Escrito por Aiden, señor del invierno.
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
Aiden no respondió al acto. Su mirada se perdió en el frasco alargado que oscilaba entre sus dedos de un lado a otro; su contenido, un líquido turbio y denso de color bermellón, rompía en sus paredes cristal con pereza, como si fuera un pequeño mar embotellado. Los alquimistas lo llamaban Sueño de Súcubo, un veneno dulce que inducía al sueño, pero tan venenoso que solo lo que contenía el frasco podría mandar a la tumba a un par de elekks adultos.
—¿Estás preocupada por mi?
Menelwie miró a su alrededor. En lo que ella había preparado el veneno el caballero de la Muerte se había puesto cómodo y había convertido su salón en una sala digna de Stratholme. Todos los muebles salvo el sofá estaban amontonados de mala manera en una esquina, y en las paredes y el techo había pintadas runas siniestras con una tinta fluorescente y azulada de la que prefería no saber su composición. Frente a la elfa moribunda, sentado en el suelo con las piernas cruzadas y Silencio en reposo sobre un círculo mágico, Aiden aguardaba su respuesta con una tímida sonrisa que no supo descifrar.
—Supongo que sí, un poco. A fin de cuentas, creo que puedo considerarte un amigo.
—Un amigo… —Aiden paladeó la palabra. Que alguien que no lo conociera de antes de muerto le llamara así le provocó una sensación tan extraña como confortante—. No debes preocuparte, está solo será una muerte de pega.
—¿Una muerte de pega?
—Así es —agitó un brazo en el aire—. Todo este galimatías rúnico es complejo de explicar, pero imagínalo como una filacteria intangible. Puedo entrar y salir de las Tierras Sombrías a voluntad, así que ya no tienes que preocuparte de nada más. Descansa, esto me llevará un buen rato —abrió el tapón del frasco con un sonoro ruido de vacío y se lo acercó a los labios—. Ah, y otra cosa más. Tal vez haga ruidos o diga palabras mientras estoy al otro lado; ignoralos.
Antes de que ella respondiera, se bebió de un trago la poción.
Por un momento creía que sería el amargor del veneno lo que lo mataría. Luego cabeceó un par de veces y perdió la consciencia de forma fugaz. Todo se tornó gris tras ese momento.
Aiden se levantó del suelo pensando si debería contar esta como su quinta muerte, pero acabó por descartar la idea. La frontera de las Tierras Sombrías era la zona de tránsito para las almas que aún no habían sido condenadas a la eternidad y el lugar en el que buscaba refugio en combate, así que no le parecía justo contar esta ocasión como una muerte. Más bien era un Paso espectral muy largo.
Menelwie había desaparecido, y solo el cuerpo de la desafortunada nocheterna permanecía en el espejo gris del mundo. Se acercó a ella y empezó a ver de forma cada vez más clara un hilillo de ondeante plata, el cordón umbilical que ataba el alma al cuerpo separaba a la elfa del olvido. La cadena perlada salía zigzagueando hacia la puerta, pero no le hacía falta seguirla para saber a donde llegaba.
—Así que el Foso de Saron. Eres todo un nostálgico, Huesonegro.
Sin perder un minuto más, Aiden salió de la casa para toparse con las calles desiertas de Dalaran. La ciudad violeta se había convertido en la ciudad gris, y sus altas torres, orgullosos monumentos a la sabiduría y el poder de los magos, ahora eran tímidos dedos que intentaban rozar el velo del más allá. La espiral de energía espiritual giraba despacio y abarcaba todo el firmamento, tan solemne y silenciosa en su tarea eterna que parecía que había existido desde el mismísimo principio de los tiempos, tal vez antes, aunque era más oscura de lo que recordaba.
Anduvo durante largos minutos, y mentiría si dijera que no disfrutaba de aquella paz sepulcral. Aquello que se le había negado tantas veces, la muerte definitiva, le llamaba con voz dulce y hermosa a su reposo eterno; pero para él la paz que ofrecía no era más que una distracción. Para él no habría paz, no hasta que el mundo estuviera a salvo. Después de eso, en cambio…
Sin saber muy bien como ya había llegado al borde de la ciudad. La Costa Abrupta bajo él se había deshecho de toda vileza, y ahora las nieblas azules de la muerte la envolvían con un murmullo maternal.
Se dejó caer.
Sus harapos ondeaban bajo el veloz viento y Silencio se agitaba de un lado a otro tras su espalda, pero no consiguieron crear ni un solo sonido que mancillara la pureza de aquellas tierras. Solo cuando la cima de la Tumba de Sargeras empezó a asomar sobre las nubes espectrales su voz metálica volvió a sonar.
—¡Kyranastrasz!
Un rugido sonó bajo él, distante y cercano al mismo tiempo. Unas llamas azures prendieron las capas superficiales de las nubes y una silueta esquelética mano de sus profundidades. Aiden cambió de postura y aterrizó justo en la silla de montar del estirpe vil, que encaró al norte y se lanzó hacia la inmensidad del mar.
Irónicamente, se sintió más vivo que nunca.
El Foso de Saron se alzaba como una fea herida en el rostro de Corona de Hielo. Sus paredes angulosas, norias y grúas le daban cierto aire a lugar industrializado, pero el abandono había hecho mella en el sentimiento de impresión que transmitía.
Kyranastrasz aterrizó con gracia en el centro de la mina y su jinete bajó de un salto. Echó un vistazo a su alrededor y comprobó que no estaba solo, tal y como había esperado. La gran concentración de ánima de la trampa de almas era como un faro que había atraído a decenas de confusos espectros, pero no le supondría un problema. Estaban tan absortos en la angustia de su media existencia que no se percatarían de su presencia ni aunque intentara hablar con ellos. Y aun así, tenía un sentimiento de desconfianza que no podía explicar.
Avanzó por el gastado sendero con Silencio en mano. El hilo de ánima, ahora tan grueso y brillante que parecía tangible, descendió con pereza de los cielos trazando pequeñas espirales que iluminaban los oscuros acantilados de roca, alumbrando con luz fantasmal la entrada a la cueva que coronaba la mina. Tras años de abandono, sus paredes se habían engrosado tras varias capas de hielo y las estalactitas que colgaban del techo eran gruesas y sólidas como los brazos de un ogro, y eso le hizo respirar aliviado y luego esbozar una sonrisa. Esta vez no le caería un bloque de hielo en la cabeza.
El paseo por la cueva no le llevó más que unos minutos, pero lo que vio al otro lado le hizo dar un respingo. El enorme patio a los pies de la Ciudadela estaba ocupado por una enorme estructura de metal pálido con forma de caja torácica. Sus costillas se clavaban en la tierra y se alzaban como columnas a varios metros de altura, y de ellas surgían tensas cadenas que perforaban la fachada de la Ciudadela, el suelo y la pared de la cueva. Cientos de almas orbitaban a su alrededor como un río de lamentos que iluminaba con luz sobrenatural su propia prisión, gritando y gimiendo mientras intentaban en vano escapar de su tormento.
Aiden se agazapó y avanzó en silencio hacia unas rocas en la entrada de la cueva. No estaba solo en aquel lugar aciago, y la sensación de desconfianza dio paso a una de peligro. Una enorme criatura, alta como un tauren, estaba de pie en el centro de la jaula, dándole la espalda. Vestía con una armadura negra que le dió un extraño sentimiento de familiaridad, aunque un segundo vistazo le hizo pensar que vestir no era la palabra más apropiada para describirlo. La criatura era la armadura; sus piezas estaban unidas por una informe niebla gris que a duras penas podría considerarse carne.
Extendió una mano hacia el corazón de aquel torso, un amasijo de metal que colgaba de las costillas con cadenas más pequeñas hecho con placas de acero cuarteado y atestadas de clavos. Entre sus fisuras podían entreverse las almas más poderosas que el orco había segado retorciéndose en un inmenso tormento que les arrancaba cada gota de su fuerza. Las cadenas temblaron y lanzaron un chispazo que le obligó a retroceder un par de pasos, pero no profirió sonido alguno. En cambio, se llevó la mano a la cintura y alzó el farol que colgaba de ella. Era de factura similar a su armadura, de metal oscuro y con púas haciendo las veces de patas, y en su interior rugía una tormenta enmudecida de nubes y ánima. La criatura lo acercó al corazón, y esta vez su energía comenzó a filtrarse desde el metal a su interior.
—¿Quién lo diría? Dos ladrones de almas en el mismo lugar —dijo para sí. En condiciones normales hubiera dejado hacer a la criatura, pero dudaba de que le cediera el alma de Shivadel por las buenas.
Abandonó su cobertura y arqueó el cuerpo para lanzar a Silencio. La guadaña voló cortando el aire frío de la tierra de los muertos y golpeó la espalda de la criatura como si fuera una sierra goblin.
Tlonk
El ladrón de almas se tambaleó y cayó de rodillas mientras que Silencio caía inerte al suelo. Aiden alzó las cejas de puro asombro cuando la criatura se giró hacia él, completamente indemne, y le clavó en el alma la mirada vacía y hueca que brillaba al otro lado de los barrotes de su yelmo. Un yelmo demasiado parecido al de Dominación como para tratarse de una coincidencia.
—Oh, no.
Su armadura era del mismo metal indestructible que Silencio, de eso no había duda. Aiden llamó a su arma, que saltó del suelo a su mano; pero para su sorpresa, el ladrón mudo hizo lo mismo. Extendió una mano y un gran mandoble rúnico apareció con un destello, golpeó el suelo un par de veces con él y empezó a caminar a su dirección.
El traqueteo de su armadura era terrible. A cada paso emitía un sonido a óxido y roce tan fuerte que las almas se espantaron como un banco de peces y se acumularon al otro lado de la jaula. Y aunque Aiden apretó los dientes para soportar aquel sonido, se puso en guardia y habló.
—¿Quien eres? ¿Qué haces aquí?
La criatura se detuvo un instante, ladeando la cabeza de forma casi imperceptible, pero no respondió. Aiden tardó un momento en darse cuenta de que no le estaba mirando a él, sino a su guadaña. En concreto, a las runas que refulgía sobre su hoja. Tal vez Silencio no hiciera ruido alguno, pero tampoco era sutil. Un enorme festín se extendía ante ella, desprotegido, y la energía nigromántica que goteaba desde su filo le hacía parecer un perro babeando ante el olor de la sangre, y el ladrón de almas se había dado cuenta.
Hubo un instante de silencio solo interrumpido por los quejidos de las almas atrapadas tras ellos. Ambos guerreros pusieron su atención sobre la guadaña sin mover un músculo hasta que la gota de ánima que colgaba de su punta se desprendió y cayó al suelo.
Aiden rugió y cargó hacia su rival, que golpeó el suelo de nuevo e hizo lo propio. Sus hojarrunas chocaron con violencia a mitad del camino y la onda expansiva los arrojó hacia atrás. La mole dio un salto y lanzó un aplastante sablazo que solo mordió el aire, pues Aiden saltó en el último momento hacia un lado. En el aire, giró sobre sí mismo y lanzó un brutal tajo que falló por poco; la punta de Silencio rozó la armadura y se deslizó por ella sin hacer una muesca.
La espada osciló otra vez anunciando muerte; su silbido sonó a campanas de entierro y estuvo a punto de cortar al caballero por la mitad. Silencio osciló de nuevo y entonó su propio réquiem, lanzando un barrido de escarcha que el mandoble bloqueó. Aiden retrocedió para ganar impulso, pero el terreno traicionero le hizo perder el equilibrio y bajó la guardia durante un solo instante, lo justo para que el gran puño enguantado del ladrón de almas le golpeara en el pecho y lo lanzara contra una de las costillas de la jaula.
Aiden lanzó un gemido de dolor y escupió unas gotas de ánima por la boca, pero se recompuso apretando los dientes. Con un gesto el repóquer de espadas apareció sobre él y voló por el aire, atravesando la carne espectral del coloso con un sonido de desgarro. La criatura no hizo sonido alguno, pero trastabilló y cayó de rodillas.
Resoplando, el caballero de la muerte ordenó a Silencio convertirse en una lanza. Dio un par de pasos hacia el coloso, que intentaba levantarse apoyado en su espada, y se preparó para lanzar su condena al olvido.
Las runas de Silencio se encendieron con llamas verdosas y voló a toda velocidad contra el cuello del monstruo, pero este reveló su arma secreta. Con un movimiento relámpago desenganchó el farol de su cintura y lo interpuso entre su rostro y la hambrienta hojarruna. La luz de su interior se enturbió y lanzó un restallido gemebundo cegó a Aiden. Silencio, con runas parpadeantes, giró en el aire con poca gracia y se quedó colgando de una de las cadenas.
El ladrón extendió el farol hacia el caballero de la muerte, y su luz de ultratumba le iluminó. A su mente volvió el recuerdo de la angustia con la que la Agonía de Escarcha le marcó para siempre, el terrible sentimiento de ser arrancado de su propio cuerpo sin poder hacer nada, y quedó paralizado mientras sus botas comenzaron a arrastrarse hacia el farol. El tirón aumentó de golpe, tirándolo al suelo, y se agarró como pudo a una de las costillas.
Entró en pánico por un momento, buscando desesperadamente algo a lo que agarrarse. Lanzó una cadena de hielo a una de las rocas que brotaban del esteril suelo y llamó de nuevo a Silencio para clavarla en la tierra, pero sus manos se deslizaban poco a poco. Al otro lado de la jaula, el gigante ya se había recuperado y daba pasos lentos hacia él, aumentando más y más el tirón de aquel farol maldito. Su traqueteo oxidado inundó los oídos de Aiden hasta que le dolieron.
—¡Suéltame! —rugió el caballero de la muerte.
La criatura volvió a girar la cabeza en gesto confuso y dio otro paso hacia él.
—¡Última oportunidad!
—…No.
Aiden se dio la vuelta mientras su cuerpo se zarandeaba en el aire. Los faros que flotaban en la oscuridad del yelmo se habían estrechado, pero no pudo identificar la expresión que se ocultaba tras ella. Clavó los pies en el suelo como pudo y lanzó de nuevo a Silencio, que trazó una parábola con el mismo resultado; el faro se interpuso en su camino y salió volando. Y luego lo hizo él.
Aiden giró en el aire mientras la lámpara le arrastraba hacia su interior. El coloso plantó sus botas en el suelo con firmeza, seguro de su victoria, pero a mitad del vuelo su presa sonrió.
—Te lo advertí.
Un tintineo sonó como única advertencia. Aiden giró de nuevo y la cadena que lo había mantenido unida al suelo se lanzó contra el gigante, todavía con la piedra entre sus eslabones. El proyectil de roca impactó sobre él con un sonoro clonk y el farol salió por los aires envuelta en polvo y esquirlas. La criatura rugió y se lanzó contra el caballero de la muerte, que sonriendo aún más extendió su mano hacia la guadaña. Silencio, aún en el aire, se coló por la corta cadena del farol y la arrastró hacia su maestro, quien la empujó con ambas manos y lanzó un brutal contraataque. La criatura salió volando hasta darse contra el corazón de la jaula, pero el ataque final no le llegó aún.
Él se quedó quieto, observando con mudo asombro el farol. Notó en su alma el mismo la misma sensación que le producía el paso espectral, pero cientos de veces más intensa y profunda. Sus harapos ondearon con pereza mientras chispas blancuzcas, el ánima de P.A.D.R.E que había permanecido inaccesible en la hoja de Silencio, giraron a su alrededor causando chispazos de luz pálida.
—Te he echado de menos —dijo en voz baja. Se colgó el farol del cinturón y entró de nuevo en forma espectral.
Se lanzó contra la armadura animada antes de que se levantara, y por un momento ya no parecía tan grande. Un borrón luminiscente recorrió la trayectoria que debería haber sido de Silencio, y el mandoble salió volando con la hoja mellada. Aiden se colocó detrás de él para dar un golpe ascendente, pero para su sorpresa la criatura se había hecho más pequeña que él. O eso pensaba hasta que se dió en la cabeza con el corazón de la jaula.
La criatura atacó de nuevo y su brazo acabó en el otro extremo del patio. Bufó y reculó intentando recuperar su miembro perdido, pero el caballero le agarró por la cabeza… y aplastó el casco como si fuera chatarra. La armadura entera tembló mientras los vapores que la unían se difuminaban y acabó por caer en pedazos al suelo.
Aiden se quedó allí, flotando, mirando el guantelete que había aparecido de pronto sobre su brazo. Su gesto, de haber sido visible tras la capucha de su nueva túnica negra, era de sorpresa, y su mirada subió por su brazo para toparse con los apretados vendajes propios de un etéreo y una hombrera similar a la del ladrón de almas. El poder que sentía era abrumador, tanto como el nuevo aspecto de su paso espectral. Se quedó en completa quietud, intentando asimilar su nuevo aspecto…
Y de pronto se esfumó, tan repentino como había llegado. Volvió a la normalidad y cayó de bruces en el suelo, golpeándose la nariz y haciéndola sangrar tanto en el plano real como en el espiritual. Confundido, se la frotó con cuidado y se quedó un rato sentado con la mirada perdida, mirándo con recelo al farol de su cintura. Para sumar más dudas a sus muchas preguntas, este se hizo transparente y acabó por desaparecer, pero seguía sintiendo su peso y su energía.
—¿Pero qué coñio ha sido eso?
Necesitó un momento para recordar a que había venido. Se puso en pie de nuevo, se limpió la sangre y recogió el alma que había venido a buscar. Estaba inconsciente y tenía cierto poder arcano, pero no tenía aspecto de saber luchar. Asumiendo que Huesonegro la había matado por placer, dejó que Silencio la devorara para llevarla sana y salva al mundo de los vivos. Lo primero era terminar lo que había prometido hacer. Una vez llegara a la Cámara tendría tiempo más que de sobra para descifrar los secretos de aquel faro.