Jarukan. Forjado en los Baldíos

Salvar lo que importa

La noche había caído sobre Trinquete. La ciudad estaba llena de guardias de La Horda peinando cada centímetro de calle. Rompiendo el silencio, los cerrojos de las ventanas y puertas anunciaban el avance de las tropas hacia El Callejón. Se escucharon los primeros disparos, los gritos, la guerra.

Están aquí —dijo Astavedon sin girar la cabeza, mirando desde el balcón de la casa hacia Trinquete.

La guardia había creado un perímetro justo al inicio del Callejón.

Ha llegado la hora —dijo Jarukan al aparecer junto a él de entre las sombras.

Siempre me negué a esto.

Astavedon se giró para mirar al trol.

Me importa una m1erda, haráh lo que te he pedío. Márchate. ¡Marchaoh!

Astavedon afiló la mirada y apretó los puños. Sus ojos refulgían de un verde intenso. Se dio la vuelta y caminó hasta perderse en la noche.

¡Tenemos pruebas suficientes para llevarte con nosotros! —Gritó Orok mirando hacia el negro y oscuro callejón. El oficial de La Horda se adelantó dos pasos al frente de su escuadrón, pasando por encima del cadáver de uno de los matones. —No se tiene que derramar más sangre. Vuestro tiempo se acabó. ¡Entrégate o no me dejarás otra opción que borraros del mapa!

Zooku aguardaba junto a Danika y sus hombres justo detrás de Orok. Un frío extraño recorría su espalda desde que llegaron a Trinquete. Todo estaba en silencio.
Algunas de las antorchas de repente se apagaron. Desde los tejados unas estelas luminosas surcaron el cielo.

¡Bombas! ¡Fuego! ¡A cubierto! —Gritó Danika.

Los soldados corrieron a cubierto pero las explosiones alcanzaron a los rezagados y a parte de la vanguardia que no tuvo opciones de escapar de la ratonera.

BOOM BOOM

Los miembros y cuerpos mutilados saltaban por los aires, llenando de sangre las calles y las casas destrozadas.

Se nos acaba la paciencia —La voz quebrada y oscura sobresaltó a Zooku. El enorme orco encapuchado se acercó a su cobertura pegando su cara a un palmo. No parecía sorprendido por el fuego enemigo.

Entrégate… —La voz de Orok sonaba débil. Parte de una pared había caído sobre él, dejando sus piernas atrapadas entre cascotes.

Inútil.

El orco encapuchado se levantó y caminó hasta la posición del oficial seguido por su hueste.

Ya no nos sirves. —Dijo plantando su enorme mano en la cabeza de Orok. Unos zarzillos de color morado brotaron de los ojos, nariz y boca del soldado, entre gritos de dolor, fluyendo por la mano y el brazo del orco hasta consumir su último aliento.

Zooku miró estupefacto cómo se desplomaba el cuerpo sin vida del oficial. Danika, aterrorizada contempló a la oscura hueste que los acompañaba, aullando y golpeando las placas de sus armaduras.

Ya no tienes su favor, flaco. Sal y muere.

“Dice la verdad. Caerás como otros que intentaron desafiarme.
Ya… No… Me sirves.”

El orco se retiró la capucha para desvelar una cara deformada, de facciones duras, llena de costuras y cicatrices. Miró a la oscuridad del callejón. Solo hubo silencio.

“Abandona el trono. No te pertenece. No eres más listo.”

Al cabo de unos segundos, la oscuridad comenzó a conformar una silueta. Jarukan apareció caminando lentamente con los brazos abiertos. El orco sonrió.

Oro y humo. Ha llegado tu hora.

Jarukan escuchó esa voz inconfundible. Entre las llamas que habían dejado las bombas apareció una niña, una orco de ojos vacíos y oscuros, de dientes afilados que echó a correr hacia él.

Esa cría… —Dijo Zooku iniciando la carrera tras ella.

Jarukan afiló la mirada y apresuró el paso para ir a su encuentro.
Y comenzó a gritar.

Por un momento lo vio claro. Sacó su revólver y, justo en el momento en que la niña lanzaba sus garras contra él, hizo un quiebro a un lado. Le ganó el costado y con el brazo izquierdo envolvió el cuello de la pequeña levantándola del suelo. Se giró para acabar mirando hacia la guardia y con su mano derecha apuntó su revólver a la cabeza de la niña.

Shoot

Le voló la cabeza desparramando sesos y dientes por la calle.
El enorme orco sonrió de nuevo ladeando la cabeza. Zooku detuvo la carrera tratando de recuperar el aliento. Y de repente vio como lo que caía al suelo no era una niña, era otra cosa. Un orco.

Perro —gruñó entre dientes el enorme orco. Alzó su mano y de la punta de los dedos brotaron proyectiles de color morado que cruzaron la calle hasta impactar en el trol.

Pew PewPew Pew.

Jarukan retrocedió con cada impacto. Miró su hombro, luego su estómago y su pierna. De ellas brotaba un líquido negruzco, denso. El frío y los susurros se apoderaron de su cuerpo y mente. Dejó caer el revólver y, tras él, hincó sus rodillas en el suelo.

El orco, Zooku y Danika corrieron hacia él. Los guardias de Los Baldíos se acercaron lentamente encañonando al jefe del Callejón, que se retorcía en el suelo.

Por fin, ha llegado tu hora. Ha llegado NUESTRA hora —dijo el el orco echando mano a la cabeza de Jarukan.

¡No! ¡Alto! —Danika encañonó al orco con su rifle. —Debe ser juzgado. Es nuestro.

El orco se detuvo y se giró para mirarla.

Tú también correrás su suerte —dijo apretando los dientes, enfurecido.

De sus dedos comenzaron a brotar los zarcillos oscuros de nuevo.

POOM

Zooku le disparó por la espalda atravesando su cráneo, dejando un agujero enorme en su cara. El orco cayó al suelo, con la lengua colgando y su mandíbula descolocada.

¡¿Qufé hafeef?! Grrrgrglgrllgr Vaighf amorighf.

Los orcos de la hueste comenzaron a rodear a los guardias de manera amenazante mientras su líder balbuceaba entre sangre, de rodillas en el suelo. Zooku cargó de nuevo el arma y Danika se limpió la sangre de la cara para aclarar su visión.

Alto, alto. Alto.

Una voz algo estridente se escuchó desde fuera y los orcos se giraron. Junto a Jarukan, un goblin vestido de traje sostenía la cabeza del trol.

Está bien. No importa si os lo lleváis. Morirá.

Sacó un pañuelo con mucho cuidado del bolsillo de la chaqueta. Se limpió la sangre oscura que había manchado su mano al tocarle y se incorporó.
Le dio varias patadas de manera violenta en la cabeza y costado a Jarukan y de nuevo, con el pañuelo, limpió su calzado.

El Don ”, se escuchaba entre los orcos de piel oscura. Algunos parecían tener miedo a pronunciarlo siquiera.

Morirá porque su sentencia de muerte la he firmado yo.

El goblin se abrió paso hasta ponerse delante de Zooku.

Y tú, obedecerás a tus superiores y te llevarás a toda esta gente tuya de aquí —sonrió. —Para siempre. Quédate bien con estas caras porque si metes tu put4 y fea nariz de trol asqueroso en Trinquete o en mis negocios en Los Baldíos, irán a por ti, y te matarán. Ya te darán más detalles.

Zooku miró alrededor a sus hombres y finalmente a Danika. Asintió y se abrió paso hasta Jarukan.

El goblin los siguió con la mirada mientras sonreía.


FIN