A pesar de la urgencia del presente los recuerdos del pasado vienen y van. No es de extrañar que en un momento crucial, un pasado importante se alce frente a los demás y vuelva a cobrar vida…
Habían pasado solo un par de meses desde el asedio de la plaga y la corrupción de la fuente de sol. Unos meses en los que su calma pueblo y la vida de todos los residentes de Lunargenta se había convertido en una lucha por la supervivencia, el lloro de los muertos y el miedo.
No solo sufrieron la perdida de familiares y amigos. Su ciudad, su rey, su magia e incluso su cultura habían sido arrancadas de cuaje en apenas unas semanas por el príncipe no-muerto. Ahora su pueblo se veía obligado a arrastrarse por los suelos, a temer por su vida en las oscuras noches de Bosque Canción Eterna, a rezar porque la sed, esa maldita sed que había llegado desde la destrucción de la fuente, no los consumiese o enloqueciese.
Cuando la noche se cernía sobre los restos de la ciudad patrullas de guardias y forestales salían a la vigilia, aguardando a los movimientos de las sombras y recelando de cada puerta o callejón. Cada noche tras el ataque de la plaga gritos y sonidos de lucha se escuchaban por la ciudad, infectados o necrófagos rezagados se escondían en sótanos, carruajes y casas esperando su momento.
En cuanto a Félix, ex-sacerdote ahora, la pena y la sed de venganza le consumían. La gran parte de sus amigos ahora estaban muertos o formaban parte de la plaga, su familia estaba desaparecida, su hogar arrasado, sus compañeros de armas muertos y Nissela, su prometida y la luz que le guiaba cada día, quedaría enterrada con dolor en su corazón. No pudo protegerla, acabo sacrificándose por un miserable que apenas pudo curar y defender a los suyos, por alguien que ni la plaga considero asumirlo en el abrazo de la muerte, negado a morir y negado a vivir en la tierra.
Si, escucho varias veces la historia de cómo lo encontraron en la grieta. Desde que despertó en la enfermería, o lo que pretendía ser una enfermería improvisada con telas y maderas de alguna casa derrumbada, soldados y curanderos se lo repitieron. Encontrado inconsciente y sangrando, en suelo mancillado por la plaga, lleno de heridas y sangre, cadáveres por doquier, un suelo bañado en oro a su alrededor, un soldado de la plaga hecho cenizas, una forestal muerta…
Cada uno contaba su historia, su versión, sus hechos…pero nada cambiaba con la realidad. El ya no vivía, no sentía la calidez del sol, el aire o el sabor de la comida, ya no disfrutaba con los libros ni admirando las calles de su ciudad, ya no creía en la bondad y las buenas acciones. Pero tampoco estaba muerto.
Días después llegó a la enfermería dos soldados ataviados con armaduras negras y rojas, hasta ahora no había visto ningún soldado parecido. Le informaron de que pertenecían a la recién creada orden de los caballeros de sangre, formada por antiguos guardias, guerreros y sacerdotes de Lunargenta, y que habían odio rumores sobre mi. Le informaron de que querían formar una nueva fuerza militar, querían utilizar el poder de la luz y vengar a nuestro pueblo.
Acepté sin pensar en lo que decían, no quería saber cuánto ni como ni que me costaría. Quería derramar la sangre de la plaga, quería vengar a los caídos, quería refrenar el sentimiento de culpa que me reconcomia por dentro.
El tiempo pasó y su formación fue extenuante, abandonó el sacerdocio y cargo con espada y escudo a las trincheras de los caballeros de sangre. Le enseñaron en el arte de la espada, a bloquear, esquivar y contraatacar a sus oponentes, en el uso de la luz de forma diferente. Ya no rendían tributo a belore ni astros reyes, ahí le adiestraban para obligar a la luz a servir a sus propósitos, sus designios, su voluntad, su venganza.
En ocasiones al usar la luz unos gritos se escuchaban dentro de su mente, imágenes de dolor cruzaban sus pensamientos y traían el dolor de la perdida. Pero los ignoraba, su meta era lo único que importaba.
Nada más.
Con el tiempo se hizo un nombre entre los aspirantes, subió poco a poco de rango y avanzó sin cesar ante sus compañeros. Cuando estuvo listo partió en pequeñas patrullas para erradicar a los engendros de la plaga, su ira no era frenada hasta que el último muerto viviente caía al suelo. La piedad era una idea repugnante en esos momentos, la sangre y la muerte son las únicas verdades.
Sin embargo no todo quedó perdido, ya con el uso acentuado de la luz noto más cercana la voz que gritaba de dolor. Al principio pensaba que se trataban de los recuerdos de Nissela pero era más bien algo armonioso, dulce, asustado…
Ojalá hubiese escuchado antes y no siguiese cegado por la ira y la venganza.
Pero todo cobro sentido el día de su ascenso. El instructor Ithelius le mando llamar a la sede central, ubicada en la zona noreste de la ciudad, estaba informado de sus últimos avances y patrullas con éxito. Llegó la hora de subir de rango en la jerarquía y me consideraron el elfo apropiado para ello.
Ithelius me esperaba en la entrada, sonreía apaciblemente mientras observaba mi llegada desde las calles inferiores. No puedo olvidar esa sonrisa.
- Ah! Félix, siempre diligente y puntual -dijo Ithelius- Hoy es un día importante para la orden y para ti, tus progresos son excepcionales y cabe decir que ninguna patrulla en la que has estado quedó exenta de su función. Queremos recompensarte por ello.
- Ordenad y partiré donde sea necesario maestro, sirvo a la orden.
- Lo sabemos bien…sígueme hay algo que debo enseñarte. Debes saber que lo que voy a mostrarte solo es sabido por los caballeros de mayor rango, pero considerando tu ascenso, teniente, ahora también lo compartirás.
- Será un honor
Entraron al edificio lentamente mientras Ithelius seguía hablando de los pormenores, aumento de adiestramiento, aprendices a su cargo, liderazgo de patrullas…nada que le interesase en demasía.
El edificio era más oscuro de lo que esperaba, las paredes estaban decoradas en todos dorados apagados, rojo y negro. La iluminación era muy leve, apenas se podía discernir la decoración en techos y paredes dejando una sensación extraña. Pero notaba algo raro, algo que fallaba en ese sitio, algo que NO debería estar ahí.
Bajaron por unas escaleras de caracol, guardias miraban a la pareja con mirada fija y un gesto militar. Ithelius seguía hablando pero conforme bajaban a los sótanos del edificio su voz se fue difuminando poco a poco, los sonidos de las llamas cesaban y dejó de percibir su entorno.
A cambio una nueva voz empezó a resonar en su cabeza, al principio levemente como en los entrenamientos pero paso a paso era más firme, más fuerte, más viva. Y esa voz sentía dolor, un dolor indescriptible que le hacía tambalearse y le mareaba.
- ¿Estás bien? Te ves muy pálido, es normal sentirse mareado la primera vez pero solo es momentáneo pasara.
Ithelius no parecía escuchar los gritos.
- estoy bien…solo es un mareo, no he descansado bien.
- me alegra oírlo, sigamos entonces.
- NO SIGÁIS -*Dijo la voz con un tono de sufrimiento
- que habéis dicho? - añadió Félix por el desconcierto
- que tenemos que seguir. No queda mucho, levántate.
Siguieron por un pasillo plagado de guardias, muchos con rangos altos que había visto en los entrenamientos y misiones. Nadie parecía sentir aquella voz, todos tenían esa mirada fría e inmutable.
Pero los gritos, el dolor, el sufrimiento de ese ente eran verdaderos. Era insoportable.
Al fin, llegaron a una cámara custodiada por 5 guardias reales. La puerta estaba grabada con el símbolo de los caminasol y estaba hecha con madera oscura en la que se habían grabado varios encantamientos.
- Fíjate bien Félix, aquí está el secreto de nuestra fuerza y nuestro poder.
Cuando las puertas se abrieron solo consiguió ver un destello blanquecino que le cegó los ojos. Poco a poco sus ojos se aclimataron y empezó a ver una figura flotando en medio de la sala, sus colores blanquecinos y dorados brillaban en todas direcciones solo se terciaban con pequeñas sacudidas involuntarias.
Al rededor de la sala varios elfos apuntaban sus manos al ser luminoso, gritaban hechizos que doblegan y parecían dañar al ser. Poco a poco entro en la sala viendo lo que sus “hermanos” estaban haciendo, la voz era más fuerte en este lugar.
- Ayu…dame…-Dijo el desconocido
Sin darse cuenta se giro a los trozos blancos que flotaban en la sala, no entendía porque pero notaba que estaban mirándole fijamente, suplicando por su ayuda. Y, por mucha locura que fuese, comprendió que ese “ser” era de donde provenía la voz.
- Este es m’uru, nuestro secreto y arma. -comenzo a decir Ithelius- Olvida esas lecciones donde obtenemos y doblegamos la luz, este es la verdad de nuestra fuerza, de dónde sacamos su poder para nosotros y vengar a nuestros hermanos. Es la batería que carga a nuestros soldados y nos lleva a la victoria.
- pero…eso está vivo!
- Claro que lo está! Y más vale que siga estandolo, lo necesitamos mucho más aún. Sin el nuestra fuerza y el uso de la luz no serían nada, vamos teniente no seas ingenuo. Si algo dejó claro la plaga es que no sirven de nada los ritos, las tradiciones ni las amabilidades. Sufrimos una masacre y tenemos que defendernos de ellos, usaremos cualquier método a nuestro alcance para obtener poder.
Los pensamientos pasaban velozmente por su cabeza, su deseo de venganza, la plaga, los muertos, la ciudad ardiendo…pero también sus recuerdos, el dolor que sentía de m’uru, a Nissela…¿Sería lo adecuado, acaso todo valdría la pena por calmar su sed?
Sabía cuál era la respuesta pero su ceguera se lo impedía ver,atrapado en una tormenta que el mismo generaba y que le llevó a una oscuridad que no diferenciaba de las bestias que tanto odiaba y le habían quitado.
- Está bestia solo es alimento, triste historia el no poder tener más con las que…
No llego a terminar la frase. Cayó al suelo con un estrépito cuando un puñetazo le dio en toda la sien. Félix había reaccionado por instinto ante el dolor de m’uru, sabía que no habría vuelta atrás.
Los hechiceros no tardaron en reaccionar y llamaron a los guardias pero ya se acercaba a ellos lentamente. Al desconcentrar se los chillidos de m’uru cesaron momentáneamente y un tintineo sonó por la estancia.
Otro golpe y uno de los magos descansaba contra la pared inconsciente. Los guardias entraron armados y, tras echar un vistazo a la escena, cargaron contra el atacante.
- Usalo…-*Dijo entre susurros m’uru *
Un haz de luz rodeo a Félix por todo el cuerpo, su cuerpo se cargó de energías y sus sentidos parecían mejorarse momentáneamente.
Cargó contra los guardias sacando su escudo, bloqueando sus lanzas y moqueando al primero de ellos. Fintas, bloqueos y estoque bailaban en la sala brillando entre luz, oro y rojo.
Los guardias retrocedieron y una figura se levantó del suelo. Ithelius seguía despierto.
- ¡Te has vuelto loco! Porque atacas a tus hermanos de armas! ¿Sentimentalismos por una fuente de energía?
- No, no atacó a mis hermanos de armas. Se suponía que lucha amos por vengar a nuestros caídos, por acabar con la plaga y vengar la fuente del sol, por nuestro Rey y nuestro legado. Pero aquí solo veo repugnancia y soberbia, se que podéis escucharlo los gritos de pánico y dolor que le hacéis por vuestras ansias de poder. ¡NO PERMITIRE QUE PASE CON EL LO MISMO QUE HEMOS PASADO NOSOTROS!
*Un sonido cristalino retumbó por toda la cámara, guardias magos e Ithelius cayeron de rodillas antes el sonido estridente que se proyectaba en todas las direcciones. *
- Vete…no puedo retenerlos…débil…
- si me voy volverán a usarte como fuente de canalización.
- Tu pueblo está perdido y desorientado…si…el dolor volverá…pero uno comprendió y se salvó de su propia naturaleza … Vete…y sobrevive…
Intento replicar pero su cuerpo empezó a brillar intensamente, la sala cada vez era menos visible y las retinas le empezaban a arder solo de mantener la mirada.
- ¡Vete!
Y, haciéndole caso a pesar de todo, abandonó la sala rápidamente. Se dirigió por el pasillo hasta las escaleras donde varios guardias llegaban tras escuchar el caos y ver la luz, les indico que había problemas en la sala y era urgente su presencia. Sin mediar palabra fueron allí.
A los pocos minutos ya estaba de vuelta en las calles, sus ojos lloraban por la sequedad pero no podía permitirse el lujo de descansar. No tenía tiempo que perder.
Se dirigió por las calles laterales evitando a la guardia hasta sus aposentos, no tardarían en dar la alarma y encadenar de nuevo M’uru a su voluntad. Guardo lo que pudo en alforjas, se colgó sus armas, cogió lo que quedaba de su dinero y la joya que siempre colgaba de su cuello.
Unas horas más tarde salía por las puertas de Lunargenta, abandonando su tierra, su carrera y su vida hasta ahora. Era un proscrito, un traidor que atacó a su propia gente y traicionó aquello a lo que servía y creía. Al menos así es como lo proclamaron.
Sin destino y dejando atrás su pasado se dirigió por los caminos hacia un nuevo lugar, su dolor, su ira, su tormento seguían presentes pero esa sed de venganza que le había dominado desde hacía meses se estaba aplacando.
Solo le quedaba ver un nuevo futuro incierto…