Jarukan. Forjado en los Baldíos

Preludio a la tormenta.

[…]
Jarukan agarró a la trol por la cintura y la subió sin dejar de besarla.

Te quiero, Ai’ko.

Ella cruzó los tobillos a su espalda y pasó los brazos sobre sus hombros para sujetarse. Se quedó rígida por un instante al escuchar a Jarukan, y le miró con los ojos muy abiertos

Yo también —susurró, como si le diese miedo decirlo en voz alta. Se refugió en el pecho del trol, abrazándose. —Creo que no debería, pero estoy harta del deber. Quiero hacer lo que quiera. Y te quiero a ti.

[…]

Ai’ko entrelazó sus dedos con los de Jarukan mientras le acariciaba con la otra mano la cabeza apoyada en su pecho. Le besó la frente.

Echaba de menos todo, pero sobre todo esto —dijo percatándose de la expresión preocupada del trol.

Jarukan… —suspiró bajito— sé que no va a ser fácil, y que no quieres que sufra. pero nada será más difícil ni más doloroso que lo que hice aquélla noche en Trinquete. Haremos que funcione.

Las cosas se están poniendo difíciles, Ai’ko. Sé que no puedo pedirte cosas y que harás lo que creas, pero por favor, mantente al margen cuando yo te lo diga —dijo bajando su mirada—. En los Baldíos la gente muere, Ai’ko. He enterrado a más amigos de los que me gustaría y se avecina tormenta… No sé cómo podré mantener a los lobos lejos de nosotros—. Se acurrucó en el pecho de la trol.

Cerca de Trinquete.

A lo lejos, en el camino desde El Cruce, dos figuras encapuchadas a lomos de dos pequeños raptores cruzaban las nubes de polvo que el viento arrojaba de un lado a otro del camino. A su lado, un mono biomecánico se afanaba en seguir el ritmo, que aunque no era muy rápido, hacían que el animal tuviera que acelerar el paso mientras intentaba subirse a la montura.

Tío, te digo que si hay algún sitio donde podríamos ir a pedir asilo es en el put0 Callejón —Comentó uno de los goblin mientras se limpiaba las gafas con el dedo. Había cometido el error de chuparse el dedo antes con la intención de lavarlas, pero solo quedó una estela de barro en el cristal.

¿Ah , sí? Pues la última vez que estuvimos cerca de esos tipos nos metieron en un embolao’ con un muerto que, literalmente, me la sudaba, Ponzo. Y encima casi nos matan —dijo el otro goblin—. Es que no me jodas, tío. Quiero esconderme, pero sería genial preservar mi vida.

El mono emitió un ruido de aprobación.

¿Ves? Ella está de acuerdo conmigo.

Deja de decir estupideces, Nick. Jarukan controla Trinquete y estoy seguro de que nos echará un cable escondiéndonos en El Callejón —dijo Ponzo quitando el barro de sus lentes.



Avanzada del Puente.

Antes.

Zooku se ajustó su hacha en el cinturón y recogió varios cartuchos de la mesa. Danika se sentó en la tabla junto al resto de cajas de cartuchos.

No te fías —susurró la orco para que solo Zooku pudiera escucharlo.

El trol cogió una última caja, la metió en su faltriquera y miró al fondo, donde había un corro de agentes de La Horda alrededor de Orok.

Los Baldíos nunca han interesao’ a nadie, Danika —le dijo en voz baja— no sé a qué coj0neh viene ehto.

El corro se abrió y Orok salió caminando hacia Zooku y Danika.

¡Ha llegado el momento! —Gritó con los brazos abiertos mientras giraba sobre sus talones para advertir a toda la avanzada. —Preparad vuestro equipo y que todo el mundo siga las instrucciones del mayor rango de su pelotón, partimos ya.

Se hizo el silencio en la avanzada y los soldados de Zooku comenzaron a mirarse entre ellos.

No puede ser —dijo Noh’tu en voz baja a Krushal y Ai’ko—, ¿pero esto no eran unas maniobras?

Los compañeros intercambiaron miradas, con la sorpresa en su rostro.

Aquí hay gente como para arrasar una ciudad —dijo Krushal con voz temblorosa mientras observaba a los militares de La Horda recién llegados sonreír y golpear al unísono su armadura en el pecho.

Nos uniremos a los demás allí —anunció Orok antes de hacer un gesto para ceder la palabra al trol.

Ai’ko miró a Zooku y Danika.

Ya habéih oído —dijo Zooku mirando a su pequeño grupo. —Raptoreh y loboh, noh vamoh.

Danika advirtió la mirada estupefacta de Ai’ko.

A qué esperas, soldado. Te vienes, ¡Vamos!



Trinquete

Y le dije “Malady, colega, estos orcos no valen una m1erda, los otros quinientos Varoquistas a los que hemos ejecutado tenían mejor pinta”, ¿y sabes qué me contestó, Nick? —dijo Ponzo mientras ataba el raptor cerca del paseo del puerto, junto a la enorme escultura de ancla Trinquete.

Claro que lo sé, idiota, estaba contigo cuando decidiste matar a esos militares delante de Mala… —Nick no pudo terminar la frase. Sus ojos se abrieron como platos al mirar hacia el puerto y alzó ligeramente la mano para señalar.

¿Qué? —dijo Ponzo girándose.

Un numeroso grupo de soldados de La Horda, uniformados con la emblemática armadura roja y armados hasta los dientes se abría paso por el muelle en dirección al monumento del ancla. Nick se bajó la capucha y en ese mismo instante sonó un cuerno de batalla a sus espaldas. Al girarse vio a un grupo todavía más numeroso, montado en lobos y raptores que bajaba por la calle principal del pueblo hacia ellos.

No me jodas, tío —dijo Nick con voz temblorosa.

Lo que ha cambiado esto desde la última vez —susurró Ponzo quitándose las gafas con una mano y con la otra palpando para tocar a su mono.

Vienen a por nosotros…

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No hay razón para venirse arriba
Dijo el ladrón al bufón
Entre nosotros hay muchos
Que sienten que la vida no es más que una broma

Presa.

Trinquete. Compañía Comercial.

Te digo que aparecieron de la nada y fueron a por él. Tuvimos que darnos a la fuga —dijo Astavedon intercambiado la mirada entre Latshy y Jarukan.

La pandaren miró al trol con gesto serio, esperando una reacción del que fue su compañero.

Vamoh a dar con elloh —comenzó Jarukan tratando de calmar los ánimos—, sabeh que no ocurre nada sin que yo lo sepa. Vamoh a traer de vuelta a vuehtro amigo.

Nada me suena bien, Jarukan.

Latshy negó con la cabeza mirando a Astavedon.

De repente se escucharon pasos por las escaleras. La puerta se abrió estrellándose contra la pared y Pipa entró corriendo en la sala.

Jarukan… Tío… —la goblin trataba de completar la frase y recuperar el aliento— Está todo lleno de militares. Entrando en la casa de Mei.

Pipa levantó la mirada y advirtió que Latshy estaba con ellos. Sin pensarlo la pandaren echó a correr. Jarukan y Astavedon saltaron de su silla para seguirla.


Trinquete.

Jarukan se abrió paso entre la muchedumbre arremolinada entre el paseo del puerto y la Plaza del Ancla. Los soldados tenían rodeada la casa y entraban armados al grito de “todo el mundo al suelo”.

El trol echó mano al brazo de Latshy para detener su carrera.

¡Ehpera! Ni se te ocurra aparecer —dijo el trol tirando de ella.

Jarukan, es Mei. Mei está en peligro —. Latshy se giró por un momento para observar de nuevo la escena.

Yo no lo haría, cariño. Huele a que si te acercas te meten una bala entre tus peluditas cejas —se oyó comentar a Pipa. —Se ha liado bien gorda, ¿eh? Todo bajo control. Genial para nuestros negocios, Jarukan.

Se escuchó un gruñido del trol.

Vámonoh de aquí —. Jarukan tiró del brazo de Latshy para llevársela con él.

El trol y la pandaren empezaron a abrirse hueco entre la gente. Se toparon con la guardia de Trinquete, que llegaba apurada a la escena.

Jarukan se interpuso en la carrera del guardia.

¿Qué coj0neh ehtá pasando aquí?

Y a mí qué me cuentas, Jarukan. Sé lo mismo que tú, j0der —dijo Drogg. El orco intentó continuar y Jarukan se interpuso de nuevo.

Para qué coj0neh te p… —El trol miró alrededor y se mordió la lengua. Se acercó a un palmo del guardia. —Limpia toda esta put4 m1erda, cabr0n.

El orco apartó a Jarukan a un lado y continuó su camino hacia la plaza.


Dentro de la casa.

Todo el mundo al suelo. ¡Ya! —Ogrok entró en el enorme recibidor de la hacienda junto con varios de sus hombres armados y con las escopetas ya cargadas. La luz entraba por las puertas y ventanas, proyectando una cortina de polvo procedente del revuelo en la calle.

Los allí presentes, la mayoría pandaren, levantaron sus manos al verse acorralados. Mei bajó la escaleras corriendo hasta encontrarse con el capitán orco.

¿Qué es esto? —dijo observando la escena, horrorizada. —¡No podéis entrar así!

Señorita Mei Hua, queda detenida por pertenencia a organización criminal, tráfico de sustancias y…

De repente, uno de los pandaren de Mei se abalanzó rugiendo sobre uno de los guardias de la Horda que, sin pensarlo, disparó a bocajarro fulminando al enorme oso. Cayó desplomado al suelo, como si literalmente le hubieran desconectado de la vida.

¡No! —gritó Mei.

Añade desacato a la autoridad y violencia —dijo Ogrok a su ayudante.

Zooku y Danika entraron en la casa en ese mismo momento, armas en mano.

No me jodah…

No hay pruebas —dijo Mei tratando de contener su ira.

Bueno —el Capitán de La Horda se acercó a Mei mientras abría una bolsa de esparto—, digamos que tenemos información de primera mano.

Volteó la bolsa y dejó caer el brazo amputado de Cho-Taro.

Cho… —Las lágrimas aparecieron en los ojos de la pandaren.

¡Apresadla!


En la calle.

Vienen a por nosotros… —dijo Nick, echando mano de la pistola que llevaba escondida bajo el poncho.

La hemos cagado, ¿verdad? —preguntó Ponzo en voz baja pestañeando varias veces, como si tuviera dudas de que fuera real.

Al otro lado de la plaza, Krushal se giró, mirando en su dirección.

Son ellos —dijo, avisando a Ai’ko y a Noh’tu. —J0der, son ellos.

Vamoh, ahí ehtán, loh tenemoh —dijo el trol instando al grupo de la avanzada a que lo siguiera y echó a correr, seguido por los demás. Ai’ko sintió por un momento que su estómago se había dado la vuelta. Apenas tuvo tiempo a reaccionar y Krushal se la llevó por delante, echándola a correr de un empujón.

Esto se está poniendo feo —comentó Astavedon cuando llegó junto a varios matones del Callejón a la altura de Pipa.

Qué va. Esto solo puede ir a mejor.

Astavedon, mira —Regrok apuntó con la mirada hacia el grupo de soldados que corrían en su dirección.

No puede ser… Pipa… —comenzó el elfo.

Vienen a por nosotros, ¡vámonos!”, se escuchó al unísono a Astavedon y a Nick, que se encontraba justo delante de los matones del Callejón.

¿Pero qué…? —Astavedon advirtió la presencia de Ponzo y Nick justo en el momento de iniciar la carrera.

Todos comenzaron a abrirse paso entre la muchedumbre, corriendo la calle del puerto arriba, en dirección al Callejón.

¡Alto! ¡Detenéoh, por La Horda! —gritó Noh’tu apartando a empellones a los curiosos a su paso.

Saltaron entre los puestos, tiraron barriles a su paso, destrozando todo en la carrera.

¡Síguelos Nick! ¡Síguelos! —dijo Ponzo corriendo.
¡M1erda! ¡Haz algo , que nos alcanzan! —gritó Nick.
Ponzo pegó un salto para subirse a lomos de su mono y abrió fuego contra el grupo de guardias a su espalda.

Alguien va a morir
Como te cruces en su camino
No eres el héroe.

https://youtu.be/uhqm4vRW8qA

El Callejón.

La persecución se desarrolló a toda velocidad. Los guardias, cegados por el impulso de detener a los matones, doblaron la esquina tras sus pasos. De repente, la estructura de las calles cambió. La sombra se apoderó del entorno, apenas brillaba la luz del sol. El clima cálido de la ciudad se tornó frío y húmedo. Los guardias escucharon pasos a lo lejos, en un silencio extraño.

Krushal se detuvo y miró hacia atrás. Tenía la sensación de haberse adentrado unos metros, apenas media calle, pero ya no veía por dónde habían venido. Una suerte de callejuela irregular acababa en la sombra de una pared.

Los pasos parecían retumbar en las paredes. Parecían casas abandonadas, construcciones maltrechas.

Caminaron lentamente solo guiados por su intuición. Al fondo, la tela rasgada de un toldo se iluminaba con el único rayo de luz que entraba en la callejuela.

Sonó un ruido cortando el viento. Noh’tu pareció advertir una sombra sobre ellos y un escalofrío recorrió su espalda.

De repente, un matón del Callejón saltó sobre ellos desde una cornisa cercana, como el ave que cae sobre su presa, clavando un machete en la clavícula a uno de los guardias que componían el grupo. El borbotón de sangre salpicó la cara de Krushal y vio cómo su compañero se desplomaba malherido.

Noh’tu clavó su hachuela en el cráneo del matón y la desencajó de una patada en su espalda.

¡Cuidado! —gritó Ai’ko para avisar al trol de un nuevo atacante.

Krushal lo empujó a un lado para desestabilizarlo en el ataque y Noh’tu de nuevo volvió a clavar el hacha en el pecho del hombre vestido de negro.

Sonó un ruido a sus espaldas.

Solo les dio tiempo a advertir dos ojos brillando en la oscuridad. Astavedon emergió de entre las sombras detrás del grupo de guardias y, tras varios destellos de hojas, tres de ellos cayeron desplomados. Cabeza a un lado. Cuerpo a otro.

Noh’tu y Krushal tragaron saliva al contemplar la escena.

Un click se escuchó en la sombra. Pipa abrió su pintalabios y se lo aplicó dejando unos morros violetas perfectamente pintados. Aprovechó la distracción de Astavedon para entrar en escena, justo detrás del trol.

Hola cariño —llamó la atención de Noh’tu. El trol se volvió, y justo al darse la vuelta, la goblin accionó el botón de su barra de labios morada y roció, con un spray directo a los ojos, la cara del guardia que comenzó a retorcerse de dolor mientras poco a poco iba cayendo de rodillas.

Me… Falta… El… Aireh… —dijo Noh’tu entre espasmos hasta quedar inconsciente en el suelo.

Ai’ko dio varios pasos hacia atrás, tratando de recuperar la respiración. De repente, notó un acero frío en su nuca. Dos caños.

Mal día para ser guardia —dijo Ponzo a su espalda encañonando a la trol.

Clak. Cargó su recortada y se dispuso a disparar.

¡Alto! —dijo Astavedon a tiempo.

Krushal hizo el amago de echar a correr cuando ZAS uno de los cuchillos de Nick se clavó en la tierra de la calle justo al lado de su pie, frenando en seco las intenciones del orco.

Regrok salió de entre las sombras y empotró a Krushal contra la pared. Cuando el orco cayó al suelo, el matón le golpeó en la cara repetidas veces hasta hacerle perder el sentido.

El guardia que quedaba, simplemente se arrodilló con las manos en alto.

Vivos. Los quiero vivos —Astavedon alzó la voz para que todo el mundo escuchara.

¿Qué dices? ¿De qué vas? —preguntó Pipa tras explotar la pompa de chicle en sus labios violeta.

¡Eso! Es una maldita guardia —dijo Ponzo apretando los caños contra la nuca de Ai’ko.

Ponzo, deja de hacer el ridículo. ¿No has oído? Descarga esa put4 arma y baja de esa caja, j0der —gruñó Nick.

Quería impresionar a esa goblin, pero no haces más que estropearlo todo —susurró Ponzo bajando de un salto.

Eres tontísimo —dijo Nick.

Pipa se acercó a dar una patada al trol para ver si reaccionaba. No llegó a moverse.

J0der, Astavedon, podrías haber avisado. Hay compuestos como para matar a un ogro.

¿De verdad no sabes que el Mal viste de traje y corbata?
Te juro que lo he visto bajando por el Cañón del Ventajo en pleno verano.

https://youtu.be/rqR1cjuPXUg

De la oscuridad y las armas.

Pantoque.

Mi barco… —masculló entre dientes Yuh’ra, observando por encima de una caja desde el otro lado del muelle.

Maldita sea, Yuh’ra, vámonos de aquí. No le pasará nada, pero si no salimos pitando, a nosotros nos van a cortar la cabeza —. Jazz se afanaba en tirar de la zandalari, envuelto en una raída manta oscura robada en su huída a uno de esos famélicos yonkis que salieron por patas junto a ellos.

Voluhin se asomó de nuevo para ver cómo el enorme orco encapuchado daba órdenes de registrar el Reina. Se volvió a cubrir apoyando su cabeza en las cajas y miró a Yuh’ra tratando de contener el aliento pese a estar lejos de sus enemigos. Asintió a su capitana dando a entender que sería mejor idea moverse.

J0der… —gruñó Yuh’ra, saliendo de las cajas, agachada detrás de Jazz.

Me deben un par de favores en el puesto del intercambiador de Azshara. Pilla ese bote y vámonos de aquí. Recuperarás tu barco, no le pasará nada —comentó el goblin para tranquilizar la trol.

Voluhin entró como pudo en el bote y se puso a remar junto al goblin en dirección a la costa.



Orgrimmar. Días más tarde.

Os lo juro, no huele nada bien —. Jazz corrió ligeramente la cortina y se asomó tratando de ser discreto. Desde la ventana de la cochambrosa posada se podía ver el cuartel militar de la Horda, junto a la taberna del Dracoleón.

¿De qué ehtamoh hablando ahora? ¿De la habitación? —Preguntó Voluhin con cara de pocos amigos mientras veía una rata llevándose un trozo de queso mohoso en un rincón de la sala.

No, j0der, no —. Jazz se giró para mirar a los trols. —Me refiero a que los he visto, os lo juro. Sé que llevamos más días aquí de lo que nos gustaría pero os juro que los he visto y pinta mal.

Volvió a correr la cortina asomando un ojo.

Me ehtoy cansando —dijo Yuh’ra dando un golpe a la caja que habían preparado como mesa. La estancia era oscura y vieja. Probablemente el único sitio de todo Orgrimmar en el que había humedades. Ninguna comodidad aparente. Habían dormido como habían podido disputando un par de viejos colchones a las ratas y a las cucarachas.

¡Ahí están! —Dijo el goblin lo más bajo que pudo.

Saliendo del Dracoleón, tres goblins, hablando mientras caminaban hacia el cuartel.

Don Dispacciore es ese con el abrigo largo —comentó Jazz bajo la cabeza de Yuh’ra. Voluhin había abierto ligeramente la cortina por el otro lado de la ventana. —El del medio de Marzzo y el otro que les acompaña, el de la coleta, es Bhoby Manostorpes. Intenté interrogarle en una timba cuando llegué aquí tras las pistas de Mazzo. No saqué nada. Salvo que es un fanfarrón. Y un gil1p0llas.

Los goblins se acercaron a un grupo de soldados uniformados en la puerta del cuartel. Uno de ellos hizo una señal hacia la puerta con la cabeza. De dentro salió un orco con una pipa en la boca. Expulsó una bocanada de humo y saludó al Don. Pareció que intercambiaron algunos comentarios y, tras una mirada alrededor, el orco acompañó al goblin dentro.

Los otros dos aguardaban en la puerta. Bhoby parecía reírse mientras sacaba unos puros ofreciéndoselos a los guardias.

¿Y qué m1erdah significa ehto? —Preguntó Yuh’ra.

Jazz miró hacia arriba, por encima de sus lentes, encogiéndose de hombros y mostrando las palmas de sus manos, dando a entender que era bastante obvio.

Yuh’ra miró al goblin con el mismo gesto a modo de mofa.

Tenía la misión de cargarme a Marzzo, es escurridizo el c4brón. Demasiado, me dije. Y, boom, de repente me encontré una tierna y bonita relación con la guardia. ¿No ves algo raro? Es un put0 cártel, ¿sabes? Así que, pensé que valían más vivos que muertos, de momento. Y eso me llevó a Pantoque, con ese orco…

POM POM POM

Sonó la puerta de la habitación detrás de ellos. Voluhin miró al goblin, que se quedó quieto y sin respirar, encogiéndose de hombros, con los ojos bien abiertos.

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Intenté parar pero ya estoy demasiado dentro.
Y este dolor ya no me deja dormir.
¿Por qué? Dime por qué estoy aquí
Cavando mi propia tumba.

Trampantojo.

De noche, en algún lugar de Los Baldíos.

No tenemos toda la noche, Woka

Axia arrastró el cadáver hasta el borde del hoyo, junto a otros dos. Un orco, un trol y una trol de cabello rojo.

¡Cállate Axia! Hago lo que puedo. ¿Qué tal si cavas tú?

El enorme tauren sacó otra palada, y otra más hasta que la fosa quedó lista.

Arrojaron los cuerpos dentro como muñecos de trapo chocando entre ellos para acomodarse en el hoyo con contorsiones imposibles para un vivo.

¿Se parecen? —preguntó el tauren en un contrapicado, con la luna recortando su silueta.

Axia arrojó algo de brea sobres los cuerpos y encendió la cerilla. Se encogió de hombros.

Ahora se parecerán más… supongo —. Tiró el fósforo encendido al hoyo.



Trinquete.
Quitádselah —dijo Jarukan saliendo de la oscuridad de la sala para acercarse al foco. En la habitación húmeda del sótano se encontraban los tres prisioneros de la guardia. Krushal, Noh’tu y un agente recién reclutado para la campaña. Mala suerte.

Astavedon retiró los sacos de esparto de la cabeza. Estaban maniatados y de rodillas bajo un foco cenital que describía un círculo de claridad entre las sombras.

Demasiado tiempo en la oscuridad de la celda hizo que les costara abrir los ojos al retirarles la capucha.

¿Dónde está? ¿A dónde habéis llevado a la señorita Mei? —Latshy agarró a Krushal del cuello clavando sus garras en la piel. —¿Y Cho-Taro?

Por tu amigo ya no tendráh que preocuparte —comentó Noh’tu con aire bravucón echando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. —Ehtá dondequiera que valláih lo osoh a morir…—Soltó una risilla maliciosa. —Donde deberíaih acabar tu jefa y t…

Latshy soltó un gruñido y cerró el puño para propinarle un golpe en la cara con el reverso de su zarpa en la cara, tumbando al trol a un lado.

Las líneas dejaron de ser horizontales para Noh’tu. Su cabeza se había estrellado contra el suelo y todo parecía darle vueltas.

Astavedon volvió a incorporar al trol junto a sus compañeros.

Te voy a cerrar esa maldita boca para siempre hijo de… —dijo Latshy cerrando los puños.

El elfo del Callejón se interpuso para detener a la pandaren y apartarla de los guardias.

Tranquila, nos sirven vivos.

Astavedon se giró para seguir con la mirada a Jarukan. El trol se acercó a los tres prisioneros y se detuvo frente a Noh’tu.

He tenido que enterrar a treh de mih hombreh por vuehtra culpa. ¿A qué viene ehte asalto a Trinquiete? —Dijo a un palmo de su cara, intercambiando la mirada con los demás prisioneros.

Me importa una m1erda. Yo no sé nada, salvo que vamoh a limpiar ehto de ehcoria como tú —gruñó Noh’tu. Krushal lo miró con el ceño fruncido. —Ella no ehtá con nosotroh, la hah matado también hijo de perra… —Escupió a un lado.

Jarukan se puso en pie mirando con desprecio a los tres guardias.

Habéih venido a mi casa, a llenar de militareh ehta ciudad —comenzó Jarukan tratando, por algún motivo, de preservar la calma. Su visión periférica notó algo al fondo de la habitación. Estaba allí. Una niña orco con la cuenca de los ojos vacías, negras. “Hazlo” susurró.

¿Qué hacen loh militareh de Orgrimmar aquí? —La voz de Jarukan se alzó por un momento.

No… lo sé… —De repente el Noh’tu cambió su gesto. Se tornó frío. Parecería que estaba viendo a un monstruo. El frío se apoderó de la sala y un escalofrío recorrió la espalda de Astavedon. “Hazlo”, volvió a escuchar Jarukan.

Me lo vah a decir. ¿Por qué coj0neh habéih asaltado Trinquete? —Gritó Jarukan.

Noh’tu cerró los ojos y soltó un grito desgarrador. Su cuerpo estaba tenso y su mandíbula rígida. Abrió los ojos como platos mostrando una pupila minúscula. Krushal y el otro orco observaban horrorizados la escena.

No lo sé… No lo sé —dijo entre sollozos. —¡Vete! —Gritó a Jarukan, removiéndose en el sitio. —Nadie sabía nada. —el tono de voz del trol se volvió oscuro. —Vinieron de Orgrimmar cuando cortamoh el brazo. Ha muerto por tu culpa —escupió mirando a Astavedon y luego a Latshy —¡Nadie sabía nada! ¡Van a acabar con toda ehta m1erda! Mei eh la primera —. Las lágrimas y las babas se entremezclaban en la cara desencajada de Noh’tu. Su cabeza comenzó a hacer movimientos rápidos, tensado sus músculos del cuello. Los ojos parecían salir de sus órbitas. —¡Van a limpiar toda ehta m1erda! ¡Van limpiar loh Baldíos! ¡Muereee! ¡Muereeeee!—Emitió un grito desgarrador que retumbó en las paredes del sótano.

BANG

Astavedon le pegó un tiro reventando su cabeza. La sangre y los sesos se desparramaron contra la pared y la cara de Krushal. A los pies de Jarukan.

¿Qué demonios haces? ¿Qué m1erda es esto, Jarukan? —El elfo se interpuso empujando a Jarukan para retirarlo.



¿Y dices que no viste nada? —Preguntó Danika tratando de no mostrar lo afectada que estaba en ese momento.

No. Ni un ruido, señora guardia —. El joven trol negó con la cabeza mientras miraba a los guardias. —Vi el humo cuando iba a dar de comer a los raptoreh, al alba. Me acerqué y…

Zooku examinó la fosa con los cadáveres parcialmente calcinados. Se intuían los uniformes.

¿Son ellos? —preguntó el militar, asomándose por encima del trol.

Zooku asintió lentamente y alzó la mirada a Danika. La orco volvió a reparar en la tela del uniforme y siguió el surco de sangre que acababa junto al hoyo. El pelo rojo entre la sangre seca dejó pocas dudas. Tragó saliva, preparándose para dar la respuesta.

Son ellos.

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Oscuridad. Preludio a la tragedia.

La sangre derramada en el suelo tenía un tono oscuro, violáceo, parecía quemar el pasto. Corrosión con olor a azufre y descomposición.

El reguero de sangre continuaba hasta el borde donde el pasto se encontraba con la arboleda. Nawat dio de nuevo un paso al frente, el arco tensado. La brisa agitaba las plumas de su indumentaria y el cielo crepuscular pintaba la planicie de naranja, la oscuridad adquiría un tono morado y, frente a él, dos ojos encendidos en la negra espesura del bosque.

Se oía un cochiqueo entre las sombras y la criatura volvió a asomar el hocico, los enormes colmillos y una hilera de púas que salían del lomo. El enorme jabaespín se movía lentamente a un lado y a otro entre los árboles, con la mirada fija en el tauren.

El kodosentado comenzó a recitar una letanía en shu’halo. Hacía tiempo que la corrupción no llegaba tan cerca. Había notado el frío, sabía que esto no era una buena señal.

O Mu’sha aokate ya o na ga ya okati ya onha
Weya ale ale yo onaga.
Ate ia adi’hia.

(Oh Mu’sha que alumbras los caminos en la oscuridad y desvelas los secretos de noche. Aleja a mis enemigos).

El jabaespín emitió un gruñido y súbitamente salió de entre las sombras corriendo hacia Nawat. El tauren podía notar el temblor de la tierra a cada paso de la bestia. La amenazante hilera de afilados dientes y los ojos inyectados en sangre hicieron que el tauren temiera por su vida.

Disparó la flecha.

ZUUUT

La bestia esquivó el proyectil saltando a un lado y sin detener su carrera. Pese a llevar varias flechas clavadas, el jabaespín parecía no sentir dolor, estaba fuera de sí. Nawat sacó una nueva flecha del carcaj y rápidamente cargó el arco. Apuntó a medida que retrocedía lentamente.

Deare hehe yo are yaokati a unaka.
Are di a adi’hia.

(Que el espíritu del águila guíe mi flecha. Acaba con mis enemigos.)

El jabaespín emitió un agudo gruñido erizando el pelo de la crin del tauren, se impulsó y con un salto se abalanzó sobre su presa. Sin pensarlo, Nawat disparó su flecha. La punta emitió un destello y surcó el viento en dirección a su objetivo. Su sombra pareció proyectar unas alas en el suelo y -CHUTT- se clavó entre ceja y ceja de la bestia, cayendo desplomada justo delante de él.

Aún respiraba, su lomo subía y bajaba y Nawat sacó su puñal. Pero los ojos del jabaespín se fueron apagando y, con la última exhalación, se cerraron.

Todo quedó en silencio.

Los kodosentado y La Logia llevaban protegiendo estas zonas toda la vida. Hacía tiempo que este mal no cruzaba la barrera del bosque. La oscuridad había vuelto y Nawat sabía que esto solo era el preludio de una tragedia.

Zahe’ra apareció tras la loma y llegó corriendo hasta la posición del tauren.
¡Nawat! —Dijo la trol intentando recuperar el aliento. —¿Qué ha sido eso?
Zahe’ra observó la bestia abatida obteniendo su propia respuesta.
Ha vuelto —se limitó a decir el tauren.

El mal, el mal nunca duerme.
Tu alma arde.
Reza mientras lloras.
El mal, el mal nunca duerme.

Sorpresa.

Latshy miró al grupo de pandaren que había conseguido reunir tras la desbandada. La sala estaba apenas iluminada por un candil en el techo y los murmullos de los asistentes cesaron cuando ella dio un paso al frente. Su gesto era serio.

Hay armas para todos.

La correa del rifle cruzaba su pecho y a la altura de su hombro asomaba la mirilla.

Se la habrán llevado a Orgrimmar, seguramente. Así que nos infiltraremos en el convoy de la Compañía Comercial para cruzar Los Baldíos hasta la capital —dijo mostrando sus colmillos en todo momento.

Pero la guardia podría… —Preguntó uno de los asistentes.

Al parecer los carros de la Compañía Comercial siguen pasando —cortó Latshy mirando a una chica a su lado.

Así es —. Asintió ésta.

Hacen noche en El Cruce. Vosotros os aseguraréis de distraerlos —miró al grupo de la derecha. —Los demás aprovecharemos para colarnos en la carga.

¿Y el Cártel? —Preguntó otro.

Jarukan es un cobarde. No nos apoyará —dijo Latshy sin dejar a dudas sobre su enfado.



Al día siguiente.

El traqueteo de la carreta había dejado la espalda de Latshy totalmente dolorida. Había pasado demasiadas horas entre cajas de madera y sacos. Luchaba por que su estómago no rugiera por encima del ruido de los kodos. La lona que tapaba la parte de atrás de la carreta se movía con el vaivén y pudo ver cómo la tarde había caído ya.

De repente el carro se detuvo.

Día de cobro —se escuchó una voz ronca desde fuera. Parecía el timbre de un orco.

Pero nadie nos avisó de que hoy…—Refunfuñó el cochero.

Latshy abrió los ojos como platos y trató de contener la respiración. El ritmo de su corazón comenzó a acelerarse.

Deja de quejarte y abre. Vamos a llevarnos lo nuestro. Es el trato que hizo tu jefe —volvió a decir el orco.

Para antes de que pudiera echar mano a su rifle sonó una lona descorrerse en algún carro cercano. Y luego otras. Ruidos de cajas.

¡¿Pero qué c0j0nes!? —Se escuchó gritar de fondo. Sonó un choque metálico y un rugido inconfundible. Y tras esto, un gorgoteo.

¡Ataque sorpresa! —gritaron. —¡Vienen a por ella! ¡Que no quede ni uno!

El estruendo rompió la noche y Latshy apretó los dientes. se movió para acercarse a la lona trasera y una sombra apareció proyectada. “¿Cómo sabían que la tenemos aquí?”, escuchó la pandaren. La lona se abrió y apareció un orco ataviado con el uniforme de guardia de La Horda, y a dos dedos de su entrecejo el caño del rifle. Latshy apretó el gatillo y el guardia salió hacia atrás cayendo desplomado. La pandaren observó la situación. El lugar le resultaba conocido. Al fondo brillaban las luces de la Avanzada del Puente, estaban justo en el desvío hacia Orgrimmar. La mayoría de los pandaren habían salido de su escondite al ser descubiertos. Estaba todo lleno de guardias de la Horda.

Latshy apuntó a uno trol. SHOOT. Abatido. Y luego a un orco que intentaba asestar un tajo con el hacha a uno de sus pandaren. SHOOT. Abatido.

Su compañeros se deshacían de los guardias tajando aquí y allá. Había cuerpos de guardias por todos lados y sin embargo llegaron más. Salieron de la nada.

Fijó la pandaren su mirilla de nuevo en otro orco. Era más grande, venía con paso decidido hacia ella. Pero no era un guardia, no como los demás. Podía ver la oscuridad en sus ojos. El pelo de su espalda se erizó. Notó frío. SHOOT. El impacto alcanzó al guardia en el hombro. Cayó abatido.

Pero se incorporó. Latshy bajó el rifle y pudo comprobar con sus ojos la mirada perdida del soldado, la cara desencajada con la que se acercaba.

Al fondo, una figura encapuchada, de complexión fuerte, parecía otro orco, alzó su mano hacia adelante. En la oscuridad pareció adivinarse una sádica sonrisa. El guardia continuaba como podía hacia el carro de Latshy. De repente unos zarcillos oscuros comenzaron a envolver su cuerpo y la pandaren reparó en que parecía brea lo que salía de la herida de su disparo. Y comenzó a correr hacia ella. Su cara parecía deformada por el dolor pero su carrera cada vez era más intensa. El orco embistió directamente contra la carreta, quedando incrustado entre herrajes y maderas. Latshy tuvo que saltar para evitar el impacto.

El encapuchado alzó la mano, abriéndola completamente. Un destello violáceo en el cielo llamó la atención de la pandaren. Púas de las sombras. El orco bajó su brazo descargando con furia una lluvia de proyectiles estallando contra el suelo.

A duras penas pudo la pandaren esquivarlo. Corrió hacia un lado en el camino, en la ladera.

Observó la situación. Un trol alzaba a un pandaren como si fuera un muñeco agarrándolo por el cuello hasta hacerle reventar su cabeza. Varios orcos se ensañaban ensartando sus espadas en otros pandaren. Latshy retrocedía lentamente.

Susurros. Ahora parecía escuchar susurros por todos lados.

Portaban uniformes de La Horda. La guardia.

No, no eran guardias, se dijo. Y echó a correr ladera arriba entre la maleza.

Acabad con todo.

La voz del encapuchado sonaba ronca, tenebrosa.

Anteriormente
Pantoque.
Una hoja afilada apareció de entre las cortinas apuntando al cuello de la Yuh’ra.
—Jarukan, Jarukan, Jarukan.
Apareció una mano en la empuñadura, un brazo fuerte y un orco retirándose la capucha.
—Llevas tocándonos los huevos desde hace tiempo.
Unos susurros comenzaron a rodear al grupo.
Jarukan. Forjado en los Baldíos - n.º 11 de Jarukan-colinas-pardas

La gente me mira y la vista han de apartar.
No sé qué cosa extraña encuentran en mi mirar.
Cualquier color se me parece al negro.

De vuelta a casa.

Compañía Comercial, Trinquete.

Mira, ehto de aquí eh el género que llega a diario —comenta Jarukan abriendo uno de los sacos amontonados con la marca de la Compañía Comercial. —Hay que tomar buena nota de lo que eh y ponerlo en el libro de inventario. Como veh, aquí solo llega calidad, pero hay que andar con ojo, que ehtoh saben demasiao’.

Ai’ko atiende con interés a las explicaciones del trol, observando el trajín de la mañana. Gente entrando y saliendo del almacén, descargando sacos, cajas y otros bultos.

Ehto es lo que hacemoh todah lah mañanah —. Jarukan entrelazó sus dedos con los de la trol y se acercó para besar sus labios. —Fizz suele ayudarme a controlar que ehto no se vaya de lah manoh. Y hablando del diablo…

Jarukan miró por encima del hombro de Ai’ko. El goblin se acercó con el paso ligero atravesando el almacén hasta alcanzar a la pareja.

Señor, preparé la sala. Le están esperando —dijo Fizz subiéndose las gafas. Jarukan asintió y comenzó a caminar hacia la puerta despidiéndose de Ai’ko con un leve cabeceo. El goblin se puso a su altura con una pequeña carrera y carraspeó para llamar la atención del trol.

La señorita Yuh’ra y su amigo el grandote no parecen estar de humor, señor. Solo para que lo sepa. Le dije a Pipa que estaría usted fuera, en El Cruce, como me pidió. —dijo en voz baja. Jarukan gruñó y aceleró su marcha dejando al goblin atrás. —Oh, sí claro, ya organizamos Ai’ko y esto. No se preocupe —comentó Fizz forzando una sonrisa y volviéndose para mirar a la trol.

Jarukan bajó las escaleras y recorrió el lóbrego y oscuro pasillo hasta la puerta, custodiada por Axia. La elfa abrió la puerta sin apenas cruzar la mirada con el trol. Ya dentro, junto a la entrada y recostado a la pared, Astavedon saludó con los brazos cruzados. No se le daba bien ocultar esa cara de pocos amigos. Alrededor de la mesa se encontraban Nick y los pies de Ponzo. El goblin los retiró rápidamente de la mesa para sentarse en la silla. Al otro lado de la mesa, Jazz y Voluhin. El cazarrecompensas se tocó la visera de su bombín a modo de saludo. El trol, sin embargo, afiló la mirada y apretó los puños sobre la mesa. De espaldas, frente a Jarukan, Yuh’ra se apoyaba en la mesa, con la cabeza gacha entre sus musculados hombros. Parecía cansada. La zandalari echó una mirada por el rabillo del ojo antes de girarse.

Mi barco Jarukan…

Se abalanzó enfurecida sobre el jefe del Callejón, agarrándole por la solapa de su chupa de cuero. Astavedon corrió a separarles y Axia, que presenció la escena antes de cerrar la puerta, corrió a detener a la trol. No fue fácil retirar a Yuh’ra, ni siquiera con la amenazante hoja de la elfa apretando su cuello.

Jarukan sin embargo, parecía absorto. Se había percatado de una sombra al fondo, en la oscuridad de la habitación, más allá de la mesa. Era ella. Una niña orco, con la cuenca de los ojos vacías, su sonrisa negra como el carbón, los gusanos cayendo por el lagrimal. Las voces de la sala resonaban lejanas en la cabeza de Jarukan. Los insultos y reproches de de Yuh’ra, las voces de Astavedon llamando a la calma. Todo pareció lejano por un segundo. Suspendido en otro plano.

Ponzo siguió la trayectoria de la mirada de Jarukan encontrando una pared oscura, cajas amontonadas y poco más.

El trol reaccionó aclarando su mente, retrocediendo para alejarse de la trol.

Me lo vah a pagar, hijo de perra —sentenció la zandalari apuntando con el dedo a Jarukan. Se sacudió con rabia para que Astavedon y Axia la soltaran.

Verás —comenzó Jazz—, las noticias que traemos, no son del todo buenas.

¿Dihte con Marzzo? —Preguntó el trol. —La misión era sencilla: solo teniah que dar con él y cargarte a esa rata.

Jazz se bajó las gafas de lentes oscuras dejando a la vista sus ojos y respiró profundamente.

No voy a sacar su cabeza de una bolsa, Jarukan. Hay algo más grande que Marzzo. Los Dispacciore y altos cargos de la Guardia de la Horda traman algo. Algo oscuro.

Jarukan pudo ver cómo la niña se paseaba detrás de Jazz, sonriendo. El trol notó un sudor frío bajando por su sien. Su brazo comenzó a quemarle y, en ese momento, Voluhin miró súbitamente hacia atrás. Parecía que algo había llamado su atención y se llevó la mano al pecho. La maldita herida de los jabaespines no había cerrado. Pero tampoco el guardaespaldas encontró nada.

Eres prescindible. Te queda poco tiempo. Ya te avisamos —dijo la pequeña orco mientras dibujaba en su cara una sonrisa macabra.



Más tarde.

Se escuchaban voces abajo, en la parte de atrás. Parecía la voz de Astavedon. Ai’ko se levantó de la cama y caminó sin hacer ruido hacia la puerta. Contuvo la respiración ligeramente para concentrarse en las voces. “No, Jarukan. ¿De qué coj0nes hablas?”, era la voz de Astavedon. Jarukan parecía hablar igual de alto. “Haz lo que te digo… de una put4 vez.” Luego sonó un portazo. Era la puerta trasera de la hacienda, la que comunicaba con la planta y las escaleras. La trol volvió hacia la habitación. Al pasar junto a la ventana vio salir por la puerta delantera de la Compañía Comercial a Astavedon y Axia, murmurando mientras se alejaban y se perdían en la noche extrañamente tranquila de Trinquete.

El sonido de los pasos advertía que Jarukan subía las escaleras. Se abrió la puerta y Jarukan entró en la sala tirando el sombrero a la percha, quitándose la chupa.

¿Todo bien? —Preguntó Ai’ko, aunque conocía la respuesta. Le miró, despeinada y con cara de sueño, desde el lecho revuelto. —¿Qué hora es?

Tarde…

Se quitó la camisa obviando intencionadamente la primera pregunta, se desabrochó el cinturón y el botón del pantalón para desvestirse a los pies de la cama.

¿No quieres hablar de ello? —Le abrazó por la espalda y le dio un beso en el hombro. Jarukan movió su cabeza para acariciarla.

No es nada. Negocios, ya sabes.

¿Crees que podría, no sé, ayudar en la Compañía? Tener algo para hacer mientras estás fuera.

Jarukan se giró para abrazar a la trol. Le dio un beso en el cuello, y luego otro hasta alcanzar su boca.

Fizz necesita ayuda con el material que entra. Creo que le vendría bien alguien que se ocupe del inventario. Además tienes buen ojo. Sabrás escoger lo mejor.

¿Como cuando te escogí a ti?

Aha… —Jarukan esbozó una sonrisa justo antes de besar a Ai’ko. —Sé que tienes buen ojo —dijo bajando sus manos hasta las caderas para acercarla aún más a él. —Te quiero. —El trol reposó su cabeza de lado en hombro de Ai’ko, cerrando los ojos y aspirando su característica esencia, envolviéndola entre sus brazos.

Estaba soñando contigo ¿sabes? —susurró Ai’ko.

Eso… —comenzó Jarukan al tumbarse en la cama dejando un hueco para la trol. —…suena muy bien. Bueno, espero que fuese un buen sueño. ¿Qué soñabas?

Estábamos en una playa, tumbados así. —Ai’ko se tumbó junto a él pasando el brazo bajo la cabeza del trol, haciendo que Jarukan apoyase la cabeza en su pecho. —Y estábamos felices.

Acomodó su cabeza en el pecho de la trol. Pudo notar su calor, los latidos de su corazón. El cuerpo de Jarukan abandonó la tensión para relajarse por completo.

Quiero estar en esa playa contigo. Pronto.

No me hace falta una playa para ser feliz. Me haces falta tú —dijo ella acariciando el cabello y rozando su piel suavemente con la punta de las uñas.

¿Dónde estabas? Todo este tiempo… —preguntó el trol alzando su mirada para encontrar la de Ai’ko.

Eso da igual —murmuró muy bajito—, porque ahora estoy aquí.

Vámonos —miró a Ai’ko levantando ligeramente la cabeza. —Le he dicho a Astavedon que nos vamos a ir.

¿Ahora? Tengo poco equipaje —inclinó la cabeza y le besó la frente. Parecía que lo decía bromeando, pero en su mirada se podía ver el deseo de hacerlo, la urgencia por alejarse de todo el caos y de poder estar juntos sin tener que mirar siempre por encima del hombro, pendientes de cualquier posible peligro.

Jarukan se incorporó mirando a los ojos a Ai’ko, parecían vidriosos. No dijo nada más, solo se limitó a asentir.

Te quiero Ai’ko.

Jarukan parecía emocionado y no pudo reprimir a tiempo una lágrima cayendo por la mejilla hasta su colmillo. Era la primera vez que se mostraba así delante de Ai’ko y no se sintió muy cómodo, así que rápidamente cerró los ojos y se acercó para dar un beso a la trol.

Yo te quiero más —le susurró.

Soy la espina que se abre paso arañando tu piel y te consume.
Todas estas mentiras por las que no merece la pena luchar.

Al final llegó el final.

Todavía no entiendo qué hacen ellos aquí —dijo Danika en voz baja mirando al pelotón de guardias que se arremolinaban junto al orco encapuchado.

Zooku se giró sin intención de disimular y repasó con la mirada a cada orco, cada trol y cada elfo que componían el grupo. Llevaban los uniformes de La Horda, pero no eran como ellos. Desde que llegaron, la brisa dejó de correr en la Avanzada del Puente y las noches eran más oscuras y frías.

No lo sé, pero no loh quiero a mi lao —dijo Zooku sin apartar la mirada del grupo. Luego vio cómo Orok, el capitán de la La Horda se acercaba a hablar con ellos. Darles instrucciones, supuso. —Aunque creo que noh loh van a meter hasta atráh. De dónde c0j0neh sale ehta gente…

No pareció muy convincente la arenga ya que, al girarse, muchos comenzaron a reír. El que no se inmutó fue el enorme orco encapuchado. Zooku había visto su cara una sola vez en los tres días que llevaba aquí. Tenía un semblante aterrador.

Acabaron con los pandaren en un abrir y cerrar de ojos. Dicen que alguno de ellos volvió a levantarse tras un disparo.

Danika se echó las escopeta al hombro y volvió su mirada hacia la Avanzada. Zooku asintió varias veces y se encaminaron hacia el corro que había creado Orok para dar instrucciones.

Nos vamos a presentar allí. Mañana por la tarde habremos limpiado de escoria Trinquete —dijo con tono solemne a los soldados. —Y Los Baldíos volverán a ser libres.

Zooku asintió y miró hacia atrás, buscando la reacción del orco encapuchado. No parecía estar prestando atención siquiera. Ni él ni sus hombres.


Trinquete.

Señor —dijo Fizz con voz temblorosa, conteniendo las lágrimas. —No puedo hacerle cambiar de idea, pero por favor…

Jarukan mandó a callar rápidamente al goblin y agarró más fuerte de la mano a Ai’ko.

Eh el plan, Fizz. ¿Vale? —Dijo el trol mirándole a los ojos. —Todo el mundo va a seguir el plan. ¿Me oyeh?

Ai’ko intuyó un tono de voz serio, casi dictatorial en Jarukan.

¿Volveremos a vernos?

Eh probable.

Jarukan dio varias palmadas en el hombro de Fizz y se giró junto a la trol, conduciéndola por uno de los pasillos de la Compañía Comercial. Estaban solos y Jarukan miró hacia atrás para asegurarse de que nadie les seguía.

Por aquí.

El trol abrió una puerta cerrándola al paso de Ai’ko. Retiró una alfombra y tiró del aro para abrir una trampilla en el suelo.

Confía en mí, es mejor así —dijo Jarukan.

La pareja descendió por el túnel, Jarukan cogió una antorcha de la galería y se pusieron en marcha. Tras varios minutos, una luz comenzó a brillar al fondo. El olor a salitre se acentuaba a medida que se acercaban a la claridad y Ai’ko pudo escuchar el ruido de las olas.

Salieron por una gruta a una playa de arena blanca y fina. Delante de ellos se encontraba un pequeño muelle con un barco atracado. En el mar, fondeado, había otro más grande del que llegaba una barcaza con un orco. Eran barcos mercantes, y no pequeños precisamente, con bandera de La Horda. Varias personas con las indumentarias del Callejón iban de aquí para allá cargando y descargando bultos y cajones con el sello de la Compañía Comercial.

Jarukan la tomó de la mano y se acercaron al muelle.

Está todo listo, señor —dijo el orco de la barcaza llegando al muelle a la vez que la pareja. Jarukan echó un vistazo alrededor, el sol estaba cayendo y proyectaba su luz naranja sobre Trinquete, a la izquierda, detrás de los acantilados y enormes paredes de roca. El cielo y el mar tenían un color violeta. Suspiró. Miró a Ai’ko y le tendió la mano para que pudiera subir la barca.

Jarukan y el orco remaron hasta alcanzar el barco más grande, fondeado a una distancia considerable de la orilla. La barca chocó levemente contra el casco y desde la borda cayó una escalera de cuerda y maderas. El orco lanzó una soga para amarrar la barca mientras la pareja subía a bordo. Al llegar arriba Voluhin extendió la mano para ayudar a Ai’ko a saltar dentro de la cubierta. Jarukan y el joven orco hicieron lo mismo.

¡Levad anclah! —Ordenó Yuh’ra desde lo alto del balcón junto al timonel. —Dehplegad velah, noh vamoh.

La tripulación comenzó a moverse y el estruendo de las cadenas del ancla enrollándose en el barbotén disiparon la calma. La zandalari miró con gesto serio a la pareja desde arriba. Jarukan asintió y tomando de nuevo a Ai’ko de la mano, la condujo escaleras abajo hasta la bodega. Al fondo, tras las hamacas y sacos se encontraba un camarote. Tenía la puerta abierta y los últimos rayos de sol entraban por el cristal translúcido y cuarteado.

Ya estamos aquí —dijo Jarukan en apenas un susurro al oído de Ai’ko. Tomó su cara entre las manos y cerró los ojos para darle un beso.

Yo estaré donde tú estés. Siempre. —Dijo la trol apoyando su frente en la barbilla de Jarukan.

Siéntate —dijo el trol acompañándola para acomodarla en el camastro—, tengo un regalo para ti.

Lentamente sacó de la faltriquera dos pulseras de cuero con cuentas de colores y una madera grabada. Con una de ellas enlazó la muñeca de Ai’ko y apretó el nudo mientras la miraba a los ojos sonriendo.

—le giró la muñeca para que viera grabado su nombre— y yo —se ató la suya tirando del nudo ayudándose de los dientes—, siempre estaremos juntos.

Su respiración se había acelerado y pudo comprobar que la de Ai’ko también. De nuevo la sensación de que el corazón se le salía del pecho. Sin decirse nada más acercaron sus labios y, entrelazando sus lenguas, se fundieron en un beso.

Dame un momento —susurró Jarukan. —Ve acomodando esto, ahora vuelvo.

Ai’ko se mordió el labio inferior y luego esbozó una sonrisa.

El trol la miró con deseo y se apresuró a cruzar la bodega y subir las escaleras.

Ella se soltó su melena roja y miró de nuevo la pulsera con el nombre de Jarukan. Esbozó una sonrisa meneando la cabeza y comenzó a deshacer la cama. El vaivén del barco hacía que algunas de las maderas emitieran un leve crujido. Escuchó de nuevo unos pasos y se giró para mirar por la puerta.

¿Cuánto crees que tardaremos en llegar dondequiera que…

No terminó la pregunta. Bajando lentamente por las escaleras apareció Axia. La elfa se detuvo a mitad de camino, apoyando su mano en la escotilla de cubierta y mirando a la trol con gesto serio.


En la barca, Jarukan se giró para mirar por última vez hacia el barco mercante cada vez más lejos. El sol ya se ocultaba en el horizonte dando paso a la noche. Se puso la capucha y continuó remando junto al joven orco.

“Ruidos de pasos, se oye un rumor al final del Callejón. No intentes huir, ya no tienes opción al final del Callejón.”

Salvar lo que importa

La noche había caído sobre Trinquete. La ciudad estaba llena de guardias de La Horda peinando cada centímetro de calle. Rompiendo el silencio, los cerrojos de las ventanas y puertas anunciaban el avance de las tropas hacia El Callejón. Se escucharon los primeros disparos, los gritos, la guerra.

Están aquí —dijo Astavedon sin girar la cabeza, mirando desde el balcón de la casa hacia Trinquete.

La guardia había creado un perímetro justo al inicio del Callejón.

Ha llegado la hora —dijo Jarukan al aparecer junto a él de entre las sombras.

Siempre me negué a esto.

Astavedon se giró para mirar al trol.

Me importa una m1erda, haráh lo que te he pedío. Márchate. ¡Marchaoh!

Astavedon afiló la mirada y apretó los puños. Sus ojos refulgían de un verde intenso. Se dio la vuelta y caminó hasta perderse en la noche.

¡Tenemos pruebas suficientes para llevarte con nosotros! —Gritó Orok mirando hacia el negro y oscuro callejón. El oficial de La Horda se adelantó dos pasos al frente de su escuadrón, pasando por encima del cadáver de uno de los matones. —No se tiene que derramar más sangre. Vuestro tiempo se acabó. ¡Entrégate o no me dejarás otra opción que borraros del mapa!

Zooku aguardaba junto a Danika y sus hombres justo detrás de Orok. Un frío extraño recorría su espalda desde que llegaron a Trinquete. Todo estaba en silencio.
Algunas de las antorchas de repente se apagaron. Desde los tejados unas estelas luminosas surcaron el cielo.

¡Bombas! ¡Fuego! ¡A cubierto! —Gritó Danika.

Los soldados corrieron a cubierto pero las explosiones alcanzaron a los rezagados y a parte de la vanguardia que no tuvo opciones de escapar de la ratonera.

BOOM BOOM

Los miembros y cuerpos mutilados saltaban por los aires, llenando de sangre las calles y las casas destrozadas.

Se nos acaba la paciencia —La voz quebrada y oscura sobresaltó a Zooku. El enorme orco encapuchado se acercó a su cobertura pegando su cara a un palmo. No parecía sorprendido por el fuego enemigo.

Entrégate… —La voz de Orok sonaba débil. Parte de una pared había caído sobre él, dejando sus piernas atrapadas entre cascotes.

Inútil.

El orco encapuchado se levantó y caminó hasta la posición del oficial seguido por su hueste.

Ya no nos sirves. —Dijo plantando su enorme mano en la cabeza de Orok. Unos zarzillos de color morado brotaron de los ojos, nariz y boca del soldado, entre gritos de dolor, fluyendo por la mano y el brazo del orco hasta consumir su último aliento.

Zooku miró estupefacto cómo se desplomaba el cuerpo sin vida del oficial. Danika, aterrorizada contempló a la oscura hueste que los acompañaba, aullando y golpeando las placas de sus armaduras.

Ya no tienes su favor, flaco. Sal y muere.

“Dice la verdad. Caerás como otros que intentaron desafiarme.
Ya… No… Me sirves.”

El orco se retiró la capucha para desvelar una cara deformada, de facciones duras, llena de costuras y cicatrices. Miró a la oscuridad del callejón. Solo hubo silencio.

“Abandona el trono. No te pertenece. No eres más listo.”

Al cabo de unos segundos, la oscuridad comenzó a conformar una silueta. Jarukan apareció caminando lentamente con los brazos abiertos. El orco sonrió.

Oro y humo. Ha llegado tu hora.

Jarukan escuchó esa voz inconfundible. Entre las llamas que habían dejado las bombas apareció una niña, una orco de ojos vacíos y oscuros, de dientes afilados que echó a correr hacia él.

Esa cría… —Dijo Zooku iniciando la carrera tras ella.

Jarukan afiló la mirada y apresuró el paso para ir a su encuentro.
Y comenzó a gritar.

Por un momento lo vio claro. Sacó su revólver y, justo en el momento en que la niña lanzaba sus garras contra él, hizo un quiebro a un lado. Le ganó el costado y con el brazo izquierdo envolvió el cuello de la pequeña levantándola del suelo. Se giró para acabar mirando hacia la guardia y con su mano derecha apuntó su revólver a la cabeza de la niña.

Shoot

Le voló la cabeza desparramando sesos y dientes por la calle.
El enorme orco sonrió de nuevo ladeando la cabeza. Zooku detuvo la carrera tratando de recuperar el aliento. Y de repente vio como lo que caía al suelo no era una niña, era otra cosa. Un orco.

Perro —gruñó entre dientes el enorme orco. Alzó su mano y de la punta de los dedos brotaron proyectiles de color morado que cruzaron la calle hasta impactar en el trol.

Pew PewPew Pew.

Jarukan retrocedió con cada impacto. Miró su hombro, luego su estómago y su pierna. De ellas brotaba un líquido negruzco, denso. El frío y los susurros se apoderaron de su cuerpo y mente. Dejó caer el revólver y, tras él, hincó sus rodillas en el suelo.

El orco, Zooku y Danika corrieron hacia él. Los guardias de Los Baldíos se acercaron lentamente encañonando al jefe del Callejón, que se retorcía en el suelo.

Por fin, ha llegado tu hora. Ha llegado NUESTRA hora —dijo el el orco echando mano a la cabeza de Jarukan.

¡No! ¡Alto! —Danika encañonó al orco con su rifle. —Debe ser juzgado. Es nuestro.

El orco se detuvo y se giró para mirarla.

Tú también correrás su suerte —dijo apretando los dientes, enfurecido.

De sus dedos comenzaron a brotar los zarcillos oscuros de nuevo.

POOM

Zooku le disparó por la espalda atravesando su cráneo, dejando un agujero enorme en su cara. El orco cayó al suelo, con la lengua colgando y su mandíbula descolocada.

¡¿Qufé hafeef?! Grrrgrglgrllgr Vaighf amorighf.

Los orcos de la hueste comenzaron a rodear a los guardias de manera amenazante mientras su líder balbuceaba entre sangre, de rodillas en el suelo. Zooku cargó de nuevo el arma y Danika se limpió la sangre de la cara para aclarar su visión.

Alto, alto. Alto.

Una voz algo estridente se escuchó desde fuera y los orcos se giraron. Junto a Jarukan, un goblin vestido de traje sostenía la cabeza del trol.

Está bien. No importa si os lo lleváis. Morirá.

Sacó un pañuelo con mucho cuidado del bolsillo de la chaqueta. Se limpió la sangre oscura que había manchado su mano al tocarle y se incorporó.
Le dio varias patadas de manera violenta en la cabeza y costado a Jarukan y de nuevo, con el pañuelo, limpió su calzado.

El Don ”, se escuchaba entre los orcos de piel oscura. Algunos parecían tener miedo a pronunciarlo siquiera.

Morirá porque su sentencia de muerte la he firmado yo.

El goblin se abrió paso hasta ponerse delante de Zooku.

Y tú, obedecerás a tus superiores y te llevarás a toda esta gente tuya de aquí —sonrió. —Para siempre. Quédate bien con estas caras porque si metes tu put4 y fea nariz de trol asqueroso en Trinquete o en mis negocios en Los Baldíos, irán a por ti, y te matarán. Ya te darán más detalles.

Zooku miró alrededor a sus hombres y finalmente a Danika. Asintió y se abrió paso hasta Jarukan.

El goblin los siguió con la mirada mientras sonreía.


FIN

Navajo cogió su gitarra con forma de pala, pegó un trago largo y comenzó a tocar.

-Que llueva. Que llueva, An’she, y se lleve el olor a muerte.

https://www.youtube.com/watch?v=UzLCQaHF84o

Créditos.

  • Ai’ko
  • Astavedon
  • Axia
  • Danika
  • Jazz Tirotrucado
  • Latshi
  • Mei Hua

¿Piensas dejar todo esto? ¡Morirá gente, maldita sea jefe!

Astavedon golpeó con fuerza la mesa.

Te llevarah a parte de elloh máh al norte durante una temporada. Luego, contacta con Serana en Bahía. Saquea lo que puedah de loh laboratorio. Quema todo —dijo Jarukan conservando la calma y tratando de evitar cruzar la mirada.

¿De qué c0joneh ehtáh hablando, Jarukan? —Preguntó la zandalari acercándose al trol con cara de pocos amigos.

Tendráh tu barco. Llevaráh a Axia y parte del Callejón a Calaoscura. Ella sabe lo que hay que hacer. Si en treh díah no hay noticiah, ereh libre para cambiar la bandera y marcharte donde quierah. Loh demáh, podéih hacer lo que queráih. Eh posible que noh necesitemoh máh adelante.

¿Más adelante? Jarukan, colega, te van a matar —dijo Ponzo dando un salto en la silla.

¿Cómo que Axia sabe? —Preguntó Astavedon contrariado. —No me j0das, Jarukan. Todo esto fue mal desde el principio.

Hay problemah que no tienen una solución fácil y enemigoh que son máh poderosoh que nosotroh. Ehta eh la forma de proteger lo que queremoh —. Jarukan repasó con la mirada a los asistentes. —Astavedon manda ahora.

¿Y Skule? ¿Y Pipa? —Preguntó el cazador.

No deben saber nada de ehto —Jarukan miró al suelo y ladeó la cabeza —, perdimoh.

  • Nick
  • Pipa Thanta
  • Ponzo
  • Skule
  • Voluhin
  • Yuh’ra
  • Zooku

Avanzada del Puente. Los Baldíos.

La guardia tiró el cuerpo del trol en el frío suelo de la celda. El trol golpeó con su cabeza en la piedra, haciéndole recuperar por unos segundos la consciencia.

Si no muere, algo le sacaremos —Dijo uno de los guardias.

Tratad de mantenerlo con vida —se apresuró a decir Danika.

Jarukan escuchó el golpe de la puerta al cerrarse. Todo le daba vueltas. Los susurros cada vez más débiles rebotaban en su cabeza. Un tragaluz llamó su atención. La luz del alba se colaba en la cárcel y parecía brillar extraordinariamente.

Distinguió al otro lado de los barrotes, en la celda contigua una figura de rodillas. La luz recortaba perfectamente su silueta sacándola de la oscuridad.

Mei Hua abrió los ojos, clavando su mirada en Jarukan. El trol alzó su mano como pudo, sin apenas energía. Parecía pedir ayuda.

Lentamente Mei se levantó, se acercó y, si apenas hacer ruido, hurgó entre su ropa raída.

Coló entre los barrotes un punzón metálico bien afilado y lo empujó para que rodase hasta la mano del trol.

Gracias a todos por haberme prestado vuestros personajes para esta temporada.

Moláis mucho.