Jarukan. Forjado en los Baldíos

Forjado en los Baldíos.

El Cruce, a medianoche.
La barra de la posada estaba atestada de parroquianos, comerciantes, pendencieros, forajidos junto a cazarrecompensas y algún soldado despistado. Mujeres y hombres. Forjados en los Baldíos.
La orco recogió las jarras y las puso en una bandeja de madera, apartó de un codazo a un fulano para abrirse paso y, lejos de achantarse tras el correspondiente gruñido, solo le bastó una mirada para que el tauren se echara a un lado permitiendo su camino hacia la mesa.
No me j0das, ¿otro seis? Esos pu.tos dados están trucados.
El goblin tiró las monedas con desgana sobre la mesa y saltó de la silla para marcharse, chocando con la camarera que acababa de llegar.
Que te j0dan, Frizz —dijo el orco acaparando con sus brazos las monedas y acercándolas hacia él. —La ley de Los Baldíos hijo de perr4…
La camarera hizo malabares para nos verter el licor de las jarras al chocar con el goblin.
Puso una de ellas sobre la mesa junto al orco.
Thumb.
La lámpara que colgaba del techo se movió. Un polvillo fino y algunas astillas cayeron en la bebida.
El orco miró la bebida y siguiendo el rastro del polvo, él y la camarera miraron hacia arriba.
Sobre ellos la lámpara, atada a la viga.


La traviesa de madera cruzaba el techo.


Y sobre el techo la capa que asentaba el suelo de una habitación en la que cayó una copa de latón vacía.


La trol comenzó a bailar. Su silueta se recortaba en el contraluz de la luna en la ventana. Jarukan no hizo demasiados esfuerzos por desatar sus manos, atadas a la espalda. La habitación se tambaleaba y parecía estar flotando en lugar de sentado sobre el taburete. La pierna azul se posó en el pecho del trol y lo empujó hasta hacerlo caer hacia atrás.
Thumb.
La trol, desnuda, continuó su baile sorteando la copa de latón vacía y se arrodilló a dar un beso al trol. Jarukan vio acercarse la cara invertida de la mujer y sus lenguas comenzaron a entrelazarse con una armonía salvaje.
Cogió ella el vial de polvo rojo de la cama de al lado y tras desparramar una buena dosis en el dedo, aspiró con fuerza.
Se incorporó y continuó su baile hasta poner un pie a cada lado de la cara del trol. Jarukan miró hacia arriba.
La trol siguió moviendo sus caderas mientras bajaba su cintura lentamente.
Sueltamf…
Jarukan apenas tuvo tiempo a terminar su petición.
Shhhh


—La ley de Los Baldíos hijo de perr4… Unas veces estás arriba y otras veces te toca estar abajo.
El orco pegó un trago sin importarle demasiado la fusca en su bebida.
—¡Que te den! —Gritó el goblin haciendo una peineta mientras se alejaba entre la muchedumbre.

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Se avecina tormenta
y amenaza mi existencia
Si no encuentro refugio
me va borrar del mapa

Refugio

Aceleró su estruendosa mecajarly entrando en Trinquete por el camino del Cruce y subió el paseo junto al puerto hasta la hacienda de La Compañía Comercial.

Buenos días señor, los barcos están cargados tal y como pidió —comentó Fizz que salió al paso de Jarukan mientras cruzaba la planta baja de la hacienda, llena de gente comprando y vendiendo género.

La señorita Pipa preguntó por usted —comentaba el goblin mientras caminaba siguiendo al trol. —Dijo algo así como que Skule estaba haciendo demasiadas preguntas.

Jarukan se detuvo de repente durante un segundo. Guiñó el ojo al goblin que le miraba por encima de las gafas y asintió subiendo por las escaleras.

Oh sí, le esperan arriba. Pero supongo que eso ya lo…

Sonó el portazo en el piso superior.

…Sabía

El trol entró en la sala y se quitó el sombrero. Alrededor de una mesa ovalada se sentaban Astavedon, Yuh’ra, Voluhin y Wibbs.

Llegah tarde —Voluhin miró a Jarukan con cara de pocos amigos tapando su oscura marca del brazo levemente.

Jarukan sacó la botella de licor y puso tres vasos sobre la mesa. Llenó uno y se lo bebió de un trago.

Yo también me alegro de verte —le dijo a Voluhin señalándole con el dedo antes de sentarse.

Fizz dijo que tenías algo para nosotros —. Astavedon cogió uno de los vasos.

Necesito que quedemoh de nuevo con esoh pandaren, con la gente de Mei.

Jarukan miró a los allí presentes uno a uno.

¡Ja! Y que nos asalten otra vez unos jabaespines poseídos. Ni de c0ña Jarukan. Además, sigo esperando compensación por lo sucedido —dijo Wibbs con los brazos cruzados y recostado en su silla.

¿No tendráh pensao organizar algo con elloh pa volver a Bahía? Noh prometihte oro y trabajo, y de momento casi perdemoh la vida en treh ocasioneh. No habrá una cuarta. Me ehtoy cansando.

Astavedon miró a Yuh’ra y luego a Jarukan.

Necesito que preparemoh su próximo cargamento. Completaremoh la transacción entre El Cruce y el puente del cenagal —dijo el trol moviendo el dedo de un punto a otro de la mesa.

Esa ruta está hasta arriba de guardias —. Astavedon se incorporó en su silla.

Ni de…

Completaremoh la transacción entre El Cruce y el puente del cenagal —repitió Jarukan cortando a Voluhin. Y hubo un par de segundos de silencio.

El guerrero gruñó y apretó los puños antes de hacer el amago de levantarse. Astavedon lo detuvo con su mano tratando de tranquilizarlo.

Para, habrá un motivo —susurró el elfo.

Tú tendráh tu oro —Jarukan miró a Yuh’ra— y tú volveráh a tener una ruta tranquila, El Sindicato tendrá lo que me comprometí a darles —le dijo a Wibbs.

¿A qué viene esto? Tienes un trato con Mei y La Tríada —dijo Astavedon.

Ya no.

Llenó de nuevo el vaso y pegó otro trago.

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Dile al jinete de medianoche
que puede correr lo que quiera.
Dile que aquí la ley soy yo.

La ley

¡Para dentro!

El orco empujó al reo dentro de la celda y éste cayó al suelo tras chocar contra la pared. El guardia le asestó una patada en el vientre que dejó doblado al trol.

Mientras el preso aún se retorcía en el suelo entre sangre y vómito, el guardia salió de la cárcel. El portazo retumbó en todo el puesto.

Uno menos —comentó entre risas Krushal antes de chocar su mano con Noh’tu.

Que se j0da, este no volverá a dar problemas en mucho tiempo.

¿De dónde lo habéis sacado? —Preguntó Ai’ko asomándose a la celda. La trol apartó su pelo rojo de la cara y frunció el ceño.

En Los Baldíos Zooku y su brigada son quienes hacen cumplir la ley.

En las granjas, camino del norte. Se dedican a asaltarlas cuando las mujeres están solas. Las pegaban antes de robar todo lo que pillaban.

Dice que luego se zumbaban a los cerdos.

Pues entonces tú deberías tener cuidado —dijo Ai’ko en tono burlón justo antes de que se hiciera el silencio.

Zooku apareció entre los soldados acompañado de Danika y se acercó lentamente a la celda.

¿Éste quién es? —Preguntó El Capitán. La voz del trol sonaba agria. El servicio en Los Baldíos había drenado su paciencia y su humor.

Es uno de la banda que se dedica a aterrorizar las granjas del norte, señor —dijo Krushal sacando pecho.

Ai’ko se percató de un orco que no paraba de mirarla, al fondo del pelotón que se arremolinaba alrededor de Zooku y la celda. No apartaba la mirada de ella y sonreía. No le había visto antes. Tenía una marca, una cicatriz en la nariz.

¿Uno de ellos? —Zooku agarró al orco por la pechera del uniforme. —¿Y dónde c0jones están los demás? —Intercambiaba la mirada entre el orco y su compañero trol.

N-no… No pudimos pillarles se-señor —dijo Noh’tu.

Ai’ko se sentó al lado del orco con una marca en la nariz. Los dos presenciaban la escena algo alejados del pelotón de guardias.

En el camino que va desde El Cruce hasta este puente. En dos días. Pandaren.

El orco lo dejó caer casi como un susurro y sin dejar de mirar a la escena.

¿No pudisteis pillarlos? Put0s inútiles —. Zooku apartó de un empujón a Krushal que acabó golpeándose con Noh’tu. Se quedó mirando al trol dentro de la celda.

Deshazte de él —Sentenció tras unos segundos.

El orco junto a Ai’ko se levantó de la caja de suministros en la que estaba sentado y se encaminó hacia la celda sin mediar palabra, sonriendo.

Espera… Pero…

Ai’ko no tuvo tiempo ni de formular una pregunta.

Tú y tú —dijo Danika señalando al orco con la marca en la nariz que se abría paso entre el mogollón y a otro más. —Ya habéis oído, deshaceos de él.

¡Cada uno a lo suyo, vamos! —Gritó la orco dispersando el pelotón.

En Los Baldíos hay una ley. Zooku es la ley.

A lo lejos se oían los gritos desesperados del reo.

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Me gusta jugar y tengo una buena mano.
Voy a ir con todo hasta la sepultura.
Aunque debería dejar de jugar,
igual me quedo sin nada.

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El intercambio.

El pandaren detuvo el carro tirado por dos enormes kodos. Era uno de los carros que solía transportar la tela y especias de Mei Hua hacia Orgrimmar. El calor que emanaba de los baldíos hacía que la línea del horizonte se deshiciera en la unión entre el cielo y los altos y secos matorrales.

Así que crees que debería comprar ese pedazo de tierra cochambroso, ¿eh?

Uno de los pandaren se bajó del carro y cogió las riendas de los kodos para acercarlos a la charca junto a la que se habían detenido.

Ahora es un pedazo de secarral, pero es un buen lugar para instalarse ahora que la guerra ha terminado. Solo te digo que la oferta de ese viejo es algo para considerar, amigo —. Cho-Taro saltó de su asiento y se puso en la parte del carro donde daba la sombra. Miró al horizonte, esperando a que el Callejón cumpliera su parte. —Tarde, como siempre —dijo.

El kodo levantó la cabeza de repente y pegó un bufido.

Los pandaren miraron en la dirección que insinuaba el animal y, justo después, un sonido de motos a sus espaldas llamó la atención de ambos.

Tranquilo —acarició el pandaren más joven a uno de los kodos. El animal no paraba de bufar y menear la cabeza.

Cuatro motos llegaron junto al carro, parando a un lado del camino. Astavedon, Regrok y otros dos elfos ataviados con las chaquetas insignia del Callejón.

Esperábamos a Jarukan. Tenía mucha prisa al parecer. Este desvío no es muy transitado, por eso lo elegimos, pero siempre hay guardias merodeando por el camino hasta el puente —dijo Cho-taro mirando por encima del hombro a los matones.

No tardaremos. Jarukan necesitaba parte de vuestra khoka para cumplir con un compromiso —se adelantó Astavedon echando mano a una bolsa colgando de su cinto.

Dales lo que traemos para ellos —ordenó el pandaren a su compañero mirando desafiante al grupo que venía con el elfo.

Su compañero bajó una de las cajas, la puso entre Cho-taro y Astavedon y quitó una capa de prendas de cuero para mostrar un doble fondo con varios fardos.

Creo que era más, peluche. Somos colegas en esto, no intentes timarme.

¿Timarte, hijo de put4? Nos dejaste solos la noche que esos jabaespines casi me matan —el pandaren gruñó enfurecido apretando los puños.

Vamos, por la salud del negocio… —Astavedon hizo un gesto para quitar importancia a las palabras de Cho aunque el ambiente era tenso para todos.

La otra…—Ordenó el pandaren sin apartar la vista del elfo.

Ay… no…—Se escuchó al joven tras el carro. —Cho, creo que…

De entre la espesa capa de altos y amarillos matorrales asomaron varios orcos y trols.

Noh’tu pegó un fuerte silbido, se levantó y disparó a la pata de uno de los kodos. Los demás guardias, incluido Krushal y Ai’ko corrieron armas en mano rodeando al grupo. Llevaban las caras pintadas para no ser reconocidos y armaduras ligeras para no hacer ruido.

¡Por la Horda! ¡Alto!

Astavedon corrió a sacar su pistola y desenvainó su hoja a la vez. Regrok descolgó su escopeta y apuntó a uno de los bultos que venían hacia ellos.

¡M1erda! —Cho-taro rodó a un lado esquivando una de las flechas de Noh’tu, que se acercaba corriendo sacando su hacha de mano.

ZUUUUTT

Probablemente la idea de Noh’tu no era acabar con el otro pandaren, pero lo cierto es que se interpuso en la trayectoria de su hacha al intentar cubrirse.

CRAK

El hacha se clavó en la cara del compañero de Cho, que cayó contra el carro llenándolo todo de sangre.

Zogrok cargó su rifle y apuntó a uno de los guardias. Astavedon se percató de su objetivo. Melena roja recogida, esos ojos. Miró a Ai’ko que asestaba un golpe con el filo de su lanza en uno de los matones del Callejón. Clak. El martillo del fusil sonó para cargarse.

El elfo falseó un tropiezo y chocó en el costado de Regrok.

SHOOT

El tiro pasó silbando junto a la trol.

Krushal saltó con una cuerda por la espalda de Cho-taro, la colocó en su cuello y tiró hacia atrás. El pandaren trató de zafarse y, al no poder, comenzó a estrellar al orco contra el carro antes de quedarse sin aire.

Uno de los matones sacó de su chaqueta una detonadora. El trol pegó un muerdo quitando la anilla y la lanzó a los pies de los guardias que se acercaban.

Los orcos y Ai’ko echaron a correr para alejarse.

PUUM

Ante el desconcierto provocado por la detonación, Astavedon miró por un segundo a Cho-taro. El pandaren había conseguido zafarse y dejar casi inconsciente al guardia orco.

El elfo apretó los labios y meneó la cabeza.

¡Nos vamos! —Dijo Astavedon subiéndose el pañuelo y montando en su moto. Los matones saltaron sobre las mecajarlys y aceleraron para poner pies en polvorosa. Para abrirse camino Regrok disparó a uno de los guardias que cayó abatido y otro fue atropellado mientras intentaba apartarse.

Cho-taro alzó el brazo rugiendo para asestar un zarpazo de gracia a Krushal y en ese momento Noh’tu le disparó una flecha a la pierna, haciéndole caer de rodillas. Varios de los guardias se abalanzaron sobre el pandaren para reducirlo y atarlo.


Más tarde.

¿Es de La Triada? —Preguntó Danika.

Eso parece. No llevaba telas en su mercancía precisamente —abrió una caja Noh’tu y apartó unas prendas de la superficie para mostrar fardos de khoka.

¿Y fue pura casualidad? ¿Pillasteis a este pandaren por pura casualidad? —Cuestionó Zooku mirando a Ai’ko y los demás. —No es nuestra ruta de patrulla.

Noh’tu dio un paso al frente, sacando pecho.

Penseh —llevándose un dedo a la sien, evidentemente pagado de sí mismo.
que si siempre hacemo’ lah rutah poh loh mi’moh sitioh, loh criminaleh saben como evitahno’ y que deberíamoh, de ve’ en cuando, variah lah patrullah poh zonah que no solemo’ recorré. Elloh ehtuvieron de acue’do. —Miró a sus compañeros. —Y todo ha salidoh bien. —Concluyó, orgulloso del resultado de su sugerencia.

Ai’ko asintió junto a su compañero.

¿Había alguien máh? —Preguntó el capitán mirando a la trol de melena roja.

Unos tipos que llegaron en moto —comenzó Krushal, al que se veía bastante cansado y herido por su pelea con el pandaren. —Supongo que irían a comprar la mercancía pero iban bien armados, no pudimos pararles… Se llevaron por delante a dos de los nuestros.

Danika miró a Zooku conteniendo su leve sonrisa de aprobación y esperando la reacción del capitán.

Bien —se limitó a gruñir Zooku. —Dejad que pase hambre un par de díah y luego le interrogaremoh —susurró a Danika.

La orco asintió y miró a cada uno de los miembros del grupo con gesto serio.

Una pieza importante. Bien hecho. Ahora dadle sepultura como se merecen a los dos compañeros caídos.

Se giró y caminó para alcanzar a Zooku.

¿Crees que esos vendedores de telas son los que han estado moviendo esa droga por aquí? —Preguntó Danika mirando al horizonte de Los Baldíos junto a Zooku.

El trol afiló la mirada y se tomó unos segundos antes de decir nada. Parecía estar conformando un puzle en su cabeza.

El vulpera dijo que era una tal Pupa. Cuando ehtuvihte en El Cruce me dijihte que ese tal Pirelli también sabía que se movía droga. Son goblins, no pandaren.

Entonces parece que el asesinato de la granja, el trol muerto con la nota firmada por “La Sociedad”, esa Pupa… Es todo bastante más grande de lo que pensábamos —Danika dio un paso adelante y miró al trol. —Las rutas de comercio… Esos pandaren no son lo que parecían. Esto nos pone cerca de la pista, Zooku.

Zooku asintió sin expresión alguna en su rostro, viendo cómo el naranja y violeta teñían el horizonte al apagarse el día en Los Baldíos.

Miró a Danika a los ojos durante unos segundos. Veía en ella la esperanza y la fuerza que él no quería admitir que había perdido.

Haremoh lo que sea necesario.
Permanecieron mirando a la extensa llanura en silencio.

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Dentro de la ley.
Dentro de la ley.
Es la primera vez que estoy a gusto dentro de la ley.

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Envolvente.

La he visto, jefe. La he visto.

Astavedon parecía enfadado y no paraba de caminar de un lado a otro de la mesa. Al otro lado Jarukan miraba al elfo por debajo de la visera de su sombrero.

Si estáh aquí eh porque salió el plan tal y como hablamoh —se limitó a decir el trol.

Astavedon se detuvo y puso las manos sobre la mesa.

No me has contado todo, jefe, y no me gusta. Sabes de lo que te estoy hablando. Esa chica estaba el otro día allí. Con la guardia de La Horda. Y si yo me di cuenta, Regrok y los demás puede que también—. Meneaba la cabeza constantemente. —J0der, ¿acaso creía que pintarse la cara iba a evitar que la identificara?

Los ojos del cazador comenzaron a iluminarse.

Forma parte del plan. No debería estar allí, pero forma parte del plan—. Jarukan entrelazó lentamente los dedos de las manos y respiró hondo.

Es una guardia de La Horda —comenzó Astavedon señalando por la ventana—, la has metido hasta el fondo del Callejón, jefe. Nos conoce a todos. A ti… Maldita sea, te acuestas con ella.

Astavedon miró unos segundos a Jarukan esperando una respuestas aunque, a juzgar por su afirmación y ausencia de pregunta, ya sabía esa respuesta.

¿Te acuestas con ella? —Repitió.

No.

¿Es solo otra de esas —Astavedon hacía ademanes tratando de encontrar el final de la pregunta— chicas a las que les atrae salir con el dueño de la Compañía Comercial?

Astavedon volvió a apoyarse en la mesa.

¿O es una guardia de esas a las que les atrae salir con el líder de El Callejón? Maldita sea, Jarukan. No sé si lo estás viendo.

Creo, que el que no lo ve aún ereh tú.

¡Claro que no! Porque nadie sabe nada. Ni yo. Solo he visto a esa chica contigo más veces de las que puedo contar y de repente la encuentro en una misión de la guardia de La Horda en los malditos Baldíos.

Astavedon meneó la cabeza. Era raro ver a un cínico como él enfadado pero un escalofrío había recorrido su espalda al ver a Ai’ko en la reyerta y eso significaba algo.

Está bien, está bien. Pero que sepas, que en el mejor de los casos, esa chica va a morir. Y no me hagas decirte lo que ocurrirá en el peor. Tú lo sabes.

Pipa y Skule no deben saberlo.

¿Qué tal ser algo más discreto? Los dos —. El elfo ladeó la cabeza y se encogió de hombros.

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Tengo ya mi pase el infierno.
Te conozco bien
Y sé que tú quieres estar allí también

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Una bala amiga.

Pantoque.

Las campanas del puerto repiqueteaban en mitad de la noche. El Reina de los Cielos atravesó la espesa niebla antes de vislumbrar las luces del puerto.

Una luz zigzagueaba en el muelle. Una luz rojiza.

Yuh’ra, en la proa, agarrada a la cuerda de la vela miró a Voluhin y asintió.

Levad velah e id preparando el ancla.

Los dos orcos que les acompañaban se pusieron a obedecer la orden.

TOC

El casco del barco golpeó ligeramente en una de las gomas que cubría el poste del muelle.

Un goblin se acercó cuando tiraron la pasarela.

No es una noche demasiado acogedora. Esta niebla…

Yuh’ra y Voluhin bajaron del barco y se detuvieron frente al goblin que los recibía mientras este trataba torpemente de apagar la bombilla, moviéndola de un lado a otro, metiéndola debajo de sus ropas y finalmente sacudiéndola para apagarla.

Disculpad, eh, sí, ya está —se encogió de hombros—, estos chismes del demonio… No funcionan nunca.

Yuh’ra lo miraba con cara de pocos amigos.

Ruzzo, para servirles —les tendió la mano, pero ninguno de los dos le correspondió. —Ah, sí, Gonzu no pudo estar hoy.

Voluhin miró alredor. Los dos orcos, de brazos cruzados esperaban varios pasos más atrás.

Está todo listo. Podéis recoger la mercancía. Preparada a tiempo, como de costumbre —dijo Ruzzo inivitándoles a seguirle.

Los callejones húmedos y oscuros de Pantoque se iluminaban de vez en cuando a su paso. La luz roja de las brasas de las pipas iluminaba las demacradas caras de goblins y orcos, acurrucados en las paredes, en las esquinas, consumiendo famélicos tras las cajas.

Un poco… Dame… —Una huesuda mano apareció para tocar a Yuh’ra, que la apartó de una patada. Se giró y sacó su revólver para colocarlo en la cara del orco. —Ni se te ocurra tocarme —le dijo la trol antes de pegarle una patada en el pecho.

Se adentraron por la callejuela que llevaba a la cochambrosa chabola donde Gonzu solía tener preparada la mercancía que venía de Zandalar. Una luz verde salía de su interior.

Voluhin sintió una sombra cruzar a su espalda. Se giró sin ver nada. Todo en la pequeña plaza permanecía igual.

Yuh’ra corrió la cortina y entró dentro seguida de los orcos.

Cuando Voluhin giró la cabeza vió cómo Yuh’ra volvía hacia afuera caminando lentamente hacia atrás, las manos en alto.

Una hoja afilada apareció de entre las cortinas apuntando al cuello de la zandalari.

Jarukan, Jarukan, Jarukan.

Apareció una mano en la empuñadura, un brazo fuerte y un orco retirándose la capucha.

Llevas tocándonos los huevos desde hace tiempo.

Unos susurros comenzaron a rodear al grupo. El brazo de Voluhin, su marca, comenzó a punzarle. Un sudor frío empezó a caer por su frente, parecía intentar moverse, articular palabra, pero solo veía los mismos ojos que los jabaespines.

El Don quiere que tu jefe le de lo que busca.

¿De qué hablah? —Preguntó Yuh’ra casi sin poder respirar, con la visión nublada y sus músculos agarrotados.

Y por cierto, no hay posibilidad de negociar —pinchó ligeramente la carne de la zandalari. —¿Cómo vamos a negociar después de que hayáis intentado matar a Don Marzzo? —Negaba el orco con la cabeza.

Desde la azotea de una de las chabolas el goblin se levantó las gafas. Cargó el rifle lentamente aguantando la respiración y se apostó para apuntar.

Creo que lo va a pillar con este mensaje —el orco alzó la hoja de su espada y…

Shooot

Jazz disparó en ese justo momento a una cisterna en el tejado de la chabola. El Orco detuvo su estocada y de entre las sombras es escucharon gruñidos. El líquido verde del agujero comenzó a salir a borbotones salpicando uno de los generadores instalados en el cochambroso poste de al lado. Comenzaron a saltar chispas y el orco saltó rodando a un lado.

ZZZZPAM

Jazzilyx “Jazz” Tirotrucado se deslizó por el tejado, saltó a una de las cajas y enganchó su mosquetón al cable que lo condujo, cruzando la plaza hasta la posición de Voluhin. Se soltó y cayó al suelo rodando. Se ajustó su rifle a la espalda. Las chispas brillaron en sus gafas y comenzó a correr hacia Yuh’ra.

¡Vamos! —Agarró una de sus manos y tiró de ella para salir corriendo hacia el callejón.

Voluhin recobró el sentido y por unos segundos la explosión del generador lo deslumbró.

Luego, raudo, alzó su escudo y comenzó a correr tras Jazz y Yuh’ra protegiendo su retaguardia.

El generador seguía echando chispas.

¡Que no escapen! —Gritó el orco encapuchado incorporándose.

Jazz cogió su rifle de nuevo, rodó a un lado del callejón, lo apoyó sobre la cabeza de un goblin envuelto en harapos que se acurrucó y se quedó inmóvil y…

Shooot.

El tiro impactó de nuevo en el generador que hizo que saltara todo por los aires. Escupiéndoles a él, Yuh’ra y Voluhin volando por el callejón. Y al goblin harapiento que tras rodar varias veces abrió los ojos de par en par y salió corriendo.

¡Que no escapen! —Se escuchó al fondo.

Una silueta encapuchada se recortaba entre las llamas de la pequeña plaza al final de la callejuela.

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Camino a la perdición.

No sale el sol cuando ella se va.
No hace calor si ella está lejos.

El Cruce.

Había caído ya la noche y Ai’ko se escabulló fuera de la Avanzada del Puente sin ser vista. Cogió uno de los raptores y se deshizo de la posible parafernalia que indicara su pertenencia a la Guardia. Llegó al Cruce por pasos secundarios, comprobando que nadie la seguía. Antes de entrar en la ciudad, dejó su raptor preparado y se colocó la chaqueta de cuero con el emblema de la calaveras con dos pistolas cruzadas. Miró la “cé” grabada en el cráneo, cogió aire y entró en la posada a buscar a Jarukan.

Al fondo de la barra, junto a las escaleras que suben al piso superior, el trol pegó un trago de Johnny Errante etiqueta negra, su favorito. Dio una calada y las brasas del pitillo iluminaron ligeramente su cara marcando sus facciones y su nariz en la oscuridad. De soslayo vio una chaqueta, un emblema que le resultó familiar. Volvió a mirar. Era ella. El trol trató de establecer contacto visual.

Me pregunto a dónde habrá ido esta vez.
Me pregunto si se ha ido para siempre.

Algunos de los parroquianos, al ver la chaqueta se iban apartando al paso de Ai’ko, prefiriendo mirar a otro lado. La trol avanzó por el bar levantando la cabeza, como si tuviera todo el derecho a llevar esa chupa y a que se aparten de su camino. Localizó finalmente a Jarukan y caminó directamente hacia él.

El camarero miró a la chica mientras limpiaba una jarra.

¿Le pongo algo? —Preguntó el orco.

De repente un sonido de guitarra le hizo levantar la cabeza. Tras ellos dos comenzaron a sonar los acordes de una canción. Un tauren de pelaje negro y gafas de sol empezó a cantar. Toda la gente se giró hacia el rincón donde estaba apoyado en un taburete el cantante con una guitarra con forma de pala, un no-muerto con otra guitarra y un elfo sentado sobre una caja de madera acompañando con la percusión y una pandereta.

¿Le pongo algo? —Volvió a preguntar el orco.

Ai’ko ojeó si le quedaba mucho o poco en el vaso a Jarukan antes de responder.

Pon otros dos —dijo Jarukan finalmente ante la duda de Ai’ko.

El orco asintió y sacó dos jarras limpias, las puso en la barra y las llenó una a una.

Agradecida por el concierto, que ahogaba el sonido de las conversaciones, Ai’ko apoyó los codos en la barra, mirando al trol.

Ya me tienes aquí —. Cogió el vaso que tenía delante y miró el contenido, dándole un par de vueltas sin llegar a probarlo. —¿De qué querías hablar?

Esa chaqueta te queda muy bien —dijo Jarukan en zandali. Al escuchar a los trols hablar en un idioma que no entendía, el orco frunció el ceño y volvió a atender al músico, recostado en una de las estanterías tras la barra.

Ai’ko hizo el gestito de tirar de las solapas de la chaqueta con chulería, algo que ha visto hacer a veces a otras personas.

Realza mis ojos —Sonrió, escuchando la música y a Jarukan.

Jarukan repasó con la mirada la taberna, atestada de gente, y finalmente miró a Ai’ko.

Ven —bajó del taburete y cogió su jarra. —Ese eh Navajo, el músico máh importante que ha dado Mulgore. La primera vez que lo vi fue en Trinquete. No era nadie. Siempre vuelve a El Cruce. ¿Lo conocíah? — Dijo señalando levemente al tauren con la jarra en la mano, mientras esperaba a que terminara la canción.

Me suena —su mirada se posó en el tauren y su banda. Miró su bebida y se mojó los labios, haciendo una mueca que intentó disimular.

Pero no salgo tanto como tú, ya sabes —dijo ella quizá refiriéndose al whisky, o al concierto, o a los dos.

Al terminar la canción, la gente se puso a vitorear de manera eufórica.

Ven, vamos —susurró Jarukan. Se dirigió escaleras arriba, aprovechando que toda la taberna estaba a otras cosas

Con gusto se hubiera quedado a escuchar otra, pero no había venido aquí de fiesta, pensó Ai’ko dedicando una última mirada al concierto. Siguió a Jarukan al piso de arriba, echando una ojeada a la taberna antes de subir, para asegurarse de que ninguna mirada se dirigía a ellos en lugar de al tauren.

Debería dejarla en paz
pero es que cuando ella se va, no sale el sol.

El trol cerró la puerta de la habitación tras ellos. Tal y como entraron, Jarukan se acercó a la ventana. No era especialmente grande, pero al descorrer las cortinas, la luz blanca de la luna iluminó la estancia. Se quedó mirando por ella. Estaba abierta. La temperatura era suave en Los Baldíos en esta época del año, terminado el verano.

Para ser tan peligrosa, pareces presa fácil—dejó la jarra en la ventana y se encendió un pitillo

¿De quién? No veo depredadores por aquí —sonrió Ai’ko. Dejó el vaso en la mesa y se quitó la chaqueta para colgarla en el respaldo de la silla, descubriendo las armas que llevaba colgadas debajo. Dejó también el hachuela, pero se quedó la daga del cinturón.

¿Me has hecho llamar para hacerte el interesante? —Dijo acercándose a Jarukan.

No. Te he hecho llamar porque he cumplido mi parte —comenzó el trol. Se dio la vuelta y al ver que Ai’ko se quitaba el hachuela, desenfundó el revólver y lo tiró sobre la cama. —Creo que no me he explicado bien. Te creía más inteligente… —Pegó una calada. —Te dije que fueras con cuidado.

¿No he cumplido yo la mía? Esos dos que te estorbaban no te van a estorbar más.

Ai’ko se cruzó de brazos, tratando de ocultar su indignación.

Tuviste suerte de que Astavedon evitara que te matasen, maldita sea. ¿Te presentas en mitad de un f0llón con matones y además solo llevas la cara pintada? J0der, Ai’ko… Sigues viva porque Astavedon te reconoció —Jarukan meneaba la cabeza en gesto de desaprobación.

¿Y qué quieres que haga? ¿Que me quede en el cuartel bordando? —Levantó una narina, tirando del labio y enseñando los dientes por ese lado. —No puedo dejar de lado mis deberes con la guardia. En primer lugar, es mi trabajo. Y en segundo lugar, resultaría sospechoso; y sospechas son lo último que necesito ahora mismo —dijo en voz baja evitando que las paredes escucharan.

Ese tipo es Cho-Taro, una de las personas fuertes de Mei Hua —alzó la jarra y señaló a la trol. —Tenéis la llave para ir a por ella. Tenéis al organizador de las rutas de Mei en vuestras celdas y un cargamento de khoka camuflado en uno de sus coches comerciales. Por no hablar de la nota que dejamos el otro día —dijo el trol alzando una ceja.

Bien. Gracias por tus servicios —comentó la trol con sorna.

Lo sé, lo sé, lo sé, lo sé.
Lo sé, lo sé, lo sé, lo sé.

Ahora quiero mi parte. Quiero que los cargamentos de la Compañía Comercial y el Sindicato de Transportes tengan vía libre por la zona.

Quiero volver a tener una ruta segura hasta Orgrimmar.

Y quiero que acabéis con Mei Hua.

Jarukan pegó un trago de su jarra y se levantó de la silla.

Cuando pueda asegurarte tus demandas, te lo haré saber.

Aiko se mantuvo en el sitio cuando Jarukan se levantó.

¿Algo más?

La próxima vez, si no puedes evitar estar ahí, al menos lleva algo más que una pintura en la cara. No sé cuánto tiempo llevas en Los Baldíos, pero aquí, si no eres discreta, alguien te matará.

Jarukan se acercó a la trol.

Intentaré tener más cuidado, pero tú mismo sabes que no puedo evitar todos los riesgos. Tú tienes una fachada que mantener de cara a la galería, y yo tengo el mismo problema.

No quiero que te pase nada —se quedó en silencio mirándola. Una expresión algo triste asomó a su cara y bajó la mirada a sus labios.

Me pondré una máscara —respondió ella con brusquedad pero, al ver su expresión, suspiró y suavizó el tono.

Tengo entendido que las patrullas van a variar —cambió de tema, rompiendo el contacto visual. —Cuando tenga la información, trazaré una ruta segura para tu mercancía—. Volvió a mirarle, ladeando la cabeza. —¿Conforme?

Jarukan asintió. Apagó el cigarro a los pies de la cama y recogió su revólver para volver a enfundarlo. Miró los labios de la trol de nuevo al pasar por delante. Se dirigió hacia la puerta y antes de salir se detuvo a mirar de reojo.

Ve con cuidado.

Lo sé, lo sé, lo sé, lo sé.
Lo sé, lo sé, lo sé, lo sé.
Pero cuando ella se va, no sale el sol
Y esta casa deja de ser un hogar.

Dale las gracias a Astavedon de mi parte —dijo, a modo de despedida. Y una vez el trol se marchó de la habitación, se sentó en la cama y se dejó caer hacia atrás, mirando al techo con expresión ausente. Tras unos segundos, subió las manos para sujetarse las sienes y emitió un quedo gruñido de frustración.

Al final sí que me van a matar —murmuró antes de levantarse y recomponerse.

Cogió sus cosas y salió discretamente por la puerta de atrás que Jarukan le había mostrado alguna vez.

Montó en su raptor y se perdió en la noche de vuelta a la Avanzada del Puente.

Confidencial

Orgrimmar. Cuartel General de La Guardia de la Horda.

El orco se recostó en su silla mientras echaba un vistazo a varios informes. El humo de su pipa inundaba la sala con un olor a café y madera. La luz que entraba por la ventana proyectaba las duras facciones del alto mando.

¿Y dices que tu informante es Jarukan? ¿El Cártel del Callejón? —Miró por encima de los papeles a Ai’ko.

El actual jefe, sí. —Estaba apoyada en la pared, mirando el ajetreo del patio, pero se incorporó para mirar a su superior cuando se dirigió a ella. —Está todo ahí. —Señala con la barbilla el taco de papeles.

El orco asintió echando una ojeada de nuevo a los informes.

¿Y te ha entregado a esos pandaren… Mei Hua, sin nada a cambio?

Ninguno de estos criminales entregaría algo a cambio de nada. —Respondió, negando con la cabeza. —Quiere que acabemos con Mei Hua. Debilitar a la Tríada. —La trol vaciló antes de continuar. —Pide una ruta comercial segura para el Sindicato de Transportes y quiere una ruta segura para traficar con Orgrimmar. —Miró al alto mando, expectante.

Acabar con Mei Hua es una de las partes del plan. Eliminar a toda esa escoria. —Se tomó un momento para pegar una calada de su pipa y saborear el tabaco. Luego, mirando a Ai’ko, entrecerrando los ojos por la luz de la ventana, expulsó un denso humo por la boca y nariz. —Mandaremos efectivos suficientes para encerrar a esa pandaren y a su gente —dijo poniendo los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos—. Con las pruebas que hay aquí, ese alijo, y esa nota firmada por ella, tenemos lo que necesitamos para sacarla de allí y, al menos, juzgarla. El tipo al que detuvisteis, ¿Le habéis interrogado?

Sabes que yo no me encargo de los interrogatorios en la Avanzada pero, que yo sepa, no le han interrogado todavía. Sabemos que es el encargado de trazar las rutas para la mercancía de Mei Hua pero no se si Zooku y su gente podrán hacer que lo confiese. —Suspira antes de continuar. —Son gente dura. Tienen más miedo a lo que los suyos puedan hacerles si se van de la lengua que a la guardia.

El orco se levantó de la silla, con la pipa en la boca y un par de papeles en la mano, y se acercó al otro lado de la ventana, cerca de Ai’ko. Echó un vistazo al patio de armas y contempló el trasiego de guardias de aquí a allá.

Has hecho bien Ai’ko. Un gran golpe. Me gustaría que echaras un vistazo a esto. —Le mostró dos carteles de recompensa. Dos goblin. Ponzo y Nick rezaba en cada ficha. —No es una prioridad, pero si los ves por allí, házmelo saber. —Se quedó mirando por la ventana.

Tendré los ojos abiertos. —Cogió los carteles, examinándolos con atención, y luego miró al orco de reojo. —¿Qué hay de la ruta para el Callejón?

El alto mando se giró hacia Ai’ko y miró al suelo tratando de conformar su discurso.

Que el Sindicato de Transportes pida una ruta segura es algo que puedo entender. —Levantó la mirada hacia la trol. —Pero que El Callejón pida una ruta comercial segura… Ellos no se dedican al comercio, Ai’ko. ¿Es que pasan impunemente por Los Baldíos?

Fijó su mirada sobre Ai’ko durante varios segundos en silencio y alzó una ceja.

Habrá una ruta segura para el Sindicato y lo que sea que haga El Callejón. La mitad de las armas y la droga que pase por esa ruta será confiscada por los nuestros. Me aseguraré de mandar efectivos allí —Miró por la ventana. —Es un hombre de negocios, sabrá que las cosas funcionan así. Lo entenderá —dijo dando la espalda a Ai’ko.

No creo que esperase que cedamos a todas sus demandas sin tratar de negociarlas. —Coincidió ella. Se había ruborizado cuando el orco le señaló su equivocación, así que agradeció que se girase. Carraspeó. —Una cosa más… El trabajo de campo me expone a ser reconocida por alguno de los que me han conocido estando de incógnito entre ellos.

Pues deberías tener cuidado —se limitó a decir.

¿Tengo permiso para intentar que me cambien de puesto?

Haz lo que puedas. Habla con ese Zooku. Pero recuerda que te necesitamos alerta, viva —dijo con tono serio— y junto a esa escoria para sacarles de todo. Mandaremos un operativo a por los pandaren en breve.

Entendido, señor.

El orco se giró para observar a Ai’ko retirarse y volvió a mirar por la ventana pegando una calada a su pipa.

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Este amor me está matando
Y este dolor debe ser parte de la cura.

Revelaciones

Trinquete. Segundo piso de la Compañía Comercial.

Jarukan observó embrujado la danza de Ai’ko y un escalofrío recorrió su cuerpo a cada paso que avanzaba. La Luz de la luna que entraba por el ventanal recortaba la silueta de la trol a contraluz.

¿Te gusta esto? —Las manos de Ai’ko recorrían suavemente su cuerpo.

Lo quiero. Lo quiero todo —dijo Jarukan.

Y tú siempre consigues lo que quieres —llega hasta casi el sofá, pero aún lejos de su alcance —¿verdad?

—se mordió el labio inferior al ver a Ai’ko tan cerca. Sonrió y giró la cabeza hacia atrás mirando al techo, tapándose la cara con la mano. —Vas a acabar conmigo.

[…]

Ai’ko se acomodó sobre el sofá y abrazó desnuda al trol desde la espalda, descansando la cabeza en el hueco entre el cuello y el hombro. Suspiró de satisfacción y le dio un beso al lado de la oreja. —Tengo tu ruta —le susurró.

Jarukan miró de reojo y cerró los ojos para seguir disfrutando el calor de Ai’ko. —Sabía que lo conseguirías —. Maniobró para darse la vuelta y mirar a Ai’ko. Dejó que la trol se acomodase y comenzó a acariciar su cuerpo.

La mitad de lo que pase ilegalmente será confiscado —. Le miró, seria, sin querer retrasar más comunicarle las condiciones.

El trol soltó una leve risa de incredulidad y dejó de acariciar a Ai’ko. Miró a sus ojos e intuyó que no era una broma. —No.

—se limitó a responder.

No, Ai’ko, en primer lugar, no voy a pagar un tributo a nadie y menos a ellos. Me estoy jugando mi vida. Y lo más importante: ni la Compañía Comercial ni el Sindicato comercia con cosas “ilegales” —hizo énfasis en lo último—. El trato era sencillo, sólo necesitaba rutas seguras para dos empresas “legales” —remarcó— que necesitan cruzar los Baldíos hasta Orgrimmar sin sorpresas. De ningún tipo —. Se incorporó en el sofá. —¿La mitad?

Jarukan se levantó y caminó desnudo hasta el otro lado de la estancia.

Esas dos empresas legales transportarán su mercancía legal hasta Orgrimmar sin sorpresas —. Se sentó, con las piernas a un lado. —Era lo que querías. Una ruta segura para el Sindicato y la Compañía Comercial, y eso es lo que tienes.

No intentes ser más lista que yo, Ai’ko—. Meneó la cabeza y miró por la ventana, dando la espalda a la trol. —Pedí rutas seguras para dos empresas legales pero, por algún motivo que desconozco, dan por hecho que traficamos con cosas. Yo no te pedí nada para el cártel—. Se giró. —Mei trafica, los Dispacciore trafican, nosotros no. Creí que estaba claro… J0der… ¿Qué les has contado Ai’ko?

Ai’ko resopló, moviéndose el flequillo. —Entonces ¿De qué te preocupas? La ruta es segura para el Sindicato y la Compañía. Si por lo que sea y por quién sea por esa ruta se intentan pasar drogas o armas, la mitad se confiscará. Es un aviso, para que lo tengas en cuenta si te diese por empezar a traficar.

Usamos esas rutas con compañías legales para traficar. Eso lo sabes tú—. Apretó los puños. —Qué parte de ayudarme en ese plan no has entendido—. Su cara mostró un gesto entre enfado y decepción. —Llevo toda la vida aquí. Conocemos bien la Avanzada del Puente, y aunque las cosas hayan cambiado, no se atreverían a negociar así. Y ahora parece que saben que esas compañías llevarán mercancía ilegal… y ponen condiciones.

Jarukan soltó un bufido y caminó hacia la trol.

Me estás mintiendo, Ai’ko. ¿Quien c0jones eres? —La cara del trol reflejaba la decepción por encima de la rabia. —Vístete.

Ai’ko se levantó y se vistió con calma. —Te mientes a ti mismo si te olvidas de a qué lado de la ley estoy. Cada cosa tiene un precio y eso lo sabes tú mejor que nadie —. Levantó un dedo. —Nos das a Cho-Taro y quitaremos del medio a Mei Hua —. Levantó otro dedo. —Tienes una ruta a Orgrimmar y el precio es la mitad de la merca. Puedes pasar la mitad de lo que quieres o no pasar nada.

Jarukan se giró de nuevo hacia la ventana y apoyó su mano en el marco. Dejó caer su cabeza sobre el brazo, pensativo. —No has contestado.

Soy Ai’ko —. Se giró para marcharse. —Si quieres algo más, ya sabes dónde encontrarme —dijo sin mirarle.

Jarukan miró el reflejo en la ventana y al ver la cara de Ai’ko justo antes de voltearse, parecía seria e incluso triste, apartó la mirada por dolor y miró al mar a lo lejos. —Ai’ko… —pronunció en voz baja y se giró pero ya era tarde—…dime que al menos entre nosotros sí fue real —prosiguió, apagando su voz tras el portazo al ver que Ai’ko ya no estaba. —¡M1erda! ¡J0der! —Pegó un puñetazo contra una de las vigas de la pared. —J0der…

Ya se oye al demonio.
Ya lo escucho llamándome
Tengo que pagarle mi deuda.
No puedes parar a los perros de la guerra.

Brazo derecho

Avanzada del Puente.

Noh’tu y Krushal entraron en el pasillo de la cárcel hasta alcanzar a Ai’ko, recostada en uno de los muros. La trol no se había percatado de la llegada de los compañeros, los gritos de dolor y los golpes provenientes de la celda ahogaban cualquier otro ruido.

Hola, muñeca, desde que no sales a patrullar con nosotros no hay quien hable contigo —dijo Noh’tu en voz baja. Ai’ko miró de reojo con el gesto serio y otro alarido de dolor del pandaren hizo que volviera a girar la cabeza hacia la escena.

Sentado en una silla, engrilletado, se encontraba Cho-Taro. Su pelaje blanco estaba lleno de sangre y babas, sucio.

Esto se va a poner interesante —dijo Krushal en voz baja a los otros dos compañeros—. ¡Señor!

Parece que su llamada quedó suspendida en el aire sin respuesta aparente. Nadie del grupo de soldados allí presentes se giró siquiera.

Danika caminaba lentamente por delante del pandaren. La suela de sus botas, levantaban el líquido rojo pegajoso del suelo de la celda. Se apretó de nuevo la venda que envolvía su mano y ajustó su puño, abriendo y cerrando los dedos lentamente.

No sé nada… Mei no está… al tanto de… esto —dijo Cho-Taro levantando la cabeza lentamente y escupiendo sangre.

Traficas con khoka —dijo Danika agarrando una oreja del pandaren para levantar su cara y poner sus ojos a su misma altura. —De dónde la sacáis, qué hace Mei Hua metida en todo esto. No soy g1lip0llas Me lo vas a decir.

POW. El puñetazo partió el labio superior del hocico de Cho’Taro. Su cabeza se movió a un lado y quedó haciendo un movimiento pendular como si fuera un muñeco. El pandaren aún conservaba la fuerza y la consciencia mínima como para rugir de dolor.

Si me permite, señor —se oyó comentar a Krushal.

Zooku, que estaba recostado en una esquina de la celda, con los brazos cruzados, se incorporó y caminó lentamente hacia el pandaren.

Vamoh a hablar con Mei Hua y le vamoh a decir que hah cantado todo —. Puso la mano abierta y miró a Danika. La orco sacó las llaves de su faltriquera y las dejó caer en la palma del trol. —Y luego te soltaremoh.

Zooku desabrochó los grilletes del pandaren. Danika hizo el ademán de sujetarlo para que no cayera hacia adelante, pero el trol le hizo un gesto para que se apartara. Pegando una patada en el respaldo de la silla, hizo que Cho-Taro cayera desparramado de bruces contra el suelo. Sin apenas poder abrir los ojos hinchados, el pandaren solo pudo soltar un bufido al estrellar su cabeza contra frío piso de la celda.

Dicen que ereh alguien cercano a Mei. Pa’ que vea que tenemoh información real —dijo Zooku desabrochando el hacha de su cinturón— le vamoh a mandar —apoyó una rodilla en la cabeza de Cho-Taro y otra en la espalda, extendió el brazo y alzó el hacha para descargar el tajo— a su brazo derech-

¡Señor! —Gritó Krushal en la puerta de la celda.

¡¿Qué coj0neh quiereh!? Te he oído dehde que entrahte —. Se detuvo el trol antes de asestar el hachazo y se giró gritando hacia el orco.

Señor, acaba de llegar un contingente de La… —comenzó a pronunciar.

Al menos diez orcos entraron en el pasillo de la celda, uniformados con la armadura de La Horda. Militares de Orgrimmar.

De La Horda —terminó el primero de ellos—. Mi nombre es Orok. Throm-Ka, camarada.

Zooku se apartó el flequillo que caía sobre su cara y miró la comitiva desde el pasillo hasta la puerta.

Pero qué coj0neh… —dijo el trol en voz baja.

CHAK

El rugido de dolor se escuchó en toda la prisión, incluso fuera.

Al menos cincuenta soldados entraban en la Avanzada y se arremolinaban fuera de la celda, desmontando sus lobos.

Walk around the seventh ring
Listen to the shadows sing
Pray for light
But know the night won’t end

Sin sombra.

La noche había caído sobre Los Baldíos y en el cielo la luna se dejaba entrever a medida que las nubes se desplazaban. Corría una brisa cálida, como corre la brisa nocturna en este lado de Kalimdor, arrastrando el aroma de pasto seco y el polvo.

Jarukan desconectó el contacto de su moto y el faro se apagó, dejando todo a oscuras y en silencio. Miró su brazo, las marcas oscuras que no dejaban de clavarle punzadas por dentro. Aspiró un par de veces seguidas. Estos últimos días había vuelto a consumir polvo rojo. Desmontó su moto y dirigió su mirada afilada hacia la oscura espesura del fondo.

Se oyó un aullido.

Caminó decidido hacia el bosque, la luna recortaba su silueta a contraluz. A medida que avanzaba, la oscuridad engullía cualquier atisbo de claridad, del pálido resplandor de Mu’sha.

Cruzó la maleza y se adentró en el espeso y oscuro bosque. Pronto aparecieron los susurros a su alrededor, cuchicheos, siseos que parecían maldecir cada paso del trol.

¡Chas! —se oyó una voz dulce. Jarukan se detuvo y su corazón comenzó a latir apresuradamente.

De un hoyo, justo delante del trol apareció una niña. Se incorporó en el borde del agujero y miró al trol sonriendo. Parecía que la oscuridad no le afectase. La cuenca de sus ojos, oscurecida, era un nido de gusanos, y su sonrisa, una hilera de dientes afilados.

No sé dónde está mi hermana —dijo la pequeña orco—, pero seguro que tú sabes por qué hay humo.

Jarukan levantó la mirada hacia el fondo, desviándola de la niña y continuó caminando, bordeando el hoyo.

Dejará de haber oro y solo habrá humo —dijo la niña a medida que el trol pasaba a su lado. —Si mi hermana es humo, ¿por qué yo no? ¿Por qué yo no? ¿Por qué yo no?

Jarukan continuó su camino y dejando atrás a la niña.

Tú eres humo —se oyó decir a la niña a la espalda del trol.

Caminó hasta adentrarse en la oscuridad aún más hasta que los árboles se acabaron. Las punzadas en su brazo y en su pecho se agudizaron y sus oídos comenzaron a taponarse aislando cualquier ruido. Excepto el de los malditos susurros. Se detuvo.

Olvidas quién eres —se escuchó entre las sombras.

No. Tú olvidah quién soy

El rey de nada —replicó la voz.

Jarukan afiló la mirada bajo su sombrero y esbozó una sonrisa.

Puedo mirar al abihmo a los ojoh —dijo el trol—, olvidaba que tú no tieneh. No tieneh nada.

De repente sonó un gruñido que retumbó en la oscuridad y cientos de ojos blanquecinos se abrieron alrededor del trol.

Jarukan miró de reojo.

Vas a ser humo. Tú ya no eres útil, has perdido el rumbo… y el Callejón —se escuchó decir a la voz en la sombra. —¿Quién te crees que eres, Malakai? —El grito hizo que todos los ojos se apagaran, como atemorizados.

Jarukan tragó saliva y alzó el mentón.

Acaso crees que no hay quien pueda remplazarte, caerás como ya cay-

Yo no soy Malakai y tú lo sabeh —cortó el trol. —El Callejón eh mío. Y si lo quiereh —extendió los brazos— quítamelo.

Se hizo el silencio.

No te tengo miedo —dijo Jarukan. —Ya no.

Las punzadas se intensificaron hasta el punto de hacer que el trol convulsionara, dejándolo sin respiración. Cayó al suelo de rodillas y comenzó a toser. Un líquido viscoso que cayó en la palma de su mano. Sangre supuso.

Me necesitah. Ehto —dijo el trol—, eh mío.

Acabarás siendo humo, insensato. Y El Callejón cumplirá como lo hizo hasta ahora… A pesar de ti.

La mano del trol agarró el revólver contra su voluntad y lo apuntó a su cabeza, poniendo el caño en su frente.

¿Dónde está? —preguntó la voz.

Jarukan negó sonriendo.

[…]

El trol apareció caminando de entre la maleza. Colocó un pitillo en la boca, con sus manos llenas de sangre y lo encendió tras un golpe seco de la yesca de su mechero.

Aspiró y soltó una bocanada de humo. Sus ojos se fueron acomodando a la claridad pálida de la luna, montó en su moto y encendió el contacto.

Planeando nuestra huida
Dejando atrás a los lobos
Tú y yo, como fugitivos escondidos.