Mis ungüentos eran inútiles para alguien tan fuerte como Svelien quien seguía inconsciente. Ninguna hierba curativa o ungüento disponible fue útil para sanar el veneno que corría por sus venas. Pensé entonces en regresar a la ciudad para socorrerla.
— ¡ Espera ! , yo la llevare de vuelta a Mojache, tú persigue y dale muerte al otro demonio que seguramente se dirige hacia el otro continente con lo que sea que lleve encima.
— Cuídala, no dejes que muera.
— Descuida, nos veremos mas pronto de lo que imaginas.
Seguí mi camino en busca del segundo demonio por la cueva. Delante mío a lo lejos veía la salida del sector oscuro hacia la luz.
Eran luces dentro de luces, sombras dentro de sombras … Mulgore, finalmente, después de tantos años, mi segundo hogar estaba de nuevo frente a mi.
Svelien jadeó, giró la cabeza de izquierda a derecha observando su entorno. Notaba un dolor sordo que venía de su hombro a causa de la jabalina envenenada incrustada, palpitando por todo el brazo desde el omóplato. Se retiró la manga derecha que estaba rota y ensangrentada con una herida bastante fea e irregular en un charco de sangre y que se volvía de un rojo brillante e hinchado.
Flexionó ligeramente el brazo y la sangre nueva comenzó a acumularse en su brazo. Las cejas se fruncieron mientras usó su mano izquierda para agarrarse la camisa de algodón verde oscuro y arrancar una tira de tela.
Su primer intento sólo ayuda a que su herida sangrase más profundamente haciéndola retorcerse de dolor, gruñía y ahogaba gritos de agonía mientras levantaba suavemente la manga rasgada por encima y fuera de su brazo. La enana logró pasar su mano por su camisa y deja escapar un suspiro seguido de una risa mientras el sudor corría por su rostro difuminando parte de sus marcas de guerra azules de sus mejillas.
Se las arregló para sujetar la camisa con la bota y la tira hacia atrás violentamente con la mano izquierda, logrando finalmente un rasgón de tela satisfactorio.
Cogió la tira de tela verde-roja y comienza a envolverla alrededor de su herida, comenzando en su muñeca y enrollándola cómodamente hasta su codo. Metió los extremos e intentó doblar el brazo hacia él, pero un chirrido en lo profundo de su brazo que instantáneamente envío una descarga de dolor caliente y ardiente por su hombro.
Dejó escapar un grito que hizo volar a algunos pájaros y luego se mordió la lengua con fuerza.
La cara de Svelien se había vuelto de un rojo tomate oscuro y le había salido una vena en la frente. De repente, se mareó; se acostó boca arriba y volvió a desmayarse.
Cuando despertó muchas horas después, todavía con dolor en el brazo el bosque de Feralas se había vuelto más oscuro.
Parpadeó rápidamente para acostumbrarse al cambio de iluminación y luego se frotó la mano izquierda por su rostro sudoroso y por su desgreñado cabello rubio plateado. Respiró profundamente, luego exhaló lentamente y decidió lo que tenía que hacer.
Cogió una rama del suelo. Arrancó trozos de musgo y luego se puso la rama entre los dientes. Intentó mantener la lengua hacia atrás para no saborear la rama, agarró el resto de su camisa rota ensangrentada y metió la cabeza por el agujero. Agarró su
mano derecha y comenzó a acercar su muñeca hacia sí misma. El dolor caliente y punzante subió por el brazo otra vez pero mordió con fuerza la rama mientras el sudor siguió corriendo por su rostro borrando por completo cualquier pintura de guerra azul.
Sus fosas nasales se dilataban mientras respiró pesadamente tratando de mantenerse consciente. Creó un tosco vendaje triangular. Bajó lentamente el brazo dentro del cabestrillo y escupió la rama. Le picaban los ojos y las lágrimas rodaban por su rostro, mezclándose con su transpiración y cortando la suciedad que se había asentado allí. Sollozaba mientras el dolor continuaba recorriendo su brazo y ahora su cabeza.
Svelien también notaba que le dolía el estómago aunque… de hambre. No recordaba cuándo fue la última vez que comió, así que se levantó temblorosamente algo mareada pero nada preocupante. Sonrió, recordando las enseñanzas de su difunto padre en la segunda guerra a manos de los orcos, levantó el musgo con la cabeza inclinada hacia atrás. Abrió mucho la boca y apretó la mano izquierda, aplastando los nutrientes y el agua del musgo hacia la boca abierta. Agitó la “comida” en su boca, luego tragó encogiéndose por el sabor a madera. Se acercó a otros árboles y continuó comiendo trozos de musgo hasta que quedó satisfecha.
En ese momento la luz había desaparecido casi por completo y su cabeza y brazo se habían apagado hasta convertirse en un ligero dolor punzante. Volvió al lugar donde se había despertado y decidió dormir hasta el amanecer, pero luego lo pensó mejor y decidió no hacerlo debido a la sangre seca que podría atraer a las criaturas de la noche. Se distanció de donde había despertado y descendió al suelo deslizándose por el tronco de un árbol. Observa su entorno una vez más y luego se queda dormida apoyándose contra el tronco.
Abrió los ojos y el sol apenas comenzó a brillar entre los árboles. Se levantó y notó que el dolor en su brazo había disminuido y su dolor de cabeza había desaparecido. Cogió un poco más de musgo y se lo metió en la boca, acostumbrada ahora al sabor.
Miró a su alrededor buscando cualquier señal de vida, Nhail, Krueg y su hermano, el gran guerrero… pero no encontró a nadie. Después de pensarlo un poco, decidió simplemente caminar en línea recta. Concentrada en caminar hacia el árbol directamente frente a ella, luego al siguiente y al siguiente. Continuó caminando y en el camino descubrió insectos debajo de la corteza de los árboles y los mezcló con el musgo, lo que agregó una explosión jugosa.
Mientras el sol comenzó a descender hacia la tierra, el dolor de Svelien se había convertido en una explosión caliente y pulsante dentro de ella, de no ser por el ungüento que le dio Nhail, las pocas hierbas curativas que le quedaban antes de partir a Mulgore y la ayuda de Krueg el Tauren seguramente habría muerto en menos de una hora, el veneno de aquella lanza era muy potente. Recordó las palabras de su gran amigo elfo como un eco antes de perder la conciencia ‘‘Cuídala, no dejes que muera’’
El vendaje alrededor de su antebrazo se había vuelto de color púrpura oscuro y había estado goteando sangre hacía muchas horas. Durante su caminata encontró una rama lo suficientemente grande y gruesa como para soportar parte de su robusto peso, así que comenzó a usarlo para ayudarla a ‘‘arrastrarse’’, pero de poco le sirvió ya que tropezaba con tanta rama en aquel frondoso bosque hasta que tropezó y su espalda se arqueó, sus ojos se pusieron en blanco para desmayarse segundos mas tarde.
El olor fue lo primero que sacó a la enana de su ensoñación, había invadido sus fosas nasales y necesitaba saber qué era. Abrió los ojos y esperó la sombra verde de los árboles, pero en cambio vio el rostro de una criatura con cuernos y cubierta de pelo. Jadeó y la criatura comenzó a hablar en voz baja e hipnótica. De inmediato, se sintió totalmente relajada mirando su brazo derecho. Vio que habían cortado la tela y que la herida estaba cicatrizando. La irregularidad casi había desaparecido y la hinchazón se redujo considerablemente. Flexionó los dedos y el dolor prácticamente había desaparecido. El olor que lo había despertado provenía de una taza que se encontraba en una mesa junto a ella con un líquido transparente y una hoja flotando en la superficie. Svelien se volvió hacia el Tauren, deseando que fuese Krueg.
—He estado terriblemente preocupado de que no despertaras, pero aquí estás.
Ella parpadeó confundida.
—Te había puesto en un estado de sueño profundo durante los últimos días para que tu brazo tuviera la oportunidad de sanar. Caminar por el bosque mientras estás perdiendo sangre y con un brazo roto, debo decir, no es una buena elección. Debes dejar que tus heridas tomen su tiempo y sanen adecuadamente.
Krueg se giró, tomó la taza y la sostuvo sobre Svelien, luego inclinó su cabeza y se llevó la taza a los labios.
—Bebe amiga, todavía necesitas unos días de descanso.
Bebió el líquido transparente; cada trago que tomaba hacía que sus párpados se volvieran más pesados. El último trago que tomó la dejó inconsciente. Svelien no dejaba de ser una Enana, una raza testaruda, cazadora y guerrera, tenerla en ese estado durante un tiempo era la única manera de que ese brazo pudiese sanar en condiciones, Nhail ya se lo advirtió, era muy cabezona y le costó muchísimas semanas romper la coraza en la que se envolvía al resto del mundo. Pero nadie le culpaba, había perdido a su pelotón de combate de camino a Uldum y seguramente estuviesen todos enterrados bajo las arenas aunque ella siguiera teniendo esperanzas de encontrarlos además de tener que sobrevivir en esta selva ella sola, un clima muy cálido, acostumbrada a vivir en tierras gélidas, no fue nada fácil para ella, hasta que apareció aquel elfo que le ayudó y sirvió de mucha ayuda en sus tareas diarias.
—Despierta joven enana, tus heridas han sanado y no necesitas descansar más. Ven, despierta.
Los párpados se abrieron, sus ojos color miel desenfocados y vidriosos, parpadeaba
repetidamente para aclarar la confusión y ver la misma criatura peluda sonriéndole.
—No te preocupes, no te voy a lastimar, te he devuelto a la vida y te he cuidado durante muchas lunas llenas. Quiero repararte y luego devolverte a la madre tierra. Se lo prometí al Errante y así se hará. Ven a caminar conmigo, regresemos a Mojache. No he dejado entrar a una sola alma en tu tienda con la esperanza de que cuando despertaras recibieses una cordial bienvenida. Ponte de pie, por favor, tus piernas deberían estar bien.
— ¿Me puedes dar una bata, por favor?
Krueg se rio y luego abrió un cofre con un gigantesco abrigo peludo y un cinturón. Le entregó la ropa y se aleja a petición suya. El abrigo le colgaba por debajo de las rodillas, luego se ajustó el cinturón alrededor de la cintura.
—Supongo que no quedará nada de mi ropa después de la pelea que tuvimos con el Demiurgo y los demonios de la cueva, pero al menos espero que mi rifle siga de una pieza o que pueda repararlo.
—Ese abrigo es de un familiar, lo uso muchas veces. Fue asesinado en la noche hace algún tiempo cuando unos bandidos de la Alianza entraron en nuestro campamento. Nos robaron la comida, mataron a muchos de nuestros hombres y se llevaron a varios de nuestros hijos. Con el tiempo empezamos a encontrar los cuerpos de nuestros hijos en barrancos y en el bosque. Pero de eso hace demasiado tiempo y seguro que Nhail te habló de ello. Ven, caminemos al campamento, allí en la herrería tienes ropa de malla nueva y tu rifle reparado, no tienes que preocuparte y una misteriosa daga que al parecer te regaló Nhail porque no sabía darle uso también está allí.
—Uffff, la daga, gracias a las barbas de Yunquemar, de alguna manera voy descubriendo en mis noches solitarias como funciona, creo que podrá servirme para ‘‘comunicarme’’ con Nhail de alguna manera, estoy convencida.
Svelien siguió a Krueg fuera de la tienda y miró a su alrededor. Esperaba que los hombres afilaran las armas; A los niños se les enseñaba a usar arcos, pero lo que encontró la desconcertó. Los hombres Tauren estaban construyendo chozas, los niños retozaban en la hierba alta y las mujeres supervisaban todo. Cuando salió a la luz del sol, todos se detuvieron y la miraron. Esperaba que la mataran en el acto, pero mientras pasaba, los hombres le estrecharon la mano, los niños vitorearon y las mujeres le sonrieron. Tal y como Nhail le había explicado siempre. Las facciones son una invención para generar odio y guerras innecesarias. A la vista estaba que seguía de una pieza gracias a la ‘‘horda’’.
—Exactamente—dijo el Tauren—todos somos iguales, solo que nos vemos diferentes. Sus líderes y los nuestros, nos han estado mintiendo acerca de lo mala que es la situación con la otra facción. Si los Tauren se reunieran con ustedes, tal vez podríamos hacernos amigos. Podrías convencer a todo el mundo de que no somos asesinos, sino mortales civilizados.
Ahora estaban en un prado, fuera del alcance del oído de la tribu Tauren. Soplaba el viento y la hierba alta se movía de un lado a otro, el rico cielo azul estaba salpicado de esponjosas nubes blancas y altas montañas.
Y así pasaron los siguientes años de paz, yendo y viniendo de Mojache a su cabaña, retomando su vida rutinaria en Feralas, junto a su fiel amigo Dardo, aquel enorme Tragadón, fabricando rifles de repuesto para revenderlos a los aventureros que pasaban por allí que no eran muchos y mejorando el suyo propio con piezas nuevas, decidió cambiarle las pinturas de guerra de color rojo muy oscuro sobre el hierro forjado por ella misma en una de las forjas de Mojache y la culata de la mejor madera que podía encontrarse en aquella húmeda jungla. Su antiguo rifle estaba hecho casi todo de una madera muy refinada y especial pero no hubo manera de arreglarlo, estaba hecho un asco y fabricó uno que le recordase a su hogar.
De vez en cuando hacía salidas hasta Uldum pero nunca encontró ni una sola pista sobre su pelotón, empezó a asimilar que era una causa perdida, que las arenas se los habían tragado o que habrían llegado hasta el dios antiguo y allí habrían muerto.
Alguna noche aparecía Ennah, su antigua amiga Arpía que conoció de una manera muy peculiar. Por lo que no tenía tiempo para aburrirse aun en tiempos de paz. Siempre había algo que arreglar, vender, cazar provisiones, cuidar de Dardo y dar largos paseos con el, alguna visita a la taberna de Mojache para llenar el buche de cerveza… poco a poco con el pasar de los años fue cogiéndole gusto a Feralas hasta llamarla hogar sin darse cuenta.
Svelien rondaba los 40 años de edad, por lo que era considerada una adulta. Había pasado los últimos 4 años allí, ahora que se cumplía el año 39 en Azeroth.
Seguía sin descubrir como funcionaba aquella daga que le regaló su amigo Nhail, aquella pequeña daga que se le otorgó al elfo encontrada en las ruinas de Ahn’Qiraj y que el se la regaló a ella como obsequio y agradecimiento.
Pero estaba convencida de que mediante ella había podido sentir a su amigo, sintió su presencia muy muy lejos de Kalimdor, en otro continente, no le importaba donde, solo le importaba que su amigo estaba vivo y que esperaba reencontrarse con el mas pronto que tarde, sin el ella ahora estaría muerta.
Nhail, que seguía en La Isla de Sahn-ze Dao sintió la presencia de Svelien en una de sus profundas meditaciones y se le dibujó una sonrisa en su rostro instantáneamente. Sintió la llamada de su amiga. El también la anhelaba y sabía que tenía una deuda pendiente, pronto iría a visitarla, pero todavía no era el momento… todavía no. Aunque muy pronto, antes del siguiente invierno abandonaría Pandaria para dirigirse a su hogar… Quel’thalas.