El frío llega de la talentosa mente de Thantos
Igh’nosh se alzaba sobre las arenas como Kharazan se alzaba sobre el Paso de la Muerte. Su colosal figura se recortaba entre las escasas nubes que flotaban sobre el desierto, cada vez más oscuras y densas mientras se doblegaban a la voluntad de aquel monstruoso ignoto que les observaba con el mismo interés con el que un humano mira a las hormigas.
La brutal criatura lanzó un berrido que hizo temblar el suelo y agitó las maltrechas ruinas asentadas sobre él, levantando una densa polvareda a su alrededor y obligando a todos los presentes a taparse los oídos. Antes de que el polvo empezara a asentarse el eco de su rugido dio paso a un creciente coro de mandíbulas chasqueantes y gritos de dolor.
— ¡Vienen más aquir! ¡Formad una línea de escudos! —rugió el comandante mientras sacaba su hoja de los sesos de una de las criaturas más adelantadas de la oleada.
Los vagäyermos que lo acompañaban no dudaron ni un momento en obedecer, sabedores de que era su mayor probabilidad de salir vivo de aquella batalla de pesadilla. Algunos de los héroes y aventureros más avezados que los acompañaban aprovecharon las fracturas en el embate aquir para salir y demostrar al mundo por qué merecían aquel título, y aunque algunos cayeron en la refriega, pasto de los aquir que se los comían vivos como un banco de pirañas, consiguieron detener el avance.
Los dos paladines y el sacerdote canalizaron su magia sagrada, formando un baluarte de recta furia que llenó de pavor los corazones del ejército invasor y de esperanza al de los defensores, que redoblaron sus esfuerzos y empezaron a hacer retroceder al enjambre.
Igh’nosh habló de nuevo, y su voz sonó más terrible que antes. El polvo que había levantado se había arremolinado sobre sus brazos y se había oscurecido, formando una tormenta esférica de arena negra que ahora sujetaba sobre su cabeza.
—PRESAGISTAS DE NY’ALOTHA, DESTROZAD A ESTOS NECIOS. MOSTRADLES EL INFINITO PODER DEL GRAN N’ZOTH.
Un violento silbido recorrió el aire del campo de batalla, como si fuera el siseo de cien cobras del desierto furibundas. Un latido de silencio después, una gran explosión devastó uno de los improvisados frentes como si fuera de papel, lanzando una enorme humareda de magia del Vacío que se cebó en los desafortunados que aún seguían vivos. Luego sonó otro a la izquierda, y otro más atrás. Valkhir fue la primera en descubrir su origen.
— ¡Allí, bajo sus piernas!
Sus dos compañeros dirigieron la mirada hacia donde la humana les indicó y descubrieron para su horror que un pelotón entero de los presagistas de Ny’Alotha, mortales encapuchados que habían traicionado al mundo para zambullirse en los misterios del Vacío, avanzaron al unísono hacia el frente, desatando una lluvia de muerte sombría.
—Jöder, primero los aquir y ahora ellos. Los muros de escudo no aguantarán su magia.
Una andanada de magia oscura sacudió su escudo de Luz. Las dos fuerzas más primarias del cosmos se abalanzaron la una sobre la otra con intenciones asesinas, pero tanta sombra borraba la luz como tanta luz devoraba la sombra. Tras un par de golpes, la barrera estaba a punto de ceder.
— ¿Tienes algún otro plan, comandante? —le preguntó el sacerdote mientras ponía cara de esfuerzo.
—Sí. Una retirada ordenada. Ese monstruo no parece tener intención de moverse más, aunque ese orbe que está sujetando me da mala espina. Si alejamos a sus presagistas lo suficiente y lo atraemos hacia la otra parte del ejército podremos acabar con ellos con una maniobra envolvente.
La barrera cedió y los tres retrocedieron a una distancia segura. Cuando estuvieron fuera del alcance de los disparos de destrucción, Félix gritó la orden a pleno pulmón.
— ¡Retroceded a una posición segura!
Sus palabras no tuvieron respuesta. Aunque en la batalla reinaba el caos y una cacofonía de gritos de diversa índole inundaba el aire, estaba seguro de que su voz se había impuesto sobre ella. Volvió a intentarlo.
— ¡Retroceded a una posición segura! ¡Ahora!
Pero de nuevo, sus tropas no obedecieron. Los vagäyermos habían abandonado su posición, huyendo presa de un pánico inmenso y acabando como presa fácil para los aquir. Otros parecían haberse sumido en una profunda ira y se lanzaron a una feroz, pero inútil carga frontal contra las piernas del coloso. Solo las filas más alejadas habían acatado la orden.
— ¿Pero qué les pasa? —preguntó Félix a nadie en concreto.
—Detecto un hechizo de confusión —dijo el sacerdote tras abrir los ojos—. Igh’nosh juega con su mente. Nosotros nos hemos salvado por haber retrocedido a tiempo.
El terrible ignoto bajó su mirada hacia sus pequeños sectarios, y aunque su horrible cara no podía expresar emociones era evidente que estaba complacido por su eficiente brutalidad.
— ¡Cargad contra su pie! ¡Segadle las piernas! ¡Derramad sangre! —rugió un hábil guerrero tauren lanzando espumarajos por la boca, seguido por más de una veintena de vagäyermos de expresión demente y salvaje. Su presa, que ni siquiera se había inmutado del ataque, lanzó su orbe de destrucción al suelo. La ola de tiniebla líquida resultante barrió a sus atacantes, desintegrándolos en cuerpo y alma en cuanto entraron en contacto con ella. La densa oscuridad, como si fuera brea viviente y de intenciones malignas, se extendió como un charco negro bajo sus pies, arrastrando al abismo a todo aquello que encontraba en su camino.
Y de pronto, como respondiendo a una llamada invisible, los cadáveres de todos los aquir y presagistas caidos se agitaron como el trigal frente al viento, emanando una niebla negra que se lanzó contra el pecho de Igh’nosh.
—Madre de la Luz, ¿Qué está haciendo?
El terrible ignoto alzó la cabeza hacia los cielos, abriendo sus repulsivas fauces en un desafío expreso al sol, y rugió como si estuviera poseído por el propio N’zoth.
— ¡FRAGOR DE LAS SOMBRAS!
El eco macabro de su voz dio paso a un chorro vertical de pura magia negra que se alzó como un pilar en honor a su dios. Cuando alcanzó su cenit el cielo se volvió cárdeno y el sol pasó de ser un astro orgulloso a convertirse en una débil bola de luz amoratada y tenue.
Una onda de sombra arrasó los cielos, destruyendo el pilar en su cima y lanzando una lluvia de muerte indiscriminada. Allí donde los misiles negros caían, toda forma de vida era erradicada para dar paso a un pequeño charco de retorcida oscuridad que clamaba más almas para su maestro.
El macabro espectáculo había sido tal que había hecho bajar la guardia a todo el mundo, cosa que las huestes de Ny’Alotha aprovecharon para lanzar un ataque lateral al aturdido flanco.
— ¡Cuidado! —fue todo lo que Félix llegó a decir. Una enorme criatura acorazada embistió al grupo y dividió a sus componentes antes de que pudieran reaccionar. El comandante salió rodando varios metros, pero se recuperó rápido y se encaró con el tanque aquir que dejaba un rastro de babas mientras se acercaba a él. A varios metros, Valkhir mantenía a raya a una pequeña horda de aquir pequeños mientras el Arnath utilizaba su poder para enfrentarse a uno de los presagistas.
Felix se permitió resoplar aliviado por un momento. Por lo menos los tres seguían vivos y de una pieza, pero eso podría cambiar en cualquier momento. Empuñó con destreza sus armas y se preparó para recibir el embate del aquir. La criatura lo tanteó moviéndose de lado a lado en una especie de vaivén sin llegar a quitarle la mirada de encima ni un momento, y entonces atacó como el rayo.
El comandante dio una voltereta que esquivó el primer ataque. El aquir se dio la vuelta veloz como el rayo y lanzó otra carga, pero esta vez se llevó un castigo en forma de estocada sagrada.
Ambos recularon y empezaron a dar vueltas alrededor de un baricentro. El aquir tenía un ojo cerrado y dejaba un rastro de babas y sangre por donde pasaba, profanando las arenas de Uldum.
Cargaron de nuevo. Esta vez Félix ganó la delantera. Su revés silbó por el aire y alcanzó a la criatura de nuevo, que a pesar de su gran fuerza era lenta y torpe.
A su izquierda, el presagista lanzaba andanadas de muerte con la cadencia de una ametralladora goblin, pero Arnath las desviaba todas con su propio poder. El sacerdote alzó otra barrera, pero en una hábil treta no la colocó sobre él sino sobre su enemigo. Arrinconado por el campo de fuerza a su alrededor, su proyectil mágico rebotó un par de veces y acabó por detonar en su interior.
El cuerpo del presagista se volatilizó en el acto, pero su alma negra se retorció en el aire y se convirtió en combustible para su maestro.
Mientras el sacerdote ayudaba a su compañera, Félix le lanzó otros tres golpes al aquir, que ya empezaba a tambalearse. Pero justo cuando parecía que se iba a desplomar, lanzó un brutal rugido que atormentó los tímpanos del paladín y le hizo llevarse las manos a las sienes, bajando su guardia ante la carga de la criatura que acabó por derribarlo.
El comandante forcejeó para quitarse al ariete viviente de encima, pero era demasiado pesado para él. La criatura empezó a bajar su cabeza hacia el cuello de su siguiente presa, agitando los tentáculos y dejando entrever una terrible fila de dientes como estiletes.
Negándose a aceptar la derrota, Félix cargó de Luz su arma una vez más, pero antes de que pudiera lanzar su ataque un brutal caballo arroyó al aquir, liberándolo de su siniestro abrazo.
Su jinete, un hombre encapuchado que portaba una misteriosa y siniestra guadaña, se bajó de un salto y se encaró contra la criatura, creando espadas de hielo que lo rodeaban como un enjambre.
—Espera, tú eres… ¿Aiden?
El caballero de la Muerte se giró y se dio un tirón en la capucha como saludo.
—Comandante —esquivó un zarpazo, y como represalia segó la extremidad que lo había atacado—. No quisiera robarte la muerte, así que… ¿una ayuda?
El paladín se puso en pie y se lanzó a ayudar a su nuevo aliado. Sus armas se sincronizaron casi a la perfección, y una rápida sucesión de golpes despojó al aquir de asedio de todo su ímpetu y gran parte de sus patas.
Silencio giró en el aire lanzando un suspiro y salió despedida hacia el vientre de la criatura, desapareciendo por completo entre su carne maldita. Su cuerpo vibró con violencia al ritmo de la radial que estaba destrozando sus entrañas, y cuando esta por fin salió el cadáver vomitó sopa de órganos por todos sus agujeros.
—Eso ha sido asqueroso.
—Mejor él que tú. De nada —le respondió el caballero de la Muerte con voz queda.
Valkhir y Arnath no tardaron mucho más en erradicar al resto de la oleada de enemigos, y se acercaron al comandante y su nuevo aliado.
—Eres uno de los caballeros de la Muerte que estuvo en la lucha contra Mantovil, ¿cierto? —le preguntó el sacerdote—. Si no me equivoco respondías al nombre de Thantos.
Aiden apretó el mango de su guadaña de forma inconsciente al oír ese nombre maldito. Todavía podía oir la burlona voz moribunda de Ulna Sombramuerte, aquella retorcida nigromante, riéndose de él en su lecho de muerte. Su oscuro y poderoso bastón, el Cetro de los Malditos, había sido la base sobre la que había construido a Silencio como una promesa de muerte.
—Sí, pero he abandonado ese nombre. Llamadme Aiden.
—Bueno, Aiden —intervino Félix—. Me alegra tenerte como aliado en esta batalla. Como ves tenemos un… eh, pequeño contratiempo, pero veo que has aprendido un par de trucos nuevos. Bonita guadaña, por cierto.
Un rugido desvió la atención de los cuatro. El gigante ignoto había abierto sus fauces de nuevo, devorando cada gota de poder de sus siervos. A sus pies, el hambriento charco negro había crecido y estaba desarrollando pequeños tentáculos por su borde.
—Quizá deberíamos dejar la charla para más tarde —puntualizó la paladín, ajustándose la armadura de forma distraída.
—Cierto. ¿Comandante?
—Parece que ese charco le está dando más poder. Nuestra prioridad debería ser acercarse a él e intentar sacarlo de alguna manera —observó el campo de batalla con ojo experto y trazó la ruta de ataque—. Si cargamos por la izquierda evitaremos al grueso de los aquir y llegaremos antes a Igh’nosh.
Los cuatro héroes se prepararon para cargar contra el olvido. Algunos le lanzaron una rápida plegaria a la Luz, otros en cambio se consagraron al metal de sus armas.
— ¡Por Azeroth! —rugió el comandante.
— ¡Por Azeroth!
Los cuatro cargaron con la furia de un huracán. Su camino, aunque fuera el más despejado, todavía tenía una gran cantidad de enemigos deseosos de derramar su sangre. Los dos paladines iban al frente, combinando su acero y su magia sagrada para formar una brecha en las confusas filas de los esbirros de Igh’nosh. Los poderes del sacerdote contrarrestaban con eficiencia los disparos de los presagistas, y en cuanto un enemigo de gran talla se interponía en su camino la hoja de Silencio daba buena cuenta de su alma.
Su carga fue tan feroz que inspiró valor y arrojo en los vagäyermos y los demás héroes, que a pesar de las duras bajas reanudaron su carga con arrojo y le dieron la vuelta al combate, devastando las filas de aquir que se habían abalanzado contra ellos.
—LOABLE ESFUERZO PARA UNOS MORTALES, PERO VUESTRA FUERZA ES VANAL Y PASAJERA. ¡CONTEMPLAD VUESTRA PROPIA DEBILIDAD Y DESESPERAOS!
Una repentina onda de magia negra manó del cuerpo del gran ignoto, barriendo el campo de batalla con su insaciable hambre. Durante un momento se hizo el silencio más absoluto, incluso deteniendo la carga de los cuatro campeones que casi habían llegado a sus pies.
— ¿Soy la única a quien le falta el aliento de repente? —preguntó la paladín, sobreponiéndose como pudo al repentino cansancio que sentía. Mientras los otros dos portadores de Luz jadeaban y contestaban a su pregunta, Aiden llevó un dedo a la última runa de Silencio. Por mucha energía que intentara meter en ella, la runa no se recargaba.
—Su aura nos impide regenerar energía mágica, y puede que os haya restado fortaleza—dijo al fin—. Ya he visto esto antes, es un hechizo de agotamiento. Por fortuna, la energía que nos roba no puede ser almacenada en su propio cuerpo de forma inmediata, así que debe estar contenida en cristales esparcidos a su alrededor.
—Entonces solo debemos encontrar esos cristales y sacarla de ahí —decidió el comandante.
El caos de la batalla se estaba reduciendo. Las tropas del ignoto estaban contra las cuerdas, arrinconadas y a punto de morir y unirse a su maestro en la muerte. Aunque ninguno de los cuatro lo sabía, aquel repentino contrataque a su favor había sido obra de la peculiar pareja de un enano y un kultirano no muy lejos de su posición.