El intercambio.
El pandaren detuvo el carro tirado por dos enormes kodos. Era uno de los carros que solía transportar la tela y especias de Mei Hua hacia Orgrimmar. El calor que emanaba de los baldíos hacía que la línea del horizonte se deshiciera en la unión entre el cielo y los altos y secos matorrales.
—Así que crees que debería comprar ese pedazo de tierra cochambroso, ¿eh?
Uno de los pandaren se bajó del carro y cogió las riendas de los kodos para acercarlos a la charca junto a la que se habían detenido.
—Ahora es un pedazo de secarral, pero es un buen lugar para instalarse ahora que la guerra ha terminado. Solo te digo que la oferta de ese viejo es algo para considerar, amigo —. Cho-Taro saltó de su asiento y se puso en la parte del carro donde daba la sombra. Miró al horizonte, esperando a que el Callejón cumpliera su parte. —Tarde, como siempre —dijo.
El kodo levantó la cabeza de repente y pegó un bufido.
Los pandaren miraron en la dirección que insinuaba el animal y, justo después, un sonido de motos a sus espaldas llamó la atención de ambos.
—Tranquilo —acarició el pandaren más joven a uno de los kodos. El animal no paraba de bufar y menear la cabeza.
Cuatro motos llegaron junto al carro, parando a un lado del camino. Astavedon, Regrok y otros dos elfos ataviados con las chaquetas insignia del Callejón.
—Esperábamos a Jarukan. Tenía mucha prisa al parecer. Este desvío no es muy transitado, por eso lo elegimos, pero siempre hay guardias merodeando por el camino hasta el puente —dijo Cho-taro mirando por encima del hombro a los matones.
—No tardaremos. Jarukan necesitaba parte de vuestra khoka para cumplir con un compromiso —se adelantó Astavedon echando mano a una bolsa colgando de su cinto.
—Dales lo que traemos para ellos —ordenó el pandaren a su compañero mirando desafiante al grupo que venía con el elfo.
Su compañero bajó una de las cajas, la puso entre Cho-taro y Astavedon y quitó una capa de prendas de cuero para mostrar un doble fondo con varios fardos.
—Creo que era más, peluche. Somos colegas en esto, no intentes timarme.
—¿Timarte, hijo de put4? Nos dejaste solos la noche que esos jabaespines casi me matan —el pandaren gruñó enfurecido apretando los puños.
—Vamos, por la salud del negocio… —Astavedon hizo un gesto para quitar importancia a las palabras de Cho aunque el ambiente era tenso para todos.
—La otra…—Ordenó el pandaren sin apartar la vista del elfo.
—Ay… no…—Se escuchó al joven tras el carro. —Cho, creo que…
De entre la espesa capa de altos y amarillos matorrales asomaron varios orcos y trols.
Noh’tu pegó un fuerte silbido, se levantó y disparó a la pata de uno de los kodos. Los demás guardias, incluido Krushal y Ai’ko corrieron armas en mano rodeando al grupo. Llevaban las caras pintadas para no ser reconocidos y armaduras ligeras para no hacer ruido.
—¡Por la Horda! ¡Alto!
Astavedon corrió a sacar su pistola y desenvainó su hoja a la vez. Regrok descolgó su escopeta y apuntó a uno de los bultos que venían hacia ellos.
—¡M1erda! —Cho-taro rodó a un lado esquivando una de las flechas de Noh’tu, que se acercaba corriendo sacando su hacha de mano.
ZUUUUTT
Probablemente la idea de Noh’tu no era acabar con el otro pandaren, pero lo cierto es que se interpuso en la trayectoria de su hacha al intentar cubrirse.
CRAK
El hacha se clavó en la cara del compañero de Cho, que cayó contra el carro llenándolo todo de sangre.
Zogrok cargó su rifle y apuntó a uno de los guardias. Astavedon se percató de su objetivo. Melena roja recogida, esos ojos. Miró a Ai’ko que asestaba un golpe con el filo de su lanza en uno de los matones del Callejón. Clak. El martillo del fusil sonó para cargarse.
El elfo falseó un tropiezo y chocó en el costado de Regrok.
SHOOT
El tiro pasó silbando junto a la trol.
Krushal saltó con una cuerda por la espalda de Cho-taro, la colocó en su cuello y tiró hacia atrás. El pandaren trató de zafarse y, al no poder, comenzó a estrellar al orco contra el carro antes de quedarse sin aire.
Uno de los matones sacó de su chaqueta una detonadora. El trol pegó un muerdo quitando la anilla y la lanzó a los pies de los guardias que se acercaban.
Los orcos y Ai’ko echaron a correr para alejarse.
PUUM
Ante el desconcierto provocado por la detonación, Astavedon miró por un segundo a Cho-taro. El pandaren había conseguido zafarse y dejar casi inconsciente al guardia orco.
El elfo apretó los labios y meneó la cabeza.
—¡Nos vamos! —Dijo Astavedon subiéndose el pañuelo y montando en su moto. Los matones saltaron sobre las mecajarlys y aceleraron para poner pies en polvorosa. Para abrirse camino Regrok disparó a uno de los guardias que cayó abatido y otro fue atropellado mientras intentaba apartarse.
Cho-taro alzó el brazo rugiendo para asestar un zarpazo de gracia a Krushal y en ese momento Noh’tu le disparó una flecha a la pierna, haciéndole caer de rodillas. Varios de los guardias se abalanzaron sobre el pandaren para reducirlo y atarlo.
Más tarde.
—¿Es de La Triada? —Preguntó Danika.
—Eso parece. No llevaba telas en su mercancía precisamente —abrió una caja Noh’tu y apartó unas prendas de la superficie para mostrar fardos de khoka.
—¿Y fue pura casualidad? ¿Pillasteis a este pandaren por pura casualidad? —Cuestionó Zooku mirando a Ai’ko y los demás. —No es nuestra ruta de patrulla.
Noh’tu dio un paso al frente, sacando pecho.
—Penseh —llevándose un dedo a la sien, evidentemente pagado de sí mismo.
—que si siempre hacemo’ lah rutah poh loh mi’moh sitioh, loh criminaleh saben como evitahno’ y que deberíamoh, de ve’ en cuando, variah lah patrullah poh zonah que no solemo’ recorré. Elloh ehtuvieron de acue’do. —Miró a sus compañeros. —Y todo ha salidoh bien. —Concluyó, orgulloso del resultado de su sugerencia.
Ai’ko asintió junto a su compañero.
—¿Había alguien máh? —Preguntó el capitán mirando a la trol de melena roja.
—Unos tipos que llegaron en moto —comenzó Krushal, al que se veía bastante cansado y herido por su pelea con el pandaren. —Supongo que irían a comprar la mercancía pero iban bien armados, no pudimos pararles… Se llevaron por delante a dos de los nuestros.
Danika miró a Zooku conteniendo su leve sonrisa de aprobación y esperando la reacción del capitán.
—Bien —se limitó a gruñir Zooku. —Dejad que pase hambre un par de díah y luego le interrogaremoh —susurró a Danika.
La orco asintió y miró a cada uno de los miembros del grupo con gesto serio.
—Una pieza importante. Bien hecho. Ahora dadle sepultura como se merecen a los dos compañeros caídos.
Se giró y caminó para alcanzar a Zooku.
—¿Crees que esos vendedores de telas son los que han estado moviendo esa droga por aquí? —Preguntó Danika mirando al horizonte de Los Baldíos junto a Zooku.
El trol afiló la mirada y se tomó unos segundos antes de decir nada. Parecía estar conformando un puzle en su cabeza.
—El vulpera dijo que era una tal Pupa. Cuando ehtuvihte en El Cruce me dijihte que ese tal Pirelli también sabía que se movía droga. Son goblins, no pandaren.
—Entonces parece que el asesinato de la granja, el trol muerto con la nota firmada por “La Sociedad”, esa Pupa… Es todo bastante más grande de lo que pensábamos —Danika dio un paso adelante y miró al trol. —Las rutas de comercio… Esos pandaren no son lo que parecían. Esto nos pone cerca de la pista, Zooku.
Zooku asintió sin expresión alguna en su rostro, viendo cómo el naranja y violeta teñían el horizonte al apagarse el día en Los Baldíos.
Miró a Danika a los ojos durante unos segundos. Veía en ella la esperanza y la fuerza que él no quería admitir que había perdido.
—Haremoh lo que sea necesario.
Permanecieron mirando a la extensa llanura en silencio.