VII. Visión de la muerte
Kun-Lai, Isla de Sahn-ze Dao
Invierno del Año 39
Habían pasado cuatro estaciones y estaba en el siguiente invierno, Nhail pidió expresamente a la organización que necesitaba explorar Pandaria por sí solo y asumir cualquier peligro que pudiera encontrarse, era la mejor manera de avanzar en su entrenamiento mental, sentía que debía de aprender a pelear contra si mismo de una manera tan profunda y real que traspasase el mundo onírico y para ello tuvieron que pasar cuatro estaciones en pleno silencio, se dirigió a unas montañas en mitad del mar, Las Islas Sahn-ze Dao. Donde su única compañía era Odal, el golpeteo de las olas rompiendo contra las rocas y las hojas meciéndose.
Lluvia. Lluvia húmeda, alucinante y que adormece las extremidades. Esta noche, en el cielo, apareció como gotas de inesperadas y centelleantes delicias plateadas: una tentadora combinación de líquido húmedo y néctar pegajoso al aire se agitaba con estos demonios persistentes, cada zarcillo de agua se extendía para acariciar el suelo, sobre el cual flotaban dos cuerpos firmemente. En el centro del claro, entre fanegas de bosque, parecían ser la única luz en la opresiva oscuridad. Cerca de allí, los dioses del santuario contemplaban recelosa aprobación, y sus ojos hablaban de alegría y pecado sin redención. Para ellos, era apropiado que este acto de consumación se realizara aquí y ahora. Sólo entonces el mundo podría juzgarles.
En el atronador silencio de la lluvia, fue Nhail Shal’endir quien habló primero.
Aquel cuyos ojos estaban cegados por su temeridad, sus pies lisiados por tantas lecciones no aprendidas y el orgullo de su virilidad entre sus muslos sometido a enfrentar el rocío. De espaldas, Kætterenn contra el suelo, sostenida firmemente de espaldas, con las piernas abiertas y los brazos arañando los brazos de su elfo al que tanto anheló y que ahora, al fin, después de más de cuatro años, gracias a las cualidades que un mortal con un estricto, disciplinado y fuerte entrenamiento mental había logrado llegar hasta ella, al plano espiritual, dio un suspiro agudo y estremecedor y se giró en dirección a su amado.
— ¿Vas a llevarme en este instante mi amor? —murmuró en voz baja.
Aunque su voz era ronca, su sonrisa seguía siendo dulce, sus labios siempre brillantes y relucientemente seductores.
— ¿O vas a esperar hasta que esté lo suficientemente ensangrentada para realizar esta repulsiva tarea de dominación ‘‘demoníaca’’?
Aunque no le gustaron aquellas palabras, sabía que estaba fingiendo un rol y que solo ella era capaz de que aquellas palabras sonasen de la manera más dulce posible. Nhail tuvo que admitir que ver a su ser de luz, su medio demonio debajo de el, usualmente engreída y dócil era extremadamente deseable.
Y no ayudó que, cuando rompió una rodilla(en ese mundo, eran completamente seres etéreos y moldeables, nada era rígido, nada podía romperse, pero cualquier despiste mental podría ser catastrófico una vez saliese de meditación) entre esas piernas bronceadas, obligándolas a separarse aún más, la delgada prenda inferior se soltó para revelar una de las visiones más hermosas desde que en aquella habitación en Ny’alotha, haciendo guardia la veía dormir, con cicatrices de varios tamaños salpicando su hermosa espalda desnuda al haber sido obligada a convertirse en un demonio, en una Man’ari, algo en contra de su voluntad, obligada por su padre al hacer un pacto con la Legión por mas poder, le ardía el corazón cada día que recordaba el no haber podido vencer a su asqueroso y cobarde padre.
Tuvo tan cerca la victoria…
La vista era todo menos repulsiva. Más bien, se encontró inconscientemente extendiendo el dedo hacia adelante para tocar los puntos de mayor satisfacción, arrastrando un dedo tras otro por el muslo musculoso de Kætterenn hasta el lío correoso debajo de su ombligo; escalofríos de emoción recorrieron su espalda mientras observaba cómo los ojos del Elfo de pelo largo y blanco se estrechaban, su sonrisa se convertía en un ceño fruncido mientras se movía.
La lluvia empapaba a ambos tan poderosamente, tan eternamente como la posición encima de ella. Incluso con toda su fuerza monstruosa e insuperable entrenamiento brutal e interminable después de su exilio, nada podría haber preparado a Kætterenn para la sensación de unos dedos tan curiosos, indagadores y gentiles como los de su amado haciéndole el amor.
¿Era realmente tan extraño que este pensamiento despertara a Nhail? ¿Que Kætterenn fuera más débil que él en este sentido; que era incapaz de este acto de sodomía estaba a punto de realizarse? Ambos deseaban lo mismo, demasiadas preguntas.
—No digas esas cosas—finalmente murmuró al sensible oído de Kætterenn que discernió cada agudo y tenor de esa voz baja y fría — O podría simplemente escuchar tu muy atractiva sugerencia.
Kætterenn dejó escapar una risa temblorosa; miró directamente a la cara de su luz, que seguramente la estaría mirando fijamente, tranquilo. Había una marcada diferencia en su comportamiento y no tenía nada que ver con las posiciones actuales de los dos. Nhail sabía que, con suficientes incentivos, ella podría fácilmente liberarse del dominante; Sabía que este hombre era capaz de batir su superioridad en apenas unos segundos; que sólo podría retener tanto control mientras Kætterenn estuviera dispuesta a permitirlo pacíficamente. Pero también sabía que para lograr lo que más deseaba tendría que soportar esta sumisión. Esa fue la razón principal por la que él se sintió tan completamente a gusto mientras bajaba su cabeza hasta el hueco del cuello de ella, dejando que mechones de cabello largo y sedoso fluyeran entre sus dedos mientras inhalaba por fin su olor tras tantos años, pasando una lengua por esa húmeda carne.
Kætterenn no pudo controlar el sonido ahogado que escapó de su garganta ante el tal acto.
—Tus afectos están fuera de lugar—siseó burlonamente, volviendo el rostro empapado por la lluvia y ahora sonrojado.
No apreciaba la engañosa pretensión de gentil cuidado; Fue sorprendente, nada de lo que esperaba, y sólo sirvió para prolongar aún más la noche más anhelada para ambos, aunque fuese de manera incorpórea, ya encontrarían la manera de traerla de vuelta al mundo de los vivos, estaban convencidos de ello, pero no era momento de pensar en eso.
—Toma lo que quieras—susurró con los dientes apretados —Y no finjas.
No había nada más que veneno en su tono, pero Nhail sólo tuvo que hacer una pausa en sus cuidados para notar el ligero temblor del cuerpo presionado debajo de el, sentir el fuerte apretón de esas piernas fuertes y bronceadas mientras se movían para envolverse involuntariamente alrededor de su cintura, y observar a su guerrero cansado, casi desesperado en esos ojos cegados pero siempre hermosos.
Aunque sabía que Kætterenn no podía verlo, luchó por ocultar su expresión a este hombre increíblemente intenso que revelaban los fuertes latidos de su corazón palpitantes y el calor líquido acumulándose dentro de su estómago cuando finalmente sintió la sensación de algo particular abriéndose paso hasta la boca de su bajo abdomen con un movimiento de caderas sensuales y llenas de cicatrices. La lluvia pudo haber sido tan húmeda como un abrasador día de verano, quizás fue porque ella siempre le había parecido una mujer excepcionalmente extraña, tal vez fue porque desde que se conocieron en Ny’alotha se propusieron destruir cada aspecto demoniaco de Kætterenn y con ello… su estirpe y su padre, pero Nhail no pudo ni por su vida entender por qué ahora estaba inclinado por aquella mujer, su amor, que había plagado sus sueños durante tantos años—movimientos suaves como nunca antes lo había sido, sus bocas sólo a escasos centímetros para pasar una mano a lo largo de su impecable rostro.
Trazando los contornos de una frente elegante hasta un montículo de pómulos altos, deteniéndose solo para presionar un tierno pulgar contra unos labios húmedos. Las palabras fueron murmuradas antes de que pudiera detenerlas.
— ¿Quién dijo que estaba fingiendo?
Cuando los ojos de ella se abrieron con sorpresa ciega, Nhail aprovechó esta oportunidad para asegurar su control sobre la impredecible medio demonio, anulando por completo los cuatro puntos cruciales de movimiento en ambas muñecas, sujetas con tanta fuerza contra sus hombros. Los brazos cayeron al suelo impotentes; parálisis durante el tiempo justo, suficiente para que terminara su tarea sin interferencias…
—Termina y vete. Déjalo solo, solo, en este bosque oscuro. Con la lluvia.
—Gugh—gruñó Kætterenn, sacudiendo su cuerpo hacia adelante con repentina ira —debí haberlo sabido—dejó escapar una risa amarga y se contrajo ásperamente.
Estímulos despiadados y devoradores; únicamente por el engaño insensible, aunque involuntario – estaban mareando a Nhail con nuevas oleadas. Se estaba volviendo cada vez más obvio. Empapado hasta los huesos, la lluvia explotando desde arriba, la ropa medio desgarrada para revelar carne desnuda untada fuertemente una contra la otra, era solo cuestión de tiempo.
Ambos lo sabían, se detuvieron abruptamente en sus violentas ondulaciones, se quedaron quietos el tiempo suficiente para mirarse, admirarse el uno al otro, con la expresión cambiando en un instante. Cumple una vez más.
Todo lo que tomó fue un segundo para quitar los restos de la ropa interior de Kætterenn, revelando su totalidad y suavidad. Estaban tan mojados por la lluvia (una lluvia tan mordazmente caliente que Nhail tenía la necesidad hacerla volver a la vida) que sintió que era innecesario humedecer la oscura caverna que lo esperaba debajo, compacta de músculos tensos. Que seguramente no debía estar preparado para su intrusión…
Separó sus propias prendas y deslizó lentamente una mano por la longitud palpitante, con los ojos pensativos, vacilantes y muy conscientes de la mandíbula apretada de su compañero, el puro nerviosismo en sus propios ojos ciegos y el apretón de sus piernas mientras tiraban de él.
Más cerca, más cerca. Asustada. Tan asustada después de todo, Kætterenn siempre se había considerado así misma una cobarde por culpa de su padre, hasta que apareció Nhail y le hizo cambiar por completo aquella idea tratándola como se merecía, como un ser vivo con un corazón puro, como alguien que siente y ama y no como una demonio con un único fin en la vida, respetada, valorada y amada. Y todo aquello la hizo sentirse mas valiente frente a las adversidades. Recordó el comentario casual del pícaro acerca de —‘’para ambos sería la primera vez’’— y ella tan dispuesta y tan abiertamente de esta manera, goteando gotas de nectarina y con los labios jadeando en respiraciones pesadas y brillantes; dudaba que realmente pudiera soportar escuchar el enfermizo chapoteo de la sangre mezclándose con la lluvia.
Sus ojos abiertos y brillantes amatistas, la cicatriz vertical de su ojo izquierdo resplandeciente, jadeando, hermosos mechones mitad blanco y mitad negro arrastrándose debajo de ella como un velo alado, un ritmo lento.
—Oh dioses mi luz—Nhail no pudo evitar gemir, sus ojos azules brillaban con un deseo desenfrenado, su mirada casi loca por su intensidad —Tú…eres tan… —ella soltó un resoplido tembloroso y su boca se curvó en una mueca poco convincente.
Cada movimiento fue cuidadoso, delicado, sin prisas y completamente diferente al de pícaro.
—Ya ni siquiera sé—una fuerte inhalación de aire —qué es lo que estás haciendo.
—Asegurándome—una sonrisa en su voz—que lo haré tan dulcemente como pueda.
— ¿Y por qué diablos eso debería importar?
Pero todo lo que pudo hacer fue jadear (el inusual y sensual sonido reverberaba a través de su pecho en ondas de pura y extática felicidad). Nhail no pudo controlar la sonrisa mientras una mancha roja cruzaba esas mejillas. Presionó el lugar una y otra vez, cada vez más prolongadamente que la anterior. El placer le permitirá olvidar…
Inmediatamente, el contacto directo (el más íntimo y decisivo de la noche) provocó una reacción ardiente, los dedos se cerraron alrededor de sus hombros y las largas piernas se curvaron en la forma de su cintura, entrelazándose. Se juntaron para abrazarlo con tanta fuerza que sabía que no habría escapatoria. Pero lo que lo sorprendió fue el movimiento agitado de la cabeza de Kætterenn cuando ésta se posó sobre su pecho. Podía ver mil halcones volando sobre el cielo y sentir mil flores de loto brotando en su pecho.
Ella se estaba cansando tanto como él de esperar.
Deslizando una mano debajo de ellos, a través de una mancha de ropa pesada y carne empapada, la hermosa medio demonio estaba encantada de encontrarse con algo tan prometedor como antes. No estaba dispuesta a decirlo en voz alta, pero esos pocos minutos jugando con su amado habían sido el mayor sostén de su vitalidad en mucho, mucho, mucho tiempo, el Errante de copete alto se movió para estirar su cuerpo lánguidamente-
— ¿Importa? —susurró entre finos mechones de cabello silenciosamente temblorosos, respondiendo finalmente a la pregunta.
—Porque no estoy fingiendo, nunca lo he estado haciendo.
El cielo… instantáneo e hirviente. Soltó un vertiginoso suspiro cuando anhelaba salir y golpearlos una y otra vez hasta que no quedó nada más que las vibraciones huecas de su piel chocando una contra la otra.
Ella todavía estaba sonriendo ante la idea cuando movió sus caderas a una posición más eficiente, las giró hacia arriba, animándolo.
— ¿Estás bien? ¿Puedo continuar? — preguntó, tranquilo y gentil.
Kætterenn no respondió y se negó a encontrarse con lo que debió haber sido una mirada exasperante con el cabello desparramándose sobre sus hombros mientras inclinaba su cabeza una vez, moviéndose sugestivamente hacia arriba y luego hacia abajo para indicar su consentimiento.
—Lo tomaré como un sí
Los dioses observaron cómo su amor se manifestaba bajo una noche envuelta por nubes tormentosas, mientras la lluvia caía en torrentes sueltos. El agua se acumuló alrededor de cada forma tangible en la oscuridad. Ya casi habían terminado.
Cuando Nhail sintió una ráfaga anormal de calor contrajo con tanta fuerza que pensó que podría explotar por el repentino ataque de adormecimiento mental y delirante placer.
— Oh dioses, oh dioses, mi preciosa luz.
Sílaba con cariño, inconscientemente acomodando su cabeza contra el pecho de ella, respirando el aroma de la hierba de medianoche, el sudor de sus entrelazados, apenas olor notable a algo mohoso y estancado al mismo tiempo que sintió un temblor revelador en los hombros de Kætterenn que tenía sus mejillas enrojecidas y las manos apretadas en puños, esta vez con la cabeza de ella firmemente enterrada dentro de un sólido pecho.
Cuando unos dedos callosos y coaccionadores obligaron a levantar su mirada para encontrarse con insondables profundidades que nunca podría ver, Nhail sentía lágrimas en sus ojos al despertar del estado de meditación tan profunda que había logrado, pensar que no sabría cuando volvería a verla y sentirla nuevamente, pero ahora estaba convencido de que haría cualquier cosa de revivirla, de devolver el alma encerrada en la armadura a su cuerpo y devolverla a la vida, tenía que haber una manera.
La vista hizo que Nhail quisiera besarla mirando en silencio esos orbes expansivos de seda pero ya se había esfumado para su desgracia, aunque por otro lado se sentía orgulloso de lo que había logrado gracias a las enseñanzas de los Maestros Omnia del Shadopan.
A veces el mundo era un misterio. Limpiando las lágrimas antes de que pudieran caer en el pacífico silencio que lo acompañó durante el resto del día.
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