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Pero esto…como has podido pagar
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Digamos…que hay algo que prefiero a mis libros y por lo que no me importa deshacerme de ellos.
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No puedo…
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A si, después de todo el trabajo y secretismo me vas a decir que no puedes acertarlo. Te recuerdo que el terco y serio soy yo.
A pesar de las objeciones, negaciones y visible rojez en ambos el elfo consiguió colocar el collar en su legitima dueña. El collar encajaba perfectamente en el cuello de la forestal, el color del zafiro brillaban acompañando el color de sus ojos y no impedía el movimiento con su armadura, sin duda un excelente trabajo que podría llevar hasta cuando sus obligaciones los alejasen. Dieron las gracias ala joyero y dejándolo, con una rara sonrisa por falta de costumbre, volvieron a las calles. El tiempo paso y el recuerdo se difuminaban se aceleraba, saltaba la paz y serenidad de esas imágenes dando pie a distintos lugares. Ahora el cielo se tornaba gris y triste, las calles parecían oscuras y con su brillo perdido, casi parecía una tormenta a punto de estallar que se llevaría hasta el mínimo punto feliz de la ciudad. Y así fue pero no por un temporal o una lluvia de estación.
Seguían en el bazar ajenos a todos estos augurios, de nuevo solo un mundo existía para ellos dos pero, de pronto y como un rayo, empezaron a resonar unas campanas por toda la ciudad y guardias corriendo entre la gente indicando calma entre los presentes. Sorprendidos y ya despiertos de su ensimismamiento se acercaron al lugar para intentar averiguar lo ocurrido. La gente se apelotonaba y alzaba la voz, no era normal este desconcierto en la ciudad ni el caos de lo desconocido aunque los guardias hacían lo posible por calmar los ánimos.
- ¡Por Belore, ruego calma! Necesitamos que vuelvan a sus hogares hasta comprender la situación, posiblemente solo se trate de unos trols amani con ansia de venganza o suicidio.
De improvisto uno de los guardias vio a la pareja y se acerco rápidamente entre la gente hasta donde estaban. Esto no era normal, menos aun que nos trols atravesasen su fronteras tan fácilmente con los forestales patrullando sus bosques.
- Forestal, han llamado a todos al cuartel de manera urgente. NADIE debe desobedecer la orden, parta inmediatamente, eso también va por ti, hermano - dijo señalando al sacerdote - creo que tu habilidades…serán necesarias. ¡ ID YA, EL TIEMPO APREMIA!.
Y tal como vino volvió a la multitud por donde vino dejando más preguntas sin responder. Aunque…era una situación extrañamente familiar, conocida…su corazón sentía que algo curia pero su mente no acertaba a decir que. Un tirón lo trajo de vuelta, Nissela tiraba de el mientras corríandirección al cuartel por la urgencia no debían retrasarse lo más mínimo.
Un nuevo borrón inundo su mente, el tiempo se aceleraba y la imagen de una reunión dio paso a caras de terror mientras el nombre de Arthas Menethil y “plaga” reinaban en cada frase. Agarro fuertemente la mano de su amada, sentía en lo más profundo que algo iba mal, que un dolor indescriptible le esperaba que su futuro estaba escrito pero no podía parar. La miro fijamente a sus ojos y una falsa sonrisa, intentando calmar sus ánimos y su mente, salio de ella. Como siempre cuidaba de él hasta en los momentos más aciagos pero el solo podía devolverle miedo, inseguridad, temor a lo desconocido…¿o era conocido? No lograba diferenciarlo. Más campanas sonaban por la ciudad.
Los destinaron a distintos lugares, ella como avanzadilla al frente para intentar frenar su avance, el en la retaguardia intentando sanar a los heridos, aliviar a los que huían del mismo infierno y reconfortar los corazones de quien pudiese encontrar. Un beso, unas palabra perdidas y el brillo del colgante es lo único que vio en la despedida. Recordaba esta pesadilla, pero negaba a si mismo que fuese verdad, no podía ser este momento, este lugar…
- Porque recuerdo esto…no puede ser ese el final…
La negrura sobrevino en su mente y un nuevo recuerdo apareció para ser revivido. Ahora se encontraba rodeado de guerreros, forestales, heridos y cuerpos sin vida, su hogar, Lunargenta, estaba a sus espaldas mientras que frente a ellos un inmenso ejercito de cadáveres, monstruosidades y demonios sacados de las pesadillas de un loco asesinaban, aniquilaban, despedazaban a todo aquel ser vivo que estuviese al alcance. Las campanas de la ciudad resonaban por todo lo alto, solo los gritos y los sonidos d ella batalla ponían sobreponerse a su melodía, aunque ya no pregonaban la protección o seguridad si no un canto fúnebre a la desesperación y la muerte.
Nissela estaba cerca de el, su destacamento se había diseminado por lo que quedaba de frontera o había perecido en las puertas exteriores, su brazo estaba herido y ensangrentado pero no disponía del tiempo para curarlo como debía. Y no frenaría hasta salvar al ultimo hombre. Cada vez la muerte se cernía sobre ellos, no podrían dar a basto a semejante infierno terrestre. De pronto un grito ensordecedor resonó por la tierra, un sonido que rompía el alma a quien lo escuchase y desbordaba ira, miedo y pánico en cualquiera, pero no vino solo. Cuerpos de caídos se levantaron entre sus camaradas, pero no por un milagro o sanación sino por un mal que domino sus cuerpos e insto a cargarlos con los que hasta ahora eran sus hermanos, amigas, padres, amantes…
Cada vez eran menos la plaga aumentaba con cada cuerpo sin vida que caía en batalla, flechas silbaban por el aire y caían en cuerpos que no frenaban antes ellas, murciélagos atacaban por el aire agarrando y desmembrando a cualquier infeliz que cayese en sus garras. Sin previo aviso un golpe hizo tropezar al ya agotado sacerdote, la plaga había irrumpido en la ciudad como un manto mortal de negrura y el orden desapareció en sus corazones. La ciudadanos y soldados huían por doquier, niños chillando en lugares imposibles, cadáveres alimentándose de los cuerpos, ruidos que anunciaban el fin de todo lo conocido y que daría fin a sus vidas.
Un ruido de acero lo saco de su penumbra, un guerrero desecho y muerto, con armadura elfica, atacaba a un sacerdote desprevenido dándole una muerte rápida. Sus ojos pusieron su vista en el, su siguiente victima, y presa del pánico su cuerpo decidió no moverse ante lo que parecía su final. El cadáver cargo y alzo su arma para asestar un golpe mortal en su cráneo pero justo cuando el filo caía alguien empujo al sacerdote de su sitio hasta el suelo.
Nissela, en el ultimo momento, había saltado hacia el para protegerle de la muerte pero a un gran precio. Su armadura, ya destrozada por la contienda, no había parado el golpe y bramaba de su espalda un torrente de sangre sin cesar, su hoja antaño lustrosa ahora estaba partida y mellada y no había rastro de su arco. Solo pudo gritar y ver como el guerrero asestaba un ultimo golpe mortal a la que había sido todo para él, a la que había dado un sentido y propósito y la que había conseguido reinar en su corazón. Sus ojos se vieron por ultima vez en ese breve instante, su mano agarraba fuertemente el collar que le había regalado y una sonrisa triste pero llena de paz salia de su rostro.
Sin dudarlo, se levanto y fue corriendo hasta ella.
- Dalah’surfal…vive mi terco sacerdote…vive por los dos…
Grito y se arrastro como pudo pero llego tarde, el arma cayo con toda la fuerza posible en el pecho de la forestal atravesándolo de lleno y llevándose la vida de quien tanto amaba en un pequeño suspiro. Todo se silencio y una ira lleno al sacerdote que lo consumió en la locura, con ella sujeto una espada perdida en la batalla y, clamando a la luz el exterminio de ese horror, lleno su arma de una luz pura que revitalizo al sacerdote. Con toda su furia cargo contra el no-muerto y partió su cuerpo con todas las fuerzas que pudo concentrar, un brillo lo cegó y cuando pudo volver a ver solo unas cenizas se presentaban donde estaba el asesino de la forestal.
Cayo de rodillas consumido por la tristeza, apenas sabia lo que ocurría a su alrededor o si estaba en peligro. Solo podía gritar y agarrar el cuerpo sin vida de quien tanto había amado, de quien había salvado su vida y quien era todo su mundo hasta ese momento. Al final, su agotado y destrozado cuerpo y mente no lo pudo soportar y se perdió en la negrura. Su vida ya no le importaba, prefería la muerte y su paz. Solo quería volver con ella una vez más…
La visión cambio ahora estaba solo con el cadáver de Nissela en un vórtice de fuego y humo morado. No había rastro de la ciudad, ni de la plaga ni de la muerte, solo estaban ellos dos.
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No pudiste salvarla…murió…por tu falta de fuerza…- dijo una voz sin rostro, una voz familiar-
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Yo debería haber muerto…no ella…le falle…falle…falle
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No le fallasssste…¡la mataste por tu miedo!
Nissela abrió los ojos y se aparto del ahora ya paladín, como recuperando la vida se levanto y miro con desprecio a su “amor”.
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Me mataste por tu ineptitud Félix!!! Mori por nada!!! Tu debiste morir no yo!!!
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Intente salvarte…no pude yo…
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NADA!! NO HICISTE NADA!!! Clavaste esa arma como si hubiese sido en mi cuerpo, no mataste a mi asesino porque solo en ti recae ese titulo.
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Yo no quise tu muerte…daría todo por recuperarte…
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No…todo no lo has dado…
Sin previo aviso la elfa salto hacia el paladín con un odio nunca vistos en ella, ese mismo temor volvió a florecer en su cuerpo y alzo su arma contra quien no debería. En un segundo la espada atravesó el cuerpo de la forestal que volvió a caer sin vida.
- ¿Ves? Tu la mataste…tu debilidad…tu miedo…pero yo puedo ayudarte…aceptame…
La imagen se repetía una y otra vez, Nissela se alzaba entre los muertos pasase lo que pasase. Intento hablar, soltar el arma huir, suplicar, luchar, clamar ala luz… pero siempre terminaba igual. Él matándola con su arma y acabando el cuerpo inerte en sus brazos. El ciclo se repetía uno y otra vez pero, cuando la locura llego casi a su mente…una calidez y paz salio de su interior, esa misma voz que ya le había salvado ates volvió a pronunciarse. Pero esta vez no entendía sus palabras ni su mensaje, la luz brillo con más fuerza y la voz grito de agonía hasta que solo brillaba una luz blanca en todos lados.
- Nyalotha te espera…paladín…sucumbirás a mi…probaste mi poder, viste lo que puedo darte…a quien puedo traerte…tu…vendrás a mi…
Despertó en su campamento con terror y lagrimas. De nuevo N’zoth había intentado penétrar su mente tan fácilmente pero antes de poder pensar en su visión escucho un ruido de la entrada. En la puerta un aqir de un único ojo anaranjado, cuyo cuerpo mediría el doble de un enano, miraba fijamente al paladín, pero no ataco. El sol salia y con el primer rayo el escarabajo se marcho en el mismo silencio que llego, dejando al paladín con sus temores, su amargura y con un único pensamiento. Ponerle fin para siempre.