Preludio a la tormenta.
[…]
Jarukan agarró a la trol por la cintura y la subió sin dejar de besarla.—Te quiero, Ai’ko.
Ella cruzó los tobillos a su espalda y pasó los brazos sobre sus hombros para sujetarse. Se quedó rígida por un instante al escuchar a Jarukan, y le miró con los ojos muy abiertos
—Yo también —susurró, como si le diese miedo decirlo en voz alta. Se refugió en el pecho del trol, abrazándose. —Creo que no debería, pero estoy harta del deber. Quiero hacer lo que quiera. Y te quiero a ti.
[…]
Ai’ko entrelazó sus dedos con los de Jarukan mientras le acariciaba con la otra mano la cabeza apoyada en su pecho. Le besó la frente.
—Echaba de menos todo, pero sobre todo esto —dijo percatándose de la expresión preocupada del trol.
—Jarukan… —suspiró bajito— sé que no va a ser fácil, y que no quieres que sufra. pero nada será más difícil ni más doloroso que lo que hice aquélla noche en Trinquete. Haremos que funcione.
—Las cosas se están poniendo difíciles, Ai’ko. Sé que no puedo pedirte cosas y que harás lo que creas, pero por favor, mantente al margen cuando yo te lo diga —dijo bajando su mirada—. En los Baldíos la gente muere, Ai’ko. He enterrado a más amigos de los que me gustaría y se avecina tormenta… No sé cómo podré mantener a los lobos lejos de nosotros—. Se acurrucó en el pecho de la trol.
Cerca de Trinquete.
A lo lejos, en el camino desde El Cruce, dos figuras encapuchadas a lomos de dos pequeños raptores cruzaban las nubes de polvo que el viento arrojaba de un lado a otro del camino. A su lado, un mono biomecánico se afanaba en seguir el ritmo, que aunque no era muy rápido, hacían que el animal tuviera que acelerar el paso mientras intentaba subirse a la montura.
—Tío, te digo que si hay algún sitio donde podríamos ir a pedir asilo es en el put0 Callejón —Comentó uno de los goblin mientras se limpiaba las gafas con el dedo. Había cometido el error de chuparse el dedo antes con la intención de lavarlas, pero solo quedó una estela de barro en el cristal.
—¿Ah , sí? Pues la última vez que estuvimos cerca de esos tipos nos metieron en un embolao’ con un muerto que, literalmente, me la sudaba, Ponzo. Y encima casi nos matan —dijo el otro goblin—. Es que no me jodas, tío. Quiero esconderme, pero sería genial preservar mi vida.
El mono emitió un ruido de aprobación.
—¿Ves? Ella está de acuerdo conmigo.
—Deja de decir estupideces, Nick. Jarukan controla Trinquete y estoy seguro de que nos echará un cable escondiéndonos en El Callejón —dijo Ponzo quitando el barro de sus lentes.
Avanzada del Puente.
Antes.
Zooku se ajustó su hacha en el cinturón y recogió varios cartuchos de la mesa. Danika se sentó en la tabla junto al resto de cajas de cartuchos.
—No te fías —susurró la orco para que solo Zooku pudiera escucharlo.
El trol cogió una última caja, la metió en su faltriquera y miró al fondo, donde había un corro de agentes de La Horda alrededor de Orok.
—Los Baldíos nunca han interesao’ a nadie, Danika —le dijo en voz baja— no sé a qué coj0neh viene ehto.
El corro se abrió y Orok salió caminando hacia Zooku y Danika.
—¡Ha llegado el momento! —Gritó con los brazos abiertos mientras giraba sobre sus talones para advertir a toda la avanzada. —Preparad vuestro equipo y que todo el mundo siga las instrucciones del mayor rango de su pelotón, partimos ya.
Se hizo el silencio en la avanzada y los soldados de Zooku comenzaron a mirarse entre ellos.
—No puede ser —dijo Noh’tu en voz baja a Krushal y Ai’ko—, ¿pero esto no eran unas maniobras?
Los compañeros intercambiaron miradas, con la sorpresa en su rostro.
—Aquí hay gente como para arrasar una ciudad —dijo Krushal con voz temblorosa mientras observaba a los militares de La Horda recién llegados sonreír y golpear al unísono su armadura en el pecho.
—Nos uniremos a los demás allí —anunció Orok antes de hacer un gesto para ceder la palabra al trol.
Ai’ko miró a Zooku y Danika.
—Ya habéih oído —dijo Zooku mirando a su pequeño grupo. —Raptoreh y loboh, noh vamoh.
Danika advirtió la mirada estupefacta de Ai’ko.
—A qué esperas, soldado. Te vienes, ¡Vamos!
Trinquete
—Y le dije “Malady, colega, estos orcos no valen una m1erda, los otros quinientos Varoquistas a los que hemos ejecutado tenían mejor pinta”, ¿y sabes qué me contestó, Nick? —dijo Ponzo mientras ataba el raptor cerca del paseo del puerto, junto a la enorme escultura de ancla Trinquete.
—Claro que lo sé, idiota, estaba contigo cuando decidiste matar a esos militares delante de Mala… —Nick no pudo terminar la frase. Sus ojos se abrieron como platos al mirar hacia el puerto y alzó ligeramente la mano para señalar.
—¿Qué? —dijo Ponzo girándose.
Un numeroso grupo de soldados de La Horda, uniformados con la emblemática armadura roja y armados hasta los dientes se abría paso por el muelle en dirección al monumento del ancla. Nick se bajó la capucha y en ese mismo instante sonó un cuerno de batalla a sus espaldas. Al girarse vio a un grupo todavía más numeroso, montado en lobos y raptores que bajaba por la calle principal del pueblo hacia ellos.
—No me jodas, tío —dijo Nick con voz temblorosa.
—Lo que ha cambiado esto desde la última vez —susurró Ponzo quitándose las gafas con una mano y con la otra palpando para tocar a su mono.
—Vienen a por nosotros…