—Si soy el presente. Entonces tú eres el futuro. Si estoy golpeado y roto. Eres fuerte y estaré listo para mantenerte erguido. Si me vuelvo amargado y hastiado. Que me vuelva sabio y compasivo. Rezo por un futuro en el que pueda prosperar —rezaba, en sus últimas horas en Pandaria, arriba de una colina cerca del Monasterio, algo impensable para alguien como él, nunca fue devoto de nada, confiaba en el mismo y en nadie más. Pero recordaba estas oraciones de su infancia a Belore y no pudo evitar mencionarlas en un estado de meditación.
Lo hacía porque estaba nervioso, muy nervioso, estaba a nada de emprender el tan esperado regreso a Quel’thalas, no sabía cómo reaccionaría ni que haría primero después de doce años sin volver a la cicatriz muerta, si se reencontraría con viejos amigos o por el contrario estarían todos en alguna aventura o campaña lejos de sus tierras. Le desconcertaba enormemente.
Respiró hondo, inhalando la brisa salada que se elevaba desde el mar mientras las olas chocaban en el acantilado. Usando esta respiración, reunió sus miedos, luego, después de varios latidos del corazón exhalados, liberándolos. Repitió el ritual dos veces más antes de finalmente abrir los ojos al sol y comenzar a ponerse en el horizonte.
— ¿Estás meditando o esperando a la tortuga?—bromeó una voz y este se volvió para mirar a la pandaren —Ya veo que finalmente te vestiste para la ocasión con la gabardina que te confeccionó Rushi el zorro cuando apenas llevabas semanas entre nosotros y… esas dagas. Serías un buen aliado entre las filas de los descoronados… errante.
Se acercó desde el templo a horcajadas sobre un gran tigre blindado, la montura habitual del Shadopan. Taoshi fue uno de las asesinas más letales, un discípulo de Wu Kao, mano derecha del líder Lord Taran Zhu, y una mujer por la que había ganado mucho cariño y respeto.
—No sabía que a los elfos nobles se les permitía estar en la Isla Errante—respondió con una sonrisa mientras la veía enganchar su montura junto a Lluvia.
—Por lo que escuché, están apareciendo todo tipo de criaturas extrañas en estos días—mostrando una sonrisa irónica mientras se sentaba a su lado —Algo extraño ha pasado al norte de tus tierras, parece que otras han despertado al igual que una vez lo hizo Pandaria, se están viendo muchísimos dragones volando hacia aquella isla, tal vez sean ciertas las leyendas y las famosas Islas Dragón existan.
Extendió la mano para ajustar la banda en la base de su trenza que casi alcanzó la hierba detrás de ella. Su cabello era gris oscuro para combinar con el pelaje que cubría sus orejas y el patrón alrededor de sus llamativos ojos verdes, el resto de su rostro era completamente blanco en un contraste cautivador.
—Por otra parte, no estoy segura de que los líderes de su Horda apreciarían que abandonara tan fácilmente su misión diplomática entre nosotros los nativos supersticiosos.
—Después de lo que sucedió en el Bosque de Jade, espero que vean el sha como algo más que una superstición. Mucho más. Sobre los Dragones… —escupió en un gesto de desprecio —No les debo nada, en todo caso a Kalecgos y Tyrigosa quienes nos ayudaron con la plaga durante la tercera guerra, el resto de vuelos…—dejó escapar un soplido de desprecio —No han hecho nada. La cicatriz muerta lleva j0diendo nuestros bosques por más de una década, nuestros niños siguen sin poder salir a jugar ahí fuera, sin embargo Alextrasza, la reina de los dragones—su cara de asco lo decía todo —cuando le apetece hace florecer lugares que no lo necesitan sabiendo la situación en la que se encuentra toda la zona norte de Reinos del Este. Apestan. De ser cierto que han despertado aquellas tierras no me importa lo más mínimo, tengo cosas mas importantes que hacer en Quel’thalas a mi regreso—Nhail se sentía tembloroso al pensar que pronto, estaría caminando por sus amados bosques. Le era imposible esconder tales emociones. Ningún entrenamiento en estos 3 años allí le podía preparar para lo que estaba por venir.
Los sha fueron la amenaza más apremiante para Pandaria. Las encarnaciones físicas de la emoción negativa que poseería cualquier huésped que albergara tal emoción luego se propagaría para infectar y destruir todo a su alrededor. Odio, ira, miedo… Los pandaren habían pasado generaciones aprendiendo a mantener estas emociones bajo control a través de la disciplina y la meditación. Gracias a sus esfuerzos, el sha se había mantenido a raya durante miles de años.
Luego, hace algunos años, las nieblas que habían protegido a Pandaria se levantaron y llegaron la Horda y la Alianza, trayendo consigo su odio, ira y miedo, despertando la sombra con violenta brusquedad y resultados devastadores. No estuvo cuando se encontraron con la Alianza en el Corazón de la Serpiente, la monstruosidad que desenfrenada había desatado en la tierra.
—Estúpidas facciones y sus egos. Horda y Alianza, simplemente nunca debieron pisar este hermoso continente y haber seguido en Paz como a día de hoy.
—Nos enseñan que nunca hay luz sin oscuridad, ni oscuridad sin luz—aseguró Taoshi, mirando hacia el océano —La separación de las nieblas puede haber traído de vuelta el sha, pero también ha traído de vuelta la puesta de sol. Un comercio desigual, tal vez, pero me alegra estar entre los primeros pandaren en diez mil años en verlo—se detuvo y le miró con tanta sutileza que podría haberlo imaginado —La luz a menudo puede venir de un lugar menos esperado, e incluso la llama más pequeña puede atravesar la noche más oscura.
—Supongo que tienes razón—se recostó y sonrió con reminiscencia —Mi hermano, Hawk… le encantaba ver la puesta de sol. Nos sentábamos en la costa y me regalaba historias sobre su entrenamiento en la academia de Forestales en Lunargenta. Nunca se nos dio bien la magia, solo a mi madre y mis abuelos, el idiota una vez trató de conjurar una descarga de misiles arcanos como una exhibición improvisada de fuegos artificiales… digamos que aprendí de la manera difícil cuánto tiempo tardan en volver a crecer las cejas de los elfos.
Se sentó de nuevo y la reprendió a medias — ¡Te ríes, pero en ese momento yo apenas era un niño! El comenzó a disculparse, pero se convirtió en más risas cuando se volvió para encontrarse con mi mirada de indignación simulada—sonrió cuando ella finalmente cedió con un suspiro de satisfacción.
—Tú y tu hermano debieron estar muy unidos.
El comentario le tomó por sorpresa y tardó en responder —Estábamos—dijo finalmente, su sonrisa se debilitaba mientras agarraba con fuerza la punta de flecha que portaba en el cuello a modo de colgante —El… falleció, hace doce años.
—Lo siento mucho—dijo, colocando su mano sobre la de Nhail. Sus ojos mirándole con sincera simpatía.
—Está bien—dijo cálidamente mirando hacia el océano —Nunca hay luz sin oscuridad.
Se sentaron en silencio, mirando la última astilla del reflejo del sol rebotar en las aguas del océano en una despedida cósmica hasta que finalmente cayó más allá del horizonte distante.
El cielo carmesí se desvaneció lentamente en un violeta profundo, las estrellas aparecieron contra él como si fuera una hoja de papel atravesada con agujas.
La luz de las dos lunas bailaba juguetonamente en el agua como si intentara afirmar su belleza sobre el sol. El aire estaba quieto, no se oía nada más que el latido del corazón y las olas lamiendo el acantilado de abajo.
El sonido de un portal abriéndose interrumpió aquel silencio, Flor de Nieve, maga de la disciplina Omnia apareció en escena.
— ¿Pensabas irte en barco hasta el otro extremo de Azeroth con Lluvia?
—F…Flor… ya sabes mi fobia con los portales, me dan nauseas, mareos, incluso vómitos, son horrorosos, he pasado casi una década recorriendo más de medio Azeroth andando o por medios tradicionales.
—Pero ahora no caminas solo. Lluvia está contigo y bien sabes lo que significan estas increíbles criaturas para nuestra organización. Es cierto que su adiestramiento en estos tres años ha sido fabuloso, pero no les gusta el mar, y mucho menos durante una travesía de largos y pesados días. Cruza el portal, por ella, por Odal y…—miró la mochila —Por esa pesada bolsa tan llena de archivos, reliquias y recuerdos de tus viajes que tan valiosas son para ti. Este portal te dejará directamente en tus tierras en cuestión de segundos. Déjate ayudar.
Nhail no dudó ni un solo instante. Haría lo que fuese por su compañera, Flor tenía razón.
—Tienes razón maestra. Agradezco enormemente este último gesto de haber venido a despedirte. Realmente alegra mi corazón que hayáis venido a despediros. Todos de una manera u otra, renovasteis mis fuerzas y esperanzas de cara a un nuevo futuro. Las veces que me he dormido desgastado y dolorido. He entrenado hasta que mis manos se agrietaban y sangraban, mis músculos se desgastaron hasta que apenas podía mantenerme en pie. A pesar de lo agotadores que han sido estos años me siento totalmente pleno y complacido
Tomó un momento para recuperar el aliento. La capucha negra ocultaba los ojos azules, pero la enorme cicatriz que decoraba un camino entre su ojo izquierdo y el labio siempre le delataría ante cualquier conocido.
—Cuando nos sentimos agotados, cuando sangramos, cuando hemos perdido algo vital para nosotros, es difícil ver nuestro camino. No nos debilita reconocer que no siempre podemos levantarnos. A veces necesitamos orientación, una luz en la oscuridad y vosotros habéis sido ese faro de luz.
Hacedles llegar estas palabras a todos los maestros a pesar de que les he dejado una carta en lo que fue mi dormitorio. No ha sido un viaje fácil. Pero no podemos superar las sombras que hay dentro de nosotros si no hacemos nada.
Su últimas palabras sonaban cargadas de emoción mientras caminaba junto a Lluvia hacia el portal que le llevaría directamente a Quel’thalas, su hogar.
Un deseo profundamente arraigado de un futuro mejor, una vida mejor.
El hermoso paisaje de Pandaria se desvaneció mientras aquellos fríos ojos azules miraban por ¿última vez? a sus hermanos del Shadopan.